No os amoldéis a este mundo

Segunda lectura del vigésimo segundo domingo del Tiempo Ordinario:

Os exhorto, por tanto, hermanos, por la misericordia de Dios, a que ofrezcáis vuestros cuerpos como ofrenda viva, santa, agradable a Dios: éste es vuestro culto espiritual.
Y no os amoldéis a este mundo, sino, por el contrario, transformaos con una renovación de la mente, para que podáis discernir cuál es la voluntad de Dios, qué es lo bueno, agradable y perfecto.
Rom 12,1-2

Ante el avance de un falso concepto de misericordia que convierte al cristiano y el cristianismo en una copia barata del mundo, cabe preguntar: ¿qué parte no se entiende de esas palabras del apóstol san Pablo? ¿quizás lo de ofrecer el cuerpo como ofrenda? ¿quizás lo de no amoldarse al mundo? ¿quizás lo de que hay que renovar la mente para saber qué es lo que Dios quiere?

Porque si Dios no quiere que adulteremos, ¿a cuento de qué se va admitir una situación de adulterio permanente? Si Dios no quiere que tengamos dioses ajenos delante de Él, ¿a cuento de qué vamos a mirar con agrado la idolatría de otras religiones? Si Dios nos llama y nos concede por su gracia ser santos, ¿a cuento de qué vamos a seguir esclavos del pecado?

¿Y decir estas cosas convierte a alguien en mal cristiano, en fariseo o escriba hipócrita? ¿Y qué diremos de aquellos que advierten que la Escritura indica que el camino de quienes viven en pecado sin arrepentirse están en claro peligro de condenarse? ¿y de los que indican que, salvo que queramos asistir a un desastre de proporciones gigantestas, la Iglesia no puede renunciar a ser instrumento de santificación real y no mera justificación forense como enseñaba Lutero? ¿les acusaremos de ser profetas de calamidades?

¿Se reirán también hoy de Jeremías? Primera lectura:

Me sedujiste, Señor, y yo me dejé seducir. Fuiste más fuerte que yo, y me venciste. He llegado a ser un hazmerreír todo el día, todo el mundo se burla de mí. Cada vez que hablo tengo que gritar, he de pregonar. «¡Violencia, destrucción!». La palabra del Señor es para mí oprobio y escarnio cada día.
Yo me dije. «No me acordaré de Él, ni hablaré más en su Nombre». Pero es dentro de mí como fuego abrasador, encerrado en mis huesos; me esfuerzo por soportarlo, pero no puedo.
Jer 20,7-9

El verdadero profeta no puede dejar de decir lo que Dios le pide que hable. La palabra de Dios arrasa, consume, arde, prende fuego el alma del profeta, que exhorta al pueblo a abandonar su infidelidad y a recuperar el favor de Dios. Mas hoy apenas oímos esa voz profética. Casi todo lo que nos rodea son discursos buenistas, palabas que agradan oídos pecaminosos, renuncia al proselitismo para ganar almas para Cristo.

¿Quién dice hoy voz en alto las palabras que leemos en el evangelio de este domingo?

El que quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga.
Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; y el que pierda su vida a causa de mí, la encontrará.
¿De qué le servirá al hombre ganar el mundo entero si pierde su vida? ¿Y qué podrá dar el hombre a cambio de su vida?
Porque el Hijo del hombre vendrá en la gloria de su Padre, rodeado de sus ángeles, y entonces pagará a cada uno de acuerdo con sus obras.
Mat 16,24-27

¿Quién escucha a la Madre pidiéndonos que hagamos lo que Cristo manda? ¿quién repite el mensaje de Fátima? ¿quién sigue los pasos de la Inmaculada que se apareció en Lourdes?

Pero tengo contra ti que permites a esa mujer Jezabel, que se llama profetisa, enseñar y engañar a mis siervos a fornicar y comer de lo sacrificado a los ídolos.
Yo le he dado un tiempo para que se convierta, pero no quiere convertirse de su fornicación.
Mira, voy a postrarla en cama, y a los que adulteren con ella los someteré a una gran tribulación, si no se convierten de sus obras
Ap 2,20-22

Jezabel hoy se llama modernismo, y engaña, corrompe y aniquila en mayor o menor medida el alma de infinidad de bautizados. Basta ya, o el Señor cumplirá su amenaza.

San Pío X, ora pro nobis.

Apíádate Señor de tu pueblo y no le dejes sin maestros y profetas que prediquen tu evangelio.

Luis Fernando

4 comentarios

  
Juan Pablo lizcano
Ante tanta claridad ; Señor que se haga tu Santa voluntad .
04/09/17 2:53 AM
  
Pepito
Eso, eso, hay que recordar las palabras de Cristo : "Si quieres entrar en la Vida Eterna, guarda los mandamientos", incluído el de no adulterarás, "El que ama a sus padres, esposa, hermanos, hijos o a su propia vida más que a Mí no es digno de Mí." y "El que Me ama cumplirá Mis mandatos."

Aunque por ello nos tachen de fundamentalistas, rigoristas y fariseos con cara de pepinillo en vinagre, y la palabra de Dios sea para nosotros motivo de hazmerreír, burla, escarnio y oprobio cada día.
04/09/17 11:08 AM
  
Octavio
Todo cierto. Magnífico artículo. Precioso.
04/09/17 1:35 PM
  
Feri del Carpio-Marek
La gran calamidad fue que alguien diga que en la Iglesia ya no queremos profetas de calamidades... calamitoso exabrupto... porque mientras nos encontremos en la historia de la salvación, habrán calamidades, y harán buena falta profetas que las anuncien.
04/09/17 10:00 PM

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