25.01.09

Sobre la existencia de Dios. Breves reflexiones

La campaña beligerante de los ateos y algunas contracampañas han motivado muchas preguntas que han llegado a mi Consultorio. Ofrezco a los lectores algunos materiales que he publicado al respecto. Recomiendo el excelente artículo publicado por Mons. Fernando Sebastián en su blog. Todo este debate pone en evidencia la necesidad de una buena teología fundamental o apologética renovada.

Preguntas:

¿Se puede demostrar la existencia de Dios a partir del deseo de Dios que tiene el hombre? ¿Es la fe cristiana una opción privada de razones, un salto al vacío? ¿Qué podemos responder a los ateos y agnósticos que nos piden una justificación de nuestra opción de fe?

Respuesta:

Preguntas difíciles y siempre actuales, las que me plantean abundantemente estos días. Para responderlas adecuadamente se precisaría un tratado de teología fundamental. Vamos a intentar abordarlas en el limitado espacio de que disponemos. Yo creo que la pregunta sobre Dios hay que situarla en su contexto adecuado. No es una pregunta ociosa, para pasar el rato y seguir como si nada. La pregunta sobre Dios adquiere su densidad y sentido cuando se plantea en el contexto de la pregunta sobre el sentido de la vida, de mi vida. Es evidente que la cuestión del sentido nos concierne enormemente: ¿Vale la pena nuestra vida, nuestros esfuerzos, nuestros amores y sacrificios, o todo es en vano? La respuesta que damos a esta pregunta condiciona nuestra vida en su totalidad. Entonces vemos que la pregunta sobre Dios y su respuesta nos conciernen enormemente. En palabras de G. Marcel: hay que plantear a Dios como “misterio” que nos envuelve y no como “problema” al margen de nuestra existencia.

Desde aquí podemos decir que el hombre necesita de un sentido para vivir, para luchar, para sufrir y para morir. En su actuar, el hombre da por supuesto que este sentido existe, pues si creyéramos que no hay un sentido último que sustente los sentidos parciales de cuanto emprendemos, no valdría la pena esforzarse por nada. ¿No sería trágico pensar que, a fin de cuentas, tanto da ser una buena persona como un redomado criminal? La opción más natural de la acción y del corazón es optar por Dios.

Ahora bien, hay que decir que es evidente que de la existencia del deseo de Dios (indudable en la conciencia humana) no se deduce la existencia de Dios, de la experiencia de la sed no se deduce la existencia del agua.

Santo Tomás decía que el deseo de la naturaleza no puede ser absurdo

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Esto hay que tenerlo en cuenta para no decir que el hombre es una “pasión inútil”, es decir, un esfuerzo sin sentido. Vivir así sólo conduciría a la tragedia, al suicidio, al cinismo más perverso, o a una existencia incoherente y de una tremenda superficialidad. La fe católica enseña que la razón humana puede conocer con certeza la existencia de Dios. Es cierto que muchos incrédulos no aceptan que se puedan dar pruebas de la existencia de Dios, pero esto se debe, no a que no existan estas pruebas, sino a su incapacidad en un momento dado para verlas o aceptarlas.

Es del todo falsa la tesis según la cual existen tantas razones para creer como para no creer. Si fuera así, fe e increencia se situarían en el mismo plano y esto no es conforme a la razón y mucho menos conforme a la fe.

Se trata, pues, de ver cómo la pregunta por Dios que brota espontáneamente en la búsqueda del sentido último de la vida (pregunta a la que el hombre no puede renunciar) encuentra en Dios no sólo la respuesta más deseada del corazón sino la más coherente con la razón. De momento hay que decir que “las razones” de la profesión de fe del ateísmo son profundamente antihumanas. Recomiendo en este sentido la magnífica obra De la cuestión del hombre a la cuestión de Dios del P. Alfaro. La fe tiene razones, la increencia, no.

El hombre (la mayoría inmensa de los humanos y por tanto la excepción confirma la regla) tiene un deseo innato de Dios, lo busca naturalmente. El Catecismo de la Iglesia Católica enseña que el hombre que busca a Dios descubre algunos caminos para llegar a conocerlo. Cierto es que el conocimiento de Dios que podemos adquirir con la sola razón es un conocimiento muy pobre y limitado. Santo Tomás de Aquino, reconocía que de Dios podemos saber más lo que no es que no lo que es. Con todo, este conocimiento de Dios adquirible con la razón es preciosísimo pues sin esta capacidad el hombre no podría acoger la revelación de Dios. El concilio Vaticano I lo sancionó solemnemente: “Nuestra Santa Madre, la Iglesia, sostiene y enseña que Dios, principio y fin de todas las cosas, puede ser conocido con certeza mediante la luz natural de la razón humana a partir de las cosas creadas”. Con estas palabras la enseñanza de la Iglesia hace una clara opción por las posibilidades de la razón humana conducida rectamente y nos señala dos errores a evitar: por un lado un racionalismo autosuficiente que pretende reducir Dios y la experiencia religiosa a los límites de la pura razón y por otro, un fideísmo que priva a la fe de toda justificación razonable. Ambos escollos siguen muy vivos en nuestro ambiente y en la conciencia de muchos creyentes.

