21.11.09

Expectativas litúrgicas: los lectores del blog opinan.

El Santo Cura de Ars, nos lo recordaba Benedicto XVI en la carta a los sacerdotes con ocasión del año sacerdotal, estaba convencido de que todo el fervor en la vida de un sacerdote dependía de la Santa Misa. Decía: “La causa de la relajación del sacerdote es que descuida la Misa. ¡Dios mío, que pena el sacerdote que celebra como si estuviera haciendo una cosa ordinaria!”.
Estas palabras de San Juan María Vianney me recordaban otras que me dijo hace años en Roma, a las puertas de mi sacerdocio, un buen jesuita, digno de este nombre, el P. Antonio María de Aldama, con quien tuve el privilegio de recibir dirección espiritual: “Celebra cada día la Santa Misa. Celébrala como si fuera tu primera Misa, tu única Misa, tu última Misa”. Durante estos años, ya cerca de mi jubileo de los veinticinco años de sacerdocio, me he esforzado por vivir este santo y sabio consejo, celebrando el Santo Sacrificio con atención, devoción y piedad.

Hoy recojo en este artículo algunas opiniones que escribieron los lectores a mi post sobre la Liturgia. Creo que en su mayoría nos ofrecen a los sacerdotes consejos muy atinados. Expongo a continuación trece de estas opiniones que los lectores escribieron y añado un pequeño comentario a cada una, al mismo tiempo que invito a seguir participando en este tema tan crucial como es la Liturgia.

Opiniones de los lectores

1. ¿Qué cosas considera usted que podrían y deberían mejorar en las celebraciones de la liturgia? Estoy, para empezar, de acuerdo con su perspectiva, lo que sucede -y es algo que le iba a mencionar desde el principio- es que es raro hallar sacerdotes que se tomen estas cosas con la naturalidad con que se las toma usted. Para empezar, eso es lo primero que debería cambiar: la desconfianza hacia los cambios.

Le cuento, a manera de detalle, que en mi país nadie toma la comunión de rodillas y cuando pregunté en la Conferencia Episcopal y en la Curia sobre las disposiciones del Arzobispo, me han respondido: Si, pero mejor no. Y no, porque sobre documentos eclesiales y sobre directrices del Pontífice, prevalecen para mi amado Obispo, sus directrices pastorales. Consulté al respecto también a algunos sacerdotes y seminaristas y reaccionaron de la misma manera: Si, pero mejor no, por razones pastorales… se me hace que para muchos sacerdotes y obispos, Cristo ha dejado de ser acontecimiento para trocarse en una directriz administrativa.

Comentario: Creo efectivamente que los sacerdotes debemos tener una gran apertura y disposición positiva del espíritu a todas las indicaciones que nos lleguen por parte del Magisterio, especialmente a las directivas litúrgicas del Santo Padre. Y, por supuesto, lo peor que le podrá pasar a un sacerdote es convertirse en un “funcionario” dejando de configurarse a Cristo Pastor.

2. Yo solo pido y seguiré pidiendo una cosa: Que los sacerdotes sean obedientes, que cumplan lo que dicen las rúbricas y la OGMR así como todos los documentos emanados de Roma sobre liturgia. Esa “reforma” hoy por hoy sería revolucionaria, algo que varias generaciones de católicos no hemos conocido: que los sacerdotes de forma generalizada sigan el misal y las normas.
Es absurdo que se edite un nuevo misal, que se modifique la OGMR que se publiquen encíclicas, cartas… si luego muchos sacerdotes SE RÍEN DE ELLAS. Es verdad que en la mayoría de las misas no se dan los casos que aparecen con toda difusión en internet, pero también es verdad que rara es la misa a la que vamos en la que el sacerdote no se salte algo (o lo interprete a su manera) de lo que pone el misal y dictan las normas. En las iglesias a que yo voy no hay abusos escandalosos pero sí errores continuos: modificación arbitraria de los textos del misal, admoniciones infinitas incluso en mitad de la consagración, sacerdotes dando la paz por media iglesia… ¿Para qué queremos más reformas, contrarreformas y metarreformas si después los encargados de llevarlas a efecto -que son los sacerdotes- las ignoran?

