En Cristo y por Cristo

Entre las magníficas obras que la editorial Gratis Date ofrece a aquellos que han recibido el don de conocerla y servirse de las gracias que Dios da a través de ella, hoy quiero citar y reflexionar sobre “Jesucristo, vida del alma” del beato Dom Columba Marmión. Como siempre que traigo al blog escritos de hombres de Dios, recordad que lo verdaderamente importante y provechoso es el texto que cito, y no lo que pueda comentar sobre el mismo.

Hoy vamos a tratar todavía de la persona adorable de nuestro Señor. No os canséis jamás de oír hablar de El. Ningún tema os será más útil, ni debe seros más querido; en Cristo lo tenemos todo, y fuera de El no hay salud ni santificación posible. Cuanto más se estudia el plan divino, según las Sagradas Escrituras, más se advierte cómo un gran pensamiento lo domina todo: El de que Jesucristo, verdadero Dios y verdadero Hombre, es el centro de la creación y de la redención; que todas las cosas se refieren a El, y que por El se nos da a nosotros toda la gracia y se tributa toda la gloria al Padre.

Tantas veces usamos nuestro tiempo para abordar asuntos que no hacen bien a nuestras almas, que es necesario que se nos recuerde que no hay nada mejor para nuestra salvación que oír de Cristo, pensar en Cristo, meditar en Cristo y dejar que el Espíritu Santo forme a Cristo en nosotros. De Él recibimos toda gracia, todo bien perfecto.

La contemplación de nuestro Señor no es sólo santa, sino santificante; con sólo pensar en El y contemplarlo con fe y amor, nos santificamos. Para ciertas almas, la vida de Jesucristo es un tema de meditación como otro cual quiera; no es bastante eso. Cristo no es uno de los medios de la vida espiritual, es toda nuestra vida espiritual El Padre lo ve todo en su Verbo, en su Cristo, todo lo encuentra en El, tiene ciertamente exigencias infinitas de gloria y de alabanza, pero encuentra cumplida satisfacción a esas exigencias a través de su Hijo, en las acciones más intrascendentes de su Hijo. Cristo es su Hijo muy querido en quien pone todas sus complacencias. ¿Por qué no había de ser Cristo igualmente nuestro todo, nuestro modelo, nuestra satisfacción, nuestra esperanza, nuestra luz, nuestra fuerza, nuestra alegría? Esta verdad es tan capital, que quiero insistir en ella nuevamente.

Siendo la tercera persona de la Trinidad, y por tanto Dios, ¿cuál es la principal misión del Espíritu Santo? Lo leemos en el evangelio de san Juan: “Cuando venga el Paráclito, que yo os enviaré de parte del Padre, él dará testimonio de mí” (Jn 15,26). Y como dice San Pablo: “por lo cual os hago saber que nadie, hablando en el Espíritu de Dios, puede decir `anatema sea Jesús´, y nadie puede decir `Jesús es el Señor´, sino en el Espíritu Santo” (1ª Cor 12,3). Siendo que la obra del Espíritu Santo es llevarnos a Cristo para que Él sea el centro de nuestras vidas, ¿cómo habría de ser la contemplación de su persona un tema más en nuestro crecimiento espiritual? No es un tema más. Es el TEMA por excelencia. Y recordemos que ver a Cristo con los ojos del alma es contemplar al Padre. Por tanto, en el Espíritu Santo, Dios, podemos alcanzar a ver a Cristo, Dios, que es el único medio de contemplar al Padre, Dios. Así obra la Santa Trinidad en nuestras almas para concedernos el don de la santidad y la filiación divina.

La vida espiritual consiste sobre todo en contemplar a Cristo, para reproducir en nosotros su condición de Hijo de Dios y sus virtudes. Las almas que tienen constantemente fija la mirada en Cristo, ven en su luz lo que se opone dentro de ellas al desarrollo de la vida divina; buscan entonces en Jesús la fuerza necesaria para remontar esos obstáculos y agradarle; pídenle que sea el apoyo de su debilidad, que despierte y acreciente sin cesar en ellas esa disposición fundamental, a la que se reduce toda la santidad, y que consiste en buscar siempre lo que es agradable a su Padre.

¿Somos conscientes de lo que significa “reproducir en nosotros” las virtudes de Cristo? Alguno pensará, ¿cómo es tal cosa posible? ¿cómo voy a ser capaz, desde mi condición pecadora, de obrar aquello que Cristo obró? Pero como bien dice el beato, quien pone los ojos en Cristo ve fácilmente aquello que le separa de Dios y entiende que sólo del Señor, de su gracia, obtiene la gracia para vencer el pecado y alcanzar un mayor grado de santidad. Cuando más pensemos en Cristo, más fácilmente nos libraremos de nuestra condición pecadora y más fácilmente podremos aumentar nuestro conocimiento del Salvador. Es un círculo de virtud por el cual dejamos atrás el viejo Adán para que en nosotros Dios cree el nuevo hombre, que es el Verbo encarnado.