Estos caminos de conocimiento de Dios tienen como punto de partida el mundo material y la persona humana. La Sagrada Escritura recoge también este acceso a Dios. En esta perspectiva son muy conocidos los textos del libro de la Sabiduría ( 13, 1-9) y de la carta de San Pablo a los Romanos (1, 19-20). A partir del movimiento y del devenir, de la contingencia, del orden y de la belleza del mundo podemos conocer la existencia de Dios como origen y fin del universo. Santo Tomás desarrolló las cinco vías para probar la existencia de Dios. No dejan de ser un hito fundamental en la historia del pensamiento.

En la segunda vía aborda el conocimiento de Dios a partir del principio de causalidad, principio incuestionable del conocimiento humano. Nada existe sin una causa suficiente. Una realidad no puede ser causa de sí misma puesto que sería anterior a sí misma, lo cual es contradictorio. Todo pues tiene una causa. Tampoco es posible remontarnos al infinito en un proceso causal. Si no existiera una causa primera de todo, tampoco existirían las causas intermedias, ni las últimas (respecto a nosotros). La lógica del conocimiento exige una causa incausada origen de todo y a esta causa la llamamos Dios. Es importantísimo observar que sin el principio de causalidad no sería posible el conocimiento científico basado en la relación causa y efecto.

En el fondo sólo hay dos opciones: o se cree en la casualidad y en el azar o se opta por la causalidad. No hay duda que la opción más coherente con la dinámica del pensamiento y del corazón humano es que las cosas suceden con un orden y que la realidad es inteligible. Lo que no es razonable es optar por el absurdo, lo casual. No es conforme con la razón ni con el corazón. Digamos finalmente que las pruebas que la tradición cristiana aporta para la existencia de Dios no son pruebas en el sentido como las entienden las ciencias naturales, sino, como dice la doctrina católica, son pruebas en el sentido de argumentos convergentes y convincentes que permiten llegar a verdaderas certezas.

Sin duda alguna, lo más inteligente y conveniente es creer en Dios. En el fondo, todos optamos ineludiblemente por el absurdo o por el misterio. En unos momentos en que el ateísmo parece cobrar una cierta beligerancia es necesario que los creyentes profundicemos en la razonabilidad de nuestra fe. Una buena obra, asequible a todos, es el libro de José Antonio Sayés, Razones para creer. Invito igualmente a una relectura o primera lectura de las famosas cinco vías de Santo Tomás de Aquino.

18.01.09

Líbranos del Maligno (y II). Reflexiones sobre el diablo y los exorcismos a los diez años de la publicación del nuevo ritual

Hace unos diez años, con ocasión de la publicación del nuevo ritual de exorcismos, escribí un artículo que ahora ofrezco con algunos retoques. Me parece que sigue siendo muy actual y puede aportar luz en un tema que muchos no tienen claro.

La lucha contra el Maligno (II)
El nuevo ritual de exorcismo de la Iglesia Católica.

El nuevo ritual de exorcismos. Estructura y contenidos.

Antes de exponer los diversos momentos del exorcismo y la manera de proceder según el nuevo ritual, es necesario que tengamos muy presente lo que dice el Catecismo de la Iglesia Católica:

“Cuando la Iglesia pide públicamente y con autoridad, en nombre de Jesucristo, que una persona o un objeto sea protegido contra la influencia del Maligno y sustraído a su dominio, se trata de exorcismo. Jesús lo practicó y de Él tiene la Iglesia el poder y el encargo de exorcizar. En una forma simple, el exorcismo se practica en la celebración del bautismo. El exorcismo solemne, llamado “gran exorcismo”, únicamente puede ser practicado por un sacerdote y con el permiso del obispo. Hay que proceder con prudencia, observando estrictamente las reglas establecidas por la Iglesia. El exorcismo pretende expulsar los demonios o liberar de la influencia demoníaca, y eso por la autoridad espiritual que Jesús ha confiado en su Iglesia. Muy diferente es el caso de las enfermedades, sobre todo psíquicas, la atención de las cuales pertenece a la ciencia médica. Por lo tanto, antes de celebrar el exorcismo, es importante asegurarse que se trata de una presencia del Maligno, y no de ninguna enfermedad”.