Comentario: La indisciplina es causa de muchos de los males que nos afligen. Ya en su momento la constitución Sacrosanctum Concilium ordenaba que “nadie se atreviera a introducir cambios en la Sagrada Liturgia por su propia cuenta y riesgo”. Lamentablemente hemos tenido que sufrir muchos desmanes para advertir a dónde conduce la arbitrariedad. Sin duda, hay que observar todas las normas y rubricas que están al servicio de la unidad.

3. Yo pediría dos cosas:
1) Revisar de arriba abajo las traducciones, como ha hecho la CE de Estados Unidos (y en mi opinión, la traducción revisada supone una mejora GIGANTESCA).
2) Hacer lo imposible para que los sacerdotes dejen de cambiar a su antojo las palabras del misal

Comentario: El asunto de las traducciones no es un tema menor. En muchos casos se impone una revisión a fondo.

4. Lo que les pediría a quienes celebran con el misal ordinario es que retomen la actitud teocéntrica de adoración, junto con las rúbricas que la facilitan (el sacerdote de cara al Oriente, la recitación en secreto de algunas oraciones, la ausencia de temperamento de showman, etc.). Es un cambio de actitud más que un texto o una rúbrica. En eso, “contagiarse” del rito romano extraordinario es siempre bueno.

Comentario: Yo he celebrado siempre según el rito romano en su modo ordinario y creo que somos muchos los sacerdotes que mantenemos la actitud de adoración. Y aunque ordinariamente celebro “versus populum”, espiritualmente siempre lo hago “conversus ad Dominum”. La cruz en medio del altar me ayuda a esta disposición.

5. Redemptionis Sacramentum bien claro expresa:

[91.] En la distribución de la sagrada Comunión se debe recordar que «los ministros sagrados no pueden negar los sacramentos a quienes los pidan de modo oportuno, estén bien dispuestos y no les sea prohibido por el derecho recibirlos». Por consiguiente, cualquier bautizado católico, a quien el derecho no se lo prohíba, debe ser admitido a la sagrada Comunión. Así pues, no es lícito negar la sagrada Comunión a un fiel, por ejemplo, sólo por el hecho de querer recibir la Eucaristía arrodillado o de pie.
Los Obispos siguen teniendo la facultad de poder decir si se permitirá o no dar la comunión en la mano, y según entiendo, de aconsejar y promover recibirla de rodillas y en la boca.

Comentario: Negar la Sagrada Comunión a un fiel que la solicita arrodillado constituiría un grave abuso de autoridad, intolerable, equiparable a negarla a un fiel que la pide de pie en conformidad con las disposiciones de la Iglesia.

6. En mi opinión, es importante recuperar el latín, pero todavía es más importante que el sacerdote celebre hacia Dios, en vez de dándole la espalda (si es que el sagrario, es decir, Cristo verdaderamente presente, está donde debe estar, en el lugar central). Ustedes los sacerdotes no se dan cuenta de hasta qué punto lo que hacen y dicen, y cómo lo hacen y cómo lo dicen, atrae la atención de nosotros, los fieles. He asistido a Misas cara al Sagrario y ¡qué distinto! El sacerdote es como si no existiera, sólo existe Dios y la adoración a Dios. Así, además, los errores que ustedes, como es lógico y humano, cometen, se notan mucho menos y la celebración no se ve afectada por ellos.

Comentario: En verdad nunca tengo la impresión de “dar las espaldas a Dios” cuando celebro. Eso sí, procuro siempre no dar la espalda al Santísimo Sacramento. La presencia real de Jesucristo en el Santísimo Sacramento permanece después de la Santa Misa y recibe en el Sagrario la adoración de los fieles. A veces es más digno que esta presencia esté en una capilla apropiada para la adoración que en la nave central de grandes templos. Y los errores, más que ocultarlos, mejor no cometerlos ¿no le parece?