Esas almas entran plenamente en el plan divino; avanzan con rapidez y con seguridad por el camino de la perfección y de la santidad; ni siquiera corren el peligro de desalentarse a vista de sus defectos; saben que por sí mismas nada pueden: «Sin mí nada podéis» (Jn 15,5); ni el peligro de envanecerse por sus progresos, porque están convencidas de que si sus esfuerzos personales son necesarios para corresponder a la gracia, su perfección la deben exclusivamente a Jesucristo, que en ellas habita, vive y trabaja. Si dan mucho fruto es, no solamente porque permanecen en Cristo por la gracia y la fidelidad de su amor, sino también, y sobre todas las cosas, porque Cristo permanece en ellas: «Quien mora en mí y yo en él, éste producirá mucho fruto» (ib.).

Es hora ya de que todos sepamos que la vida cristiana es sobre todo una obra divina. Dios es su autor, aunque nos concede la dicha de no ser meros espectadoras pasivos de la misma. Quien es consciente de que Dios obra en su alma para salvarle, no cae en la desesperación al ver los propios pecados. Eso no significa restar importancia a dichos pecados. No se puede ser cristiano y no sentir dolor por pecar. Pero ese sufrimiento no es para destrucción, sino para purificación. Igualmente, cuando somos conscientes que hemos dejado atrás determinadas ataduras de la carne, no podemos ser tan necios como para creer que hemos logrado tal avance por nuestras propias fuerzas. Hasta el esfuerzo para derrotar al pecado es un don de Dios, de manera que cuando lo vencemos es para gloria suya y no nuestra. Nuestros méritos, que sin duda son nuestros porque Él así lo ha decretado, son para gloria de Dios.

En efecto, Cristo no es sólo un modelo como el que contempla un pintor cuando hace un retrato, ni podemos tampoco comparar su imitación a la que realizan ciertos espíritus mediocres cuando remedan el porte y los gestos de un gran hombre a quien admiran; esa imitación es superficial, externa, y no cala al fondo del alma.

Un loro puede imitar el habla humana, pero no comprende lo que dice. Pero el cristiano no imita a Cristo como un loro, sino que comprende que esa imitación, por muy imperfecta que sea al principio, es camino de identificación con su persona. De tal manera que nuestra naturaleza humana es elevada hacia la naturaleza divina, de la que se nos concede ser partícipes por adopción. Por tanto, si contemplamos el cuadro de tu alma y vemos algo bueno, hemos de saber que esa parte buena es Cristo. Y la parte mala es aquella que ha de ser purgada para que el resultado final sea solo Cristo brillando en nosotros.

La imitación de Cristo es muy otra. Cristo es más que un modelo, es más que un Pontífice que nos ha obtenido la gracia de imitarle. El mismo, por su Espíritu, obra en lo íntimo de nuestra alma para ayudarnos a realizar ese trasunto, esa copia. ¿Por qué?- Porque, ya lo dejé dicho al exponer el plan divino, nuestra santidad es de orden esencialmente sobrenatural. Dios no se contenta, ni se contentará jamás, desde que resolvió hacernos hijos suyos, con una moralidad o una religión natural. Quiere que obremos como hijos de linaje divino.

El Espíritu Santo es el artista que coge el pincel de nuestras almas para dibujar en ellas a Cristo. Pero a diferencia de un cuadro hecho por mano humana, que por muy bello que sea solo es reflejo de la realidad pintada, el cristiano es un cuadro vivo, auténtico, instrumento de gracia para que otros pongan sus vidas en manos de semejante Artista. Es una obra sobrenatural, que nadie ajeno a la vida espiritual puede comprender. Dios no nos salva meramente para ser gente de buena moral -aunque eso es necesario e imprescindible-, sino para elevarnos a la condición de hijos en el Hijo.

Pero esta santidad nos la da por su Hijo, en su Hijo, mediante la gracia que nos ha merecido su Hijo Jesucristo. Toda la santidad que destina a los hombres, la ha depositado en Jesús y de esa plenitud debemos recibir las gracias que nos hagan santos: «Cristo ha sido hecho por Dios, nuestra sabiduría, justicia, santidad y redención» (1Cor 1,30). Si Cristo posee todos los tesoros de ciencia y de sabiduria (Col 2,3) y de santidad, es para hacernos participantes de ellos, ha venido para que tengamos en nosotros la vida divina, y para que la tengamos en abundancia: «Vine para que tengan vida y para que esta vida sobreabunde en ellos» (Jn 10,10). Por su Pasión y por su muerte, ha abierto a todos la fuente de esos tesoros; pero no lo echemos en olvido: ese venero está en El y no fuera de El; es El el encargado de hacerle fluir hasta nosotros; la gracia, principio de vida sobrenatural, no viene sino por El. Por esto escribe San Juan: «El que está unido al Hijo, posee la vida; el que no está unido al Hijo, no posee la vida» (1Jn 5,12).