El ritual de 1999 da los elementos básicos de discernimiento y las normas fundamentales a observar para proceder al exorcismo. El ritual especifica que el ministro ordinario es el obispo, el cual puede delegar a un presbítero idóneo y con la debida preparación por este ministerio (atque ad hoc munus specifice praeparato). Hay que ser prudente y no creer con demasiada facilidad que se trata de una presencia diabólica. También hay que evitar descartar por principio una posible acción del Maligno. Hay que acudir a médicos con sentido de las cosas espirituales y evitar todo aquello que pueda favorecer la superstición. Conviene proceder cuando se tiene certeza moral de la acción diabólica. El ritual indica algunos indicios: hablar o entender lenguas desconocidas, poseer fuerza extraordinaria, conocer y ver cosas ocultas y distantes, aversión a Dios y a las realidades sagradas… Hay que evitar el espectáculo y no aceptar en el exorcismo presencia alguna de los mass media.

Los varios momentos del ritual de exorcismo son los siguientes: El rito comienza con la aspersión del agua bendecida según la fórmula que propone el ritual. Sigue la rogativa letánica de liberación. Después se pueden recitar algunos salmos y rogativas. Se proclama el Evangelio, signo de la presencia de Jesucristo. Posteriormente se imponen las manos sobre la persona a liberar y también se puede realizar la “exsufflatio” (soplar en la cara). Seguidamente se recita el Símbolo de la fe o se renuevan las promesas bautismales. Sigue la oración dominical. Se procede entonces a la ostensión de la Santa Cruz. Se recitan las fórmulas del exorcismo: primero la deprecatoria en qué se ruega a Dios por la liberación de la persona y seguidamente la fórmula imperativa en la que se manda al demonio que salga. Todo este ritual se va repitiendo (en una o diversas celebraciones) hasta que se logra la liberación definitiva. Se cierra el ritual con un cántico de acción de gracias, una oración y una bendición.
El nuevo ritual pide dar mucha importancia a los signos y gestos que provienen de los exorcismos del catecumenado: el signo de la cruz, las imposiciones de manos, la “exsufflatio” y la aspersión con agua bendita.

Probablemente, y a Dios gracias, el exorcismo mayor en caso de verdadera posesión diabólica será una celebración poco frecuente. Con todo, conviene que en cada diócesis haya un sacerdote preparado para atender a los fieles y ayudarlos a discernir.

Los exorcistas experimentados dicen que los casos de posesión son rarísimos pero que abundan las obsesiones e infestaciones diabólicas. Una buena manera de contribuir en la pastoral ordinaria podría ser revaloritzar signos y rogativas que ya existen pero que a veces no se utilizan debidamente: los exorcismos bautismales con la unción del aceite de los catecúmenos, el signo sacramental del agua bendecida en la Iglesia, las bendiciones (de casas, animales, alimentos y otros objetos)… y una cosa mucho más importante aún es la praxis habitual del sacramento de la penitencia. Como muy bien indica el nuevo ritual, el cristiano consagrado en el bautismo para la lucha contra el Maligno, prosigue con éxito esta lucha por la “reiterada recepción del sacramento de la penitencia”. Como causa de la debilitación de la fe, del resurgimiento de lo diabólico y de muchos otros males de nuestra iglesia hay sin duda el abandono escandaloso del sacramento de la penitencia.

La acción extraordinaria del Maligno no es abundante. Su camino ordinario es la tentación y la incitación al pecado y eso, si el cristiano no toma medidas, abre la puerta a muchas otras actuaciones del Diablo.

El nuevo ritual contiene también dos apéndices interesantes. En el primero recoge un especial exorcismo que puede ser empleado en circunstancias especiales cuando lo considere el obispo diocesano. Se trata de una lucha contra otras presencias y ataques del Maligno diferentes de la posesión propiamente dicha de las personas. Puede referirse a casos de infestación (sobre objetos, casas, animales…) o circunstancias particularmente difíciles de la vida de la Iglesia.

El segundo apéndice contiene una colección de súplicas y oraciones que los fieles, libre y privadamente, pueden utilizar en la lucha que sostienen contra los poderes de las tinieblas. Hace diez años se especificaba que con permiso de la Congregación se puede seguir utilizando el ritual anterior. Ahora, con el Motu Propio Summorum Pontificum esta decisión queda en manos del exorcista.

Para ahondar toda esta rica y compleja temática recomendamos al lector que acuda a bibliografía competente. Recomiendo la obra de René Laurentin, El demonio, ¿mito o realidad?

Dr. Joan Antoni Mateo García
Instituto de Teología Espiritual de Barcelona

12.01.09

Líbranos del Maligno (I). Reflexiones sobre el diablo y los exorcismos a los diez años de la publicación del nuevo Ritual

Hace unos diez años, con ocasión de la publicación del nuevo ritual de exorcismos, escribí un artículo que ahora ofrezco con algunos retoques. Me parece que sigue siendo muy actual y puede aportar luz en un tema que muchos no tienen claro.

La lucha contra el Maligno
El nuevo ritual de exorcismo de la Iglesia Católica.

Líbranos del Maligno. El testimonio de Jesús y de San Pablo.

Jesús, según testifican los Evangelios, realizó la liberación de muchos poseídos por el demonio en momentos decisivos de su ministerio. Los exorcismos que realizaba iluminan el misterio de su persona y misión (cf. p. e. Mt 8, 28-34; 12, 22-45). Sin poner nunca a Satanás en el centro de su mensaje, Jesús habla en momentos decisivos y con declaraciones importantes. El Señor comienza su ministerio siendo tentado por el Maligno en el desierto (cf. Mc 1, 12-13). El Señor advierte constantemente a los suyos sobre la presencia y acción del Maligno, p. e., en el sermón de la montaña y en el paternóster (Cf. Mt 5, 37; 6,13). En sus parábolas Jesús atribuye a Satanás los obstáculos que encontraba en su predicación (cf. Mt 13, 19), como la mala semilla sembrada en el campo (Cf. Mt 13, 39). A Simón Pedro le anuncia que las “puertas del infierno” querrán prevalecer por encima de su Iglesia (cf. Mt 16, 19) y que Satanás miraría de cribarlo como el trigo (cf. Llc 22, 31). En el momento de dejar el cenáculo Cristo declara inminente la venida del “príncipe de este mundo” (Jn 14, 30) aunque Él sabe que este personaje ya ha sido juzgado y condenado (Jn 16, 11). Estos hechos, recuerda el documento de la CDF Fe cristiana y demonología, no son casuales ni pueden ser tratados como datos fabulosos que deben ser desmitificados.

Pablo ha recogido los elementos más importantes de la enseñanza sobre el Maligno y le combate espiritual. El Apóstol habla del drama redentor como de una lucha suprema de Cristo contra las potencias del Mal.
San Pablo no duda en afirmar que Dios ha anulado la condena que pesaba sobre los hombres y que Dios ha desposeído de poder a Principados y Potestades, haciendo un público espectáculo de los vencidos en el séquito triunfal de Jesucristo (Cf. Col 2,15).
San Pablo describe el efecto de lo obra redentora haciendo ver que aquellos que estaban muertos como consecuencia de las culpas y pecados y que vivían según “el Príncipe de las potencias de los aires, aquel Espíritu que opera en los hombres rebeldes” (Cf. Ef 2,2), han sido salvados por gracia y viven ahora de la vida de Cristo. Además, el Apóstol habla “de aquellos que se pierden, a los cuales el Dios de este mundo ha cegado la mente incrédula para que no vean la luz del glorioso evangelio de Jesucristo” (Cf. 2 Cor 4, 4).
Aquellos que han sido liberados del dominio de Satanás corren el riesgo de recaer, cediendo a las sugestiones del Maligno (1 Cor 7, 5). Por eso el Apóstol advierte de no ceder espacio al Diablo (Cf. Ef 4,27). La vida cristiana comporta una lucha constando contra el Demonio y hay que temer que se retorne a la seducción de la Serpiente antigua (Cf. 2 Cor 11, 3).
Esta lucha se hará intensa en las postrimerías de la historia cuando el Impío, que sostenido por Satanás obrará muchos prodigios, será derrotado en la segunda venida del Señor (Cf. 2 Tes 2, 7-10).
Pablo constata en su propia experiencia apostólica esta temible lucha que no combate únicamente personas humanas. EL Apóstol encontró tremendos obstáculos a la evangelización (también los encuentra la Iglesia hoy) y entendió de dónde provenían. Nos dejó un testimonio de su experiencia para que aprendamos también nosotros: “Revestíos con la armadura que Dios os da para poder hacer frente a los ataques astutos del diablo. Pues no nos toca de luchar contra realidades humanas, sino contra las potencias y las autoridades, contra los que dominan este mundo de tinieblas, contra los espíritus malignos que están a las regiones aéreas…” (Cf. Ef 6, 11-12).
¿Tendremos los cristianos de hoy la buen cordura de acoger estas palabras que el Espíritu Santo nos dirige por boca del Apóstol?

LA Iglesia recuerda: El Maligno existe y actúa.

El 22 de noviembre de 1998, el Prefecto de la Congregación para el Culto divino y de la disciplina de los sacramentos, firmaba el decreto de promulgación del nuevo ritual de exorcismos de la Iglesia Católica. El ritual fue públicamente presentado a primeros año. Los medio de comunicación, también los de nuestro país, se hicieran eco de esta noticia. En la mayoría de los casos los periodistas apuntaban una cierta ironía al tema con observaciones que reflejaban una idea de fondo: ¿Cómo es posible, aún hoy, hablar de manera seria del demonio?
La naturaleza y acción de los ángeles caídos no es un tema fácil y se presta fácilmente a desviaciones doctrinales o a supersticiones groseras. No es fácil hablar con acierto del demonio pero eso no significa que no exista ni que la Iglesia de nuestros tiempos pueda abandonar la lucha contra el Maligno.
La Iglesia ha reprobado siempre toda forma de superstición y la preocupación excesiva o enfermiza por Satanás y los demonios. Nunca ha sido este le tema central de la predicación. Pero eso no quiere decir que la consideración del demonio no tenga qué ver con el mensaje de la Buena Nueva del Señor resucitado y de la salvación que nos ha obtenido en su Misterio Pascual, cuando ha sido vencedor del Maligno, del pecado y de la muerte. Ya San Juan Crisóstomo advertía a los cristianos de Antioquía: “No es ningún placer para mí hablaros del diablo, pero la doctrina que este tema me sugiere será muy útil para vosotros”. Como advierte el documento de la Congregación para la Doctrina de la Fe (CDF), Fe cristiana y demonología, sería un error funesto comportarse como si el Maligno no existiese y considerar que la redención ya ha producido todos sus efectos sin que sea necesario sostener la lucha de la cual nos habla el Nuevo Testamento y los maestros de la vida espiritual.

La demonología constituye un apartado de la teología que ha sido últimamente olvidado. Muchos estudiantes, seminaristas y futuros presbíteros, raramente han oído hablar del demonio en las aulas de las facultades teológicas y no es difícil encontrar aún sacerdotes y catequistas que cuando oyen hablar del tema esbozan una sonrisa tan llena de ingenuidad como de ignorancia.

En nuestro ambiente secularizado, lo más cómodo –pero no ciertamente lo más cristiano- es no hablar del demonio y esconder la cabeza bajo el ala. Y mientras tanto, como muchos observadores ponen en evidencia, el satanismo aumenta de manera alarmante en este mundo secularizado. Un dicho irónico pero acertado, afirma que la más gran victoria del demonio en nuestros días es haber logrado hacernos creer que no existe. Eso comporta no tenerlo presente y no preocuparse para luchar contra él, quedando de esta manera muy desarmados ante un temible enemigo del cual no somos conscientes. Esta actitud evasiva no concuerda con el testimonio bíblico y eclesiástico del que se aparta quien niega la existencia del diablo.

Ya hace casi dos mil años, el Príncipe de los Apóstoles y primer Papa, San Pedro, advertía con palabras claras a los cristianos de su tiempo de guardarse de las insidias del diablo. El texto es meditado cada semana en la lectura breve de las completas del martes:

“Sobrii estote et vigilate, quia adversarius vester diabolus tamquam leo rugiens circuit quaerens quem devoret; cui resistite fortes in fide” [Sed sobrios; velad. Vuestro adversario, el diablo, como un león que ruge, ronda buscando quien engullir; resistidle, firmes en la fe, sabiendo que los mismos sufrimientos los deben soportar todos vuestros hermanos que hay al mundo] (1 Pe 5, 8-9).

Dos milenios después, un sucesor de Pedro y Vicario de Jesucristo, el papa Pablo VI, volvía a advertir dramáticamente sobre esta terrible realidad:

“Delante de de la situación de la Iglesia de hoy, tenemos el sentimiento que, por algunas fisuras, el humo de Satanás ha entrado en el pueblo de Dios. Vemos la duda, la incertidumbre, la problemática, la inquietud, la insatisfacción, el enfrentamiento. Ya no se tiene confianza en la Iglesia, se confía en el primer profeta que acaba de llegar… sin tener en cuenta que nosotros ya poseemos la verdadera Vida y que Nosotros somos maestros… Se creía que después del Concilio el sol habría brillado sobre la historia de la Iglesia, pero en lugar de sol hemos tenido las nubes, la tempestad, las tinieblas, la búsqueda y la incertidumbre. Hemos promovido el ecumenismo y nos separamos cada día más unos de otros… ¿Cómo ha podido producirse todo eso? Una potencia adversa ha intervenido. Su nombre es el diablo: este ser misterioso al cual se refiere San Pedro en su carta (1 Pe 4, 8-9)… Nosotros creemos en la acción que Satanás ejerce hoy en el mundo…”.

La fe de la Iglesia afirma claramente la existencia del Maligno y su acción, aun reconociendo su carácter misterioso. El documento de la CDF del 26 de junio de 1975 acaba con unas palabras que siempre debemos tener bien presentes en este tema:

“La realidad demonológica, testificada concretamente por aquello que nombramos al Misterio del Mal, permanece aún hoy como un enigma que rodea la vida cristiana. Nosotros no sabemos mejor que los Apóstoles por qué lo permite el Señor ni cómo lo hace servir para sus designios”.

El mismo año 1972, concretamente en la audiencia general del 15 de noviembre, el Papa volvía a recordar a la Iglesia la misteriosa realidad del diablo:

“El pecado es efecto de la intervención en nosotros y en nuestro mundo de un agente oscuro y enemigo, el demonio. El Mal no es solamente una deficiencia. Es el hecho de un ser vivo, espiritual, pervertido y pervertidor. Realidad terrible, misteriosa y temible. Se apartan de la enseñanza de la Biblia y de la Iglesia aquellos que rehúsan reconocer su existencia o que hacen de Él un principio autónomo que no tiene, como toda criatura, su origen en Dios, o que lo explican como una pseudorrealidad, una invención del espíritu para personificar las causas desconocidas de nuestros malos”.

Se trata de una realidad misteriosa pero claramente testificada por las fuentes de la Revelación. La acción del Maligno y la lucha contra él por parte de la Iglesia tienen, a mi parecer, mucho a ver con la situación actual de la Iglesia. A propósito de esta última consideración quiero evocar el testimonio del famoso exorcista Gabriele Amorth sobre la supuesta visión diabólica del Papa León XIII y de las rogativas de exorcismo que mandó rezar a toda la Iglesia aquel Pontífice. Antes de la reforma litúrgico llevada a cabo después del concilio Vaticano II, el celebrante y los fieles se arrodillaban al acabar la Misa para rezar una oración a la Virgen María y otra a San Miguel Arcángel (rogativa, que por cierto, ha sido recuperada por el Nuevo Ritual de exorcismos y que los fieles pueden rezar libremente). La oración, así decía en su versión latina:

“Sancte Michaël Archangele, defende nos in proelio. Contra nequitiam et insidias diaboli esto praesidium. Imperet illi Deus, supplices deprecamur. Tuque, Prínceps militiae caelestis, Satanam, aliosque Spiritus Malignos quien ad perditionem animarum pervagantur in mundo, divina virtute in infernum detrude. Amen”.

Don G. Amorth se pregunta sobre el origen de esta rogativa y dice (siguiendo lo que escribió el P. Domenico Pechenino en Ephemerides Liturgicae):

“No acuerdo exactamente el año. Una mañana, el Santo Padre León XIII había celebrado la Santa Misa y como de costumbre, estaba asistiendo a otra en acción de gracias. De repente, vi que levantaba la cabeza de manera enérgica y miraba alguna cosa por encima del celebrante. Miraba fijamente, sin cerrar los ojos por nada, pero con un aspecto de terror y de maravilla, cambiado el color de su cara. Le pasaba alguna cosa grande y extraña.
Finalmente, como retornando en sí, con un ligero pero enérgico gesto, se levantó. Vemos que se encamina a su despacho privado. Los familiares le siguen con prisa y ansiedad. Le dicen “Santo Padre, ¿os encontráis bien? ¿Necesitáis alguna cosa?” y él responde “nada, nada”. Transcurrida media hora hace llamar el Secretario de la Congregación de Ritos y, dando un folio, manda que sea impreso y enviado a todos los obispos diocesanos del mundo. ¿Qué contenía? La rogativa que rezamos al acabar la Misa con el pueblo con la súplica a Maria y la encendida invocación al Príncipe de las milicias celestiales, implorando a Dios que confine a Satanás al infierno”.

La rogativa fue enviada a los obispos el año 1886. Refiriéndose a esta rogativa dice el Cardenal Nasalli Rocca:

“León XIII escribió personalmente esta oración. La frase [los demonios] que vagan por el mundo para perder las almas tiene una explicación histórica que nos fue referida en diversas ocasiones por su secretario particular, Mons. Rinaldo Angeli. León XIII experimentó verdaderamente la visión de los espíritus infernales que se concentraban sobre la Ciudad Eterna; de esta experiencia nació la oración que él quiso hacer rezar a toda la Iglesia. Él la rezaba con voz vibrante y potente: la oímos muchas veces en la Basílica Vaticana. Y no sólo eso, sino que escribió de puño y letra propios un exorcismo especial contenido en el Ritual Romano (edición de 1954, tit. XII, c. III, pp. 863ss.). El Papa recomendaba a los obispos y sacerdotes que rezasen a menudo este exorcismo en sus diócesis y parroquias. Él, por su parte, lo rezaba frecuentemente a lo largo del día”.

Sería muy conveniente restaurar estas oraciones como también traducir correctamente la última petición del Padrenuestro que decir “líbranos del Maligno” y no “líbranos del mal”. La traducción catalana, si cabe, aún es más desafortunada “ans deslliureu-nos de qualsevol mal”, como rezamos actualmente. “Cualquier mal” puede ser un malo de muelas, y no se trata de eso.

El diagnóstico de Pablo VI en el año 1972 nos parece aún hoy muy válido y acertado. Hoy, sin embargo, providencialmente, la Iglesia toma una conciencia más viva de la necesidad de luchar con eficacia contra el enemigo común del género humano. El nuevo ritual de exorcismo y las rogativas por la liberación del mal que le acompañan pueden ser un paso adelante en esta lucha.

Hay que conocer el Maligno para poder luchar contra Él. Muchos pueden pensar que es una cosa pasada de moda insistir hoy en este tema. Nosotros pensamos con Pablo VI que éste es uno de los temas más urgentes para afrontar hoy. Evocando una frase de San Agustín sobre el pecado original yo diría que esta realidad, la del diablo, es “nihil obscurius ad intelligendum, sed nihil necessarium ad loquendum”, nada más difícil para entender, nada más necesario de hablar…

En el discurso de la audiencia del 15 de noviembre de 1972, Pablo VI declaraba: “¿Cuáles son las necesidades más grandes de la Iglesia? Que no os maraville como simplista o incluso supersticiosa o irreal nuestra respuesta: Una de las más grandes necesidades de la Iglesia es la defensa contra este mal que llamamos demonio”.

Ciertamente, como observa Don G. Amorth, las palabras del Papa superan el restringido campo de los exorcismos, pero es también cierto que lo incluyen.

El nuevo ritual de exorcismos en su proemium y en los praenotanda resume y recuerda las principales convicciones de la fe de la Iglesia sobre la existencia y acción del Maligno y sobre la lucha que los cristianos debemos llevar a cabo.

(continuará)

Dr. Joan Antoni Mateo Garcia
Profesor del Instituto de Teología Espiritual de Barcelona

4.01.09

Ateos confusos

ATEOS CONFUSOS

Pregunta:

No sé si está usted al caso de una campaña atea iniciada en Inglaterra y que ahora se va a realizar en Barcelona. Se trata de unos autobuses donde figuran unos carteles que dicen: “Probablemente Dios no existe. Deja de preocuparte y goza de la vida”. ¿Cómo contraatacar?

Respuesta:

A menudo, el mejor desprecio es no hacer aprecio. Conozco la campaña. En Inglaterra se ve que no ha tenido mucho éxito. Yo creo que va a convencer a los convencidos y por lo demás no deja de parecerme muy ingenua. Los creyentes tenemos muy claro que Dios, no sólo existe, sino que actúa positivamente en nuestras vidas y para nosotros no es ningún motivo de preocupación, todo lo contrario. En todo caso empezaríamos a preocuparnos si pensáramos que Dios no existe pues Dios es para nosotros luz y alegría. El rostro de Dios que se nos ha revelado en su Hijo Jesucristo no es precisamente el de un “Dios aguafiestas”. Dios se alegra con la alegría y el gozo de sus hijos y si de algo nos advierte que hemos de apartarnos es de aquello que no nos deja crecer como auténticas personas. Me da la impresión que los creadores de la campaña poco o nada entienden de la experiencia de los creyentes y deben tener en su mente un concepto de Dios bastante rarito por decirlo así. Me da igualmente la impresión que estos ateíllos andan algo confusos pues incluso ya empiezan a dudar de su dogma fundamental: que Dios no existe. Así lo da a entender el enunciado “probablemente”. Tratándose de una cuestión de tanta trascendencia me parece pueril incitar a actuar sólo por una probabilidad. En todo caso, si de probabilidades se tratara, lo más sensato, según la teoría de la apuesta del sabio Pascal, sería apostar por Dios con todo lo que comporta. Los grandes teóricos del ateísmo del siglo XIX pontificaban sin dudas que Dios no existía. Veo que sus secuaces ya no están tan seguros y hemos de alegrarnos por ello. Finalmente, los creyentes no sólo creemos que Dios existe sino que incluso sabemos que su existencia puede ser demostrada por argumentos metafísicos mucho más ricos que estos misérrimos eslóganes arrastrados por autobuses. Por último, una advertencia: tal vez sea prudente no subirse a estos autobuses. Creo que el Titanic llevaba una inscripción que decía: “Ni Dios me hunde”… Bromas aparte, tal vez la mejor manera de “contraatacar” sea testimoniar con una vida luminosa el gozo que supone creer de verdad en Dios y estar siempre dispuestos a dar razón de nuestra esperanza a quien nos lo pida razonablemente. Y poco preocuparse por estos autobuses. Nada me extrañaría que los efectos de esta campaña sean totalmente contrarios a los que pretenden sus autores. Los caminos del Señor son inescrutables…

28.12.08

¡Oh cruel Herodes! Una reflexión razonable ante la tragedia del aborto

Recorriendo las páginas de mi Liber Usualis he encontrado un bello y antiguo himno gregoriano con un significativo título: Crudelis Herodes. Me inspira el tema a proponer.
Hoy 28 de diciembre de 2008 coinciden la Fiesta de la Sagrada Familia y los Santos Inocentes. La familia y la vida: todo un programa y un reto para nuestros agitados días. Sólo puede tener futuro una sociedad que apueste decididamente por la familia y la vida.
Ofrezco hoy a los lectores un artículo que publiqué hace unos tres años en el Diari d’Andorra. Con la esperanza que haga reflexionar ante el drama del aborto.

¿Cuestión de fe? Quizá si, quizá no…

¿Cómo afrontar temas como el del aborto con personas que no comparten la fe y la moral cristianas? ¿Es posible que nos lleguemos a entender, o estamos condenados a un diálogo de sordos? En efecto, muchos partidarios de despenalizar el aborto aducen que la defensa de la vida que hace la Iglesia Católica con la consecuente oposición al aborto es consecuencia exclusiva de una profesión de fe que no se puede imponer.
A pesar de que estoy convencido que toda moral y toda ética reclaman per se un fundamento trascendente, creo que es posible encontrar algunos puntos de diálogo y consenso. Me gustaría recordar que para Kant, un de los padres de la modernidad, la realidad innegable de la moral y del sentido del deber reclaman la libertad, la inmortalidad del ser humano (alma) y la existencia de Dios. Son los famosos “postulados de la razón práctica” de este filósofo, sin los cuales no es razonable plantear la moral. Es una pena que muchos pensadores que recurren a Kant con frecuencia, olviden este aspecto de su filosofía.

Me da la impresión que en lo debate entorno al aborto no se acaba de llegar al fondo inexplícito del problema y que suele quedar ocultado y desfigurado por temas de orden secundario y por todo tipo de sofismas baratos.
La mayoría de los pro-abortistas parten de un supuesto fundamental: Nunca se trata de eliminar una persona. Si no fuera así, el planteamiento sería criminal de entrada. Sin embargo, ¿se puede demostrar que no está en juego la vida de una persona?Desde un punto de vista científico, es innegable que el embrión humano —desde el primero momento— es un individuo de nuestra especie, el cual, si no encuentra obstáculos, devendrá un ser humano plenamente constituido. ¡Todos hemos sido embriones! Hay que preguntarse si la realidad humana es pensable al margen de una categoría tan fundamental como es la “persona”.
Tampoco podemos dudar que la persona y su dignidad son un valor o referente común para la mayoría de la nuestra cultura. Nunca se había hablado, escrito y discutido tanto sobre la persona humana y su dignidad intangible como fundamento de todo sistema ético. Sería bueno recordar también que el concepto de “persona” actual se forja en la larga tradición bíblica y cristiana, sin embargo, como estamos en tiempo de amnesia colectiva, se olvidan tantas cosas elementales.
Ahora bien, los promotores del aborto deben preguntarse seriamente, tal como lo pide tan delicada cuestión, sobre los argumentos que utilizan para decidir, con respecto a la vida humana, cuando adquiere ésta su estatuto personal, es decir, en qué preciso momento —si es que realmente existe este instante— la vida humana pasa de realidad impersonal a realidad personal. Supongo que los abortistas no aceptan que en el aborto se elimine realmente una persona humana y, por eso, deben creer que hay un momento en el que la vida humana no es personal. Si es así, deben aceptar también que el hecho de ser persona no es algo sustancial y fuente de valores intangibles. Me parece una temeridad y arbitrariedad descomunales afirmar, para poner un ejemplo, que a las once semanas y seis días aún no existe el ser personal y que a las doce semanas sí. Desafío a los abortistas a que demuestren tales presupuestos.Los abortistas también deben esclarecer si la realidad personal es reconocida o bien otorgada, y, si es así, en función de qué parámetros. Yo creo que éstas y otras preguntas, planteadas con honradez y rigor, son suficientes para que toda persona intelectualmente honesta tenga serias dudas sobre la moralidad del aborto. Y, delante de de éstas dudas, recuerden la máxima jurídica “in dubio, pro reo”: delante de de la duda, hay que favorecer el reo. Y aquí no se trata de un reo sino de un ser inocente que, si no se lo impiden, será en pocos meses un niño que verá la luz del sol, el regalo de una nueva persona al mundo. Y creo que estos argumentos pueden ser planteados razonablemente a cualquiera persona, aunque que no sea cristiana o ni tan sólo crea en Dios. Son preguntas que planteo para un debate serio y sin precipitaciones.

Defender la vida humana personal desde el primero momento no es una cuestión de fe; o, quizá sí, si se trata de una fe en el hombre y en la razón que todavía no hemos acabado de perder del todo. Como al cruel Herodes, me parece que a muchos abortistas les mueve una ciega irracionalidad y un miedo atroz a la vida.

Dr. Joan Antoni Mateo Garcia, Pbro.
Delegado Diocesano para la Pastoral de la Familia y la Vida del Obispado de Urgell