7. Lo primero, es que el sacerdote crea en Dios, en Jesús presente en la Eucaristía, en el gran misterio del sacrificio de Cristo sobre el altar, y por consiguiente se acerque al altar lleno de temor reverencia y humildad, preparándose con recogimiento unos minutos antes de iniciar la Santa Misa y no llegar ante el altar a toda velocidad, sin ninguna reverencia incluso mirando a veces el reloj como si fuera a jugar una partida de tenis y vestido con la mitad de indumentos que debe vestir.

Atenerse fielmente a los textos litúrgicos y celebrar la misa entera, dejar de inventarse la mitad de los mismos o reducirlos al mínimo, no hacer comentarios fuera de ellos, especialmente si estos son personales, Dejar de actuar como si estuviera en un teatro, o intentar hacerse el simpático, el amable, el buenista. Todo personalismo del sacerdote da la vuelta a lo que debe ser el celebrante en la Santa Misa que debe desaparecer ya que actúa en la persona de Cristo y es solo en Cristo que se debe centrar la atención, la adoración y oración. Por ello lo lógico es que el sacerdote de la espalda a los fieles. Tanto para el sacerdote como para los fieles es una distracción el contemplarse mutuamente en lugar de estar centrados en la celebración
El sacerdote debería de mostrar el máximo respeto y adoración cuando da la Comunión, en la forma que coge el cáliz con las Sagradas Formas y como da la Comunión a los fieles si realmente cree como dice al dártela que aquella hostia es el Cuerpo de Cristo, y no dar la Santa Comunión como si estuviera repartiendo hojillas a la puerta del cine a toda velocidad, corre corre, vuela vuela. Observar este lamentable espectáculo es suficiente para comprender la fe y el estado espiritual del celebrante. Asi como observar la omisión de arrodillarse cuando debe hacerlo durante la Misa, o al abrir y cerrar el Sagrario. Debería haber siempre un reclinatorio delante del altar, para que los fieles puedan arrodillarse si lo desean para recibir la Santa Comunión, tal como hace el Santo Padre en Roma ejemplo que se debería seguir en todas las Iglesias.

Naturalmente el sacerdote debería preparar muy bien la homilía, y no repetir de manera torpe, lo que ya nos ha dicho magistralmente el Evangelio. Si no es un buen orador como sucede normalmente, que eduque al pueblo de Dios en alguna verdad de nuestra fe, verdades de las que nunca mas se oye habla ni se explican a los fieles, los cuales la mayoría hoy día no conoce ni el catecismo. En fin la reforma litúrgica se hará automáticamente cuando nuestra jerarquía y clero vuelvan a ser Católicos Apostólicos Romanos, santos, fieles y creyentes, lo que los convertirá en valientes para abandonar lo políticamente correcto, y el espíritu de este mundo del cual han sido impregnados, para volver a ser verdaderos discípulos de Nuestro Señor Jesucristo.

Comentario: Suscribo casi la mayoría de sus proposiciones y recalco que, como dice, todo se edifica sobre la fe. No por casualidad proclamamos en la Santa Misa “Mysterium fidei”. Por cierto, es muy importante, en el transcurso del año litúrgico, predicar todas las verdades.

8. Creo que la Santa Misa debería celebrarse “ad orientem". Solamente las lecturas serían en lengua vernácula, y en esto deberían tanto los lectores como los oficiantes en leer claramente, con buena vocalización y teniendo en cuenta que, sobre todo en las últimas edificaciones, la acústica es mala, y los que ya somos algo deficientes de oído no entendemos nada. Si se preguntara a los fieles en una encuesta, más del 50% no sabrían qué se leyó, o se predicó en las homilías. Se ha de procurar adoctrinar, en caso de comunión en la mano, de la forma ritual de hacerlo. Por varias razones sería conveniente volver al Misal manual. Gracias

Comentario: Agradezco la valoración que hace sobre la importancia de la Palabra de Dios bien proclamada y explicada. Creo que debería recuperarse el uso del latín, sin embargo, la Santa Misa puede celebrarse con toda la dignidad que le corresponde en español, francés o cualquier otra lengua siempre que se haya hecho la correcta traducción.

9. Normas respetadas, creatividad pausada, progreso equilibrado, entonada adaptación al momento y a la comunidad, sin salirse del patrón, pero “sin decir como el sacristán los rezos", y siempre con dignidad o al menos “vergüenza para el oficio".

Comentario: Me gusta esto de “vergüenza para el oficio”. Yo diría “profesionalidad”, que también debe tenerla y acreditarla el sacerdote en su ars celebrandi.

10. Recuperaría las posturas durante la Santa Misa.
De rodillas desde el inicio del Canon hasta la oración del padrenuestro.
Comunión de rodillas y en la boca.
De rodillas o profundamente inclinados durante la bendición.
La oración de San miguel al final de la Misa.
Las tres Avemarías y la Salve arrodillados sacerdote y asistentes, como final.
Recuperación de las genuflexiones delante del Sagrario, de nuevo en el Centro de la Iglesia.
Silencio absoluto dentro de la Iglesia.
En una palabra Adoración en posturas y actitudes.

Comentario: Oportuna su insistencia en la adoración. Hay que tener en cuenta, sin embargo, que son muchas las personas que físicamente ya no pueden arrodillarse. Para los demás, creo que debe recuperarse este nobilísimo gesto de adoración.

11. Pocos cambios y bien pensados. No podemos andar mareando continuamente al personal.

1. Revisar los ritos introductorios. La Santa Misa comienza muy ex abrupto. Reintroduciría las preces ante el altar: Introibo (versión breve), Confiteor (doble, para el celebrante y el pueblo. Es hermoso ver como el pueblo intercede por su sacerdote), la preciosa oración Aufer a nobis y el Oramus que acompañaba el beso al altar.

2. Después de esto pasar a la sede. Se reservaría para el altar (todos mirando ad Dominum) la liturgia sacrificial.

3. Restituiría las antiguas oraciones de presentación de los dones por su lenguaje claramente sacrificial.

4. El Canon Romano debería ser como en el Misal de 1963.

5. Suprimiría el rito de la paz o lo colocaría en otro momento.

6. Obligación estricta salvo para inválidos de arrodillarse durante la consagración.

7. Favorecería la Comunión de rodillas y suprimiría del todo la comunión con la mano.
8. Una Misa en latín obligatoria al menos una vez al mes.

Gracias por permitir expresarnos. No sé si nos harán mucho caso…

Comentario: Yo quiero hacerle caso recogiendo sus sugerencias que, salvo algún matiz, me parecen muy sensatas. Me da la impresión que es usted sacerdote o ha estudiado bastante liturgia.

12. Lo primero que cambiaría es la actitud. Parece que el carácter sacrificial y ritual, y sobre todo la debida reflexión sobre lo que implica la Presencia Real de la Divina Majestad, durante la Misa se ha perdido. Creo que es fundamental. Y a partir de ahí los corolarios son fáciles de elucidar.

Me parece que volver a orientar al sacerdote con el pueblo es fundamental, no sólo por la ruptura y las cuestiones teológicas, sino por las prácticas. El Presbítero no preside una asamblea (es la estrella del show), sino es el primero y portavoz de la oración del pueblo.

Entiendo las razones del Santo Padre por utilizar la forma intermedia y temporal del crucifijo, pero me temo que no es suficiente

Comentario: Coincido con usted en la necesidad y urgencia de recuperar la comprensión sacrificial de la Santa Misa. De hecho la Misa es, por esencia, el Sacrificio, y es alarmante constatar en muchos fieles, particularmente jóvenes, la capacidad más absoluta de relacionar “Misa” y “sacrificio”.

13. Daría gracias a Dios si mientras se comulgara y después de hacerlo se estuviera en completo silencio durante los diez - quince minutos en los que el Señor está presente. Porque estorban los cantos y los comentarios del sacerdote en estos precisos y preciosos momentos.
Si estamos allí por Jesús y es cuando comulgamos que Jesús viene y vive en nosotros, entonces, ¿por qué no compartir y departir con Él en vez de interrumpir constantemente una agradable relación entre criatura y Creador?

Comentario: Ya también daría gracias a Dios por ello. Efectivamente se cuida muy poco, o casi nada, este momento tan íntimo y profundo de coloquio con Jesucristo acabado de recibir en la Sagrada Comunión. Además, sucede, que muchos fieles, la mayoría, cuando el sacerdote ha dicho “podéis ir en paz”, salen del templo como si se hubiera declarado un incendio en el mismo. Es un tema que tenemos que trabajar. Un buen canto durante la Comunión puede ayudar más que estorbar.

30.10.09

Bono apunta la solución...

El 22 de mayo de 2009 publiqué el artículo “Non pro Bono pacis…” en mi blog y que ahora recupero a propósito de las últimas declaraciones de Bono recogidas en Infocatolica.

Yo creo que Bono apunta la solución: Si la disciplina de partido es la que debe dominar el voto de los diputados, todo diputado católico al que se quiera obligar a votar la ley del aborto tiene la obligación moral de dejar su escaño, como bien dice Bono.

Llega la hora grave de elegir y de decidir si se quiere servir a Dios o no, porque no está en juego la voluntad de Martínez Camino, como dice Bono, sino la voluntad de Dios. Que resuenen aquellas palabras del Deuteronomio: He aquí que pongo delante de ti la vida y la muerte, el bien y el mal… ¡Elige! Todos responderemos ante la historia y ante Dios.

Para los que no leyeron mi anterior artículo, helo aquí:

No hace mucho, el Presidente del Congreso, a propósito de una moción presentada para repudiar unas enseñanzas del Santo Padre, se despachaba con unas jugosas reflexiones sobre la primacia del “imperio de la ley” sobre el “sentimiento religioso". Probablemente con esta última expresión se referiría a su fe católica. Muy significativo e iluminador. La reducción de la experiencia cristiana a “sentimiento” es, sin duda, una de las más amargas raíces del modernismo (sabiamente denunciado y condenado por San Pío X) que perduran en nuestros días. Basta una lectura atenta de la Pascendi para ver su rabiosa actualidad. Así es la fe de muchos “católicos” hodiernos: voluptuosa y evanescente como un sentimiento. Y así vamos. Para un católico, Jesucristo y todo lo que de Él procede han de ser siempre lo primero. Nada puede anteponerse a Dios. Muchos cristianos han sido mártires por no anteponer nada ni nadie a Jesucristo. En los primeros tiempos la disyuntiva era aut Caesar aut Christus. Y “el imperio de la ley” los liquidaba sin contemplaciones. A Santo Tomás Moro (recuerden que es modelo para cristianos políticos) le costó la cabeza no someterse a la arbitrariedad de un reyezuelo déspota. Y la lista sería larga. Los católicos sentimentalistas, ha de reconocerse, tienen unas enormes tragaderas que les permiten engullir muchos sapos y culebras. Pero un católico que quiera actuar con dignidad y coherencia en la vida pública llega el momento en que debe decir Non possumus. Aunque le cueste el cargo o la vida. Reconozco que la expresión de Bono podría interpretarse correctamente si admitimos la objetividad de la ley (que siempre ha de ser conforme a la verdad para ser justa) por encima del subjetivismo sentimentalista. Y en esta perspectiva cabe recordar que efectivamente hay que acatar el imperio de la ley, especialmente cuando esta ley emana del Supremo Legislador, Dios Todopoderoso, a quien hay que obedecer por encima de los hombres. Y, evidentemente, para quien teme al Señor, oponerse y desobedecer las leyes que contradicen la ley divina es una obligación. Y viendo ciertas leyes elaboradas y otras que se avecinan y el afán por imponerlas con un ímpetu de apisonadora no es descabellado pensar que llegan tiempos de martirio y confesión. San Pablo, con un gran sentido de la realidad, exhortaba a los fieles a elevar preces al altísimo por los que gobiernan, para que pudiéramos llevar una vida tranquila en este mundo. ¡Qué gran sabiduría la del Apóstol!

Recemos pues por los que gobiernan. Es muy urgente y necesario viendo el panorama que vemos.

16.10.09

IBB. Un documento que confunde

En unos momentos históricos y cruciales, cuando la batalla entre los defensores de la vida y los partidarios de la cultura de la muerte se recrudece en nuestro país, cuando tenemos a las puertas la irrupción de una de las leyes más nefastas y a pocos días de una colosal manifestación a favor de la vida y la maternidad, el posicionamiento emanado desde la Tribuna Abierta del Instituto Borja de Bioética ha supuesto un auténtico jarrón de agua fría sobre la cabeza de tantas y tantas personas que dedican tiempo, medios y mucha energía en la noble defensa de la vida humana. Un documento ambiguo por su contenido y tremendamente inoportuno por el momento en que se publica.

Un sentimiento profundo de sentirte engañado, traicionado por los que supones comparten tus ideales es innegable. Comprendo muy bien la reacción de Mons. Sanz Montes, por lo que él llama un triple engaño:

“La primera impresión que me brota es la de sentirme engañado: engaño científico por apelar a la bioética para legitimar la destrucción de la vida y para transgredir la ética. Sólo quien tiene otros intereses (ideológicos, económicos, políticos, etc.) puede estar cerrado éticamente y científicamente para reconocer lo que la comunidad bio-médica en sus máximos y mejores exponentes no han dejado de afirmar: la existencia de la vida humana desde la concepción por la unión del espermatozoide y el óvulo generando una nueva realidad que embrionariamente es un ser humano.

En segundo lugar, hay un engaño cultural, porque con el apoyo a la ley del aborto admitida a trámite por el Parlamento español, se aducen también razones de índole relativista: no se trata de descubrir lo que es verdad o lo que es falso, sino lo que nos permite colocarnos en el bazar de la vida con una equidistancia neutra, indiferente, transgresora con tal de no crear ni crearnos problemas conviviales.

Y en tercer lugar hay un engaño eclesial, por presentarse desde una posición doctrinal católica y una institución universitaria católica, desde una identidad eclesial que representan importantes órdenes o congregaciones religiosas que de modo escandaloso escenifican esa disidencia respecto de la tradición cristiana y del Magisterio de la Iglesia.Por estos tres engaños, me siento perplejo y dolido, por la connivencia con una ideología de la muerte, con una cultura relativista y con una disidencia eclesial, en quienes menos cabría esperar esta postura”.

Comparto plenamente las palabras del Prelado.

A propósito del primer engaño hay que decir que el texto del IBB se hace cómplice de una tremenda falacia esparcida por doquier según la cual existe un misterioso instante en que el embrión muta su estatuto ontológico para pasar de ser una realidad impersonal a una realidad personal. Nada más falso, engañoso y capcioso. Contrario a la razón y a la fe católica.

Hace muy poco, mi Obispo, Mons. Joan Enric Vives, en perfecta sintonía con la doctrina católica, escribía estas sensatas palabras:

“La vida humana, es obvio, tiene un inicio, un punto de partida. Con la fecundación comienza un proceso que, si no se interrumpe, dará lugar al nacimiento de una persona, de un nuevo miembro de la comunidad humana. Es engañoso y arbitrario poner un momento puntual en esta evolución para identificar al ser personal. ¿Quién puede fundamentar razonablemente la afirmación según la cual un feto no puede ser considerado persona antes de determinadas semanas, y sí que lo es, pasado un solo segundo después de este margen? Desde el primer momento se trata de vida humana, de la generación de un ser personal. Podemos decir que somos personas y que cada vez nos hacemos más personas. La doctrina de la Iglesia en esta materia es profundamente sensata, enraizada en la fe y en la razón más elementales. Por esto debemos hablar alto y claro, y confiar en la capacidad de las conciencias para acoger y responder a la verdad. Y a ser más valientes en la defensa de la vida”.

Juan Pablo II en Evangelium Vitae afirmaba contundentemente que “la decisión deliberada de privar a un ser humano inocente de su vida es siempre mala desde el punto de vista moral y nunca puede ser lícita como fin, ni como medio para un fin bueno”.

Esta es la Doctrina Católica que todo católico en comunión con la Iglesia debe profesar y sostener. Una doctrina clara y bien elaborada, presentada, por ejemplo en los más recientes documentos magisteriales sobre la temática referente a la vida humana. La declaración del IBB no sólo se distancia gravemente de esta doctrina católica sino que la contradice en puntos importantísimos. Las posturas defendidas en el informe del IBB, en palabras de Mons. Manuel Monge, “son contrarias a la moral católica expresada sin ambigüedades por los Papas y Obispos en nuestros días”.

Respecto al engaño cultural, hay que añadir que la argumentación católica sobre el aborto y la defensa de la vida no es una argumentación “confesional”. Es sin duda un discurso iluminado y animado por la fe pero que hunde sus raíces en la razón, en el sentido común, en la naturaleza y las leyes que Dios le ha dado. Es evidente que necesitamos un consenso para convivir pero en los elementos fundamentales de este consenso mínimo hay que situar la ley natural que todos los hombres han de respetar para edificar una convivencia humana digna de este nombre. La cultura de la muerte no sólo es contraria a la fe cristiana sino a la razón humana más elemental. Sería bueno que los redactores del texto del IBB releyeran la Veritatis splendor de Juan Pablo II.

Y, finalmente, respecto al tercer engaño, el escandaloso disenso eclesial que suponen estas declaraciones y otras parecidas como la de la inefable Teresa Forcades, hay que reconocer que tenemos un serio problema en el seno de la Iglesia Católica y que hay que ponerle solución cuanto antes, antes que el cáncer nos devore.

No voy a entrar en un análisis detallado del texto del IBB puesto que ha lo han hecho y bien otros articulistas pero quiero insistir en que hay afirmaciones en el documento que dinamitan el esfuerzo doctrinal y pastoral que la mayoría de pastores intentamos llevar a cabo en un contexto sociocultural bien difícil. Uno trata de explicar sobretodo a chicas jóvenes que, pase lo que pase, la vida es un don precioso que hay que acoger, incluso en circunstancias difíciles y que encontrarán ayuda para realizarlo y se encuentra con que según el texto del IBB “… la vida del feto y del futuro bebé depende de que la mujer se vea capacitada para asumirla responsablemente, con todo lo que pueda comportar, y, por tanto, no se la puede forzar a llevar a cabo la gestación en contra de su decisión… consideramos que la dignidad de la mujer violada, que se ha visto brutalmente agredida en su integridad, no puede hacer exigible el sacrificio de llevar adelante una gestación fruto de la agresión… desde el punto de vista ético consideramos que el simple hecho de haber sido víctima de una violación podría justificar la demanda del aborto…”.

¿Qué pensara una chica a la que su párroco le ha enseñado que a pesar de todo la vida de aquel hijo que tal vez no ha deseado o que se lo han impuesto es sagrada y merece ser acogida y que un mal no justifica otro? Pensara que alguien la está engañando. Que un pastor de la Iglesia le está diciendo una cosa, que le va a suponer un gran sacrificio, totalmente diferente de lo que les está enseñando otra persona de Iglesia que, además, parece investida de una autoridad para enseñar.

Creo que es hora de actuar. Siguiendo el principio de subsidiariedad, fundamental en la vida de la Iglesia, hay que poner remedio a tan grandes males. Si yo, por poner un ejemplo, como párroco, tengo un catequista que está enseñando a los jóvenes teorías contrarias a la fe católica, yo le llamaré, le recordaré cuál es la misión que le ha sido confiada, le pediré que rectifique, y, si no está dispuesto a hacerlo