Como Cristo dijo a la samaritana: “¡Si conocieras el don de Dios y quién es el que te dice: Dame de beber, tú le pedirías a El, y El te daría a tí agua viva!” (Jn 4,10). Pues bien, a nosotros se nos ha dado saber quién es el que nos da el agua viva de su divinidad. ¿Nos conformaremos con beber un poco de vez en cuando de ese agua? ¿No querremos más bien saciarnos e incluso ahogarnos en ella para que seamos a su vez fuente para otros, de quienes también queremos su salvación?

En Cristo somos todo aquello para lo que Dios nos ha creado y redimido. Él es el tesoro escondido, el don inefable, el premio final, el camino al encuentro con el Padre, autor y consumador de nuestra fe.

¡Santidad o muerte!

Luis Fernando Pérez Bustamante

7 comentarios

  
Eleuterio
Maravilloso libro el que recomiendas. Es un verdadero "bombón espiritual" (si se me permite la expresión). Lo digo por lo gozoso de leerlo, por lo mucho que se aprende acerca de nuestro hermano Jesucristo y lo mucho que nos damos cuenta que no sabemos o conocemos.

De verdad lo digo, quien no lo tenga que se haga con él en GRATIS DATE. Seguro que se acordarán de esto toda su vida.
28/01/15 1:57 PM
  
Salvador Carrión
Una buena manera de empezar cada día: la lectura, detenida y reflexiva, del Prólogo del Evangelio de JUAN (JUAN 1, versículos 1-18).
28/01/15 4:43 PM
  
Lector
¿"Jesucristo, VIDAL del alma"?
Qué significativo lapsus...



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LF:
Je, ya está corregido.
28/01/15 8:42 PM
  
Luis Fernando
Pablo, rezo por ti. Pero ten en cuenta una cosa. La fe es siempre en Cristo, no en los hombres, sean estos quienes sean.
28/01/15 11:00 PM
  
jose ramon
"El de que Jesucristo, verdadero Dios y verdadero Hombre, es el centro de la creación y de la redención; que todas las cosas se refieren a El, y que por El se nos da a nosotros toda la gracia y se tributa toda la gloria al Padre."

Que sencillo y limpio, la piedra de boveda del plan de Dios para los hombres. Y en que jaleos mas estupidos revestidos de sabiduria, me acuso, nos enfrascamos, y enfangamos me temo, algunas veces.

"pero no lo echemos en olvido: ese venero está en El y no fuera de El; es El el encargado de hacerle fluir hasta nosotros; la gracia, principio de vida sobrenatural, no viene sino por El. Por esto escribe San Juan: «El que está unido al Hijo, posee la vida; el que no está unido al Hijo, no posee la vida»"

AMEN. Habra que hincarle el diente al libro.

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LF:
Conviene degustarlo sin prisa, meditando en lo que se lee. No es una pieza que se consuma de un día para otro.
28/01/15 11:59 PM
  
rastri
En Cristo y por Cristo no quiere decir que, obligatoriamente, sea para, por o contra Cristo.

Mejor sea dicho: "Por Cristo, con Él y en Él a ti, Dios Padre omnipotente en la Unidad el Espíritu Santo,.... se compromete la oración hacia el todo infinito Dios de Luz y de Vida.
29/01/15 10:46 AM
  
Joaquín Simó Caballer
Dice San Juan Pablo II en ROSARIUM VIRGINIS MARIAE:
" ...30] El «duc in altum» de la Iglesia en el tercer Milenio se basa en la capacidad de los cristianos de alcanzar «en toda su riqueza la plena inteligencia y perfecto conocimiento del Misterio de Dios, en el cual están ocultos todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia» (Col 2, 2-3). La Carta a los Efesios desea ardientemente a todos los bautizados: «Que Cristo habite por la fe en vuestros corazones, para que, arraigados y cimentados en el amor [...], podáis conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento, para que os vayáis llenando hasta la total plenitud de Dios» (3, 17-19).
El Rosario promueve este ideal, ofreciendo el 'secreto' para abrirse más fácilmente a un conocimiento profundo y comprometido de Cristo. Podríamos llamarlo el camino de María...."
Gracias Luis Fernando por estos textos luminosos.
29/01/15 11:37 PM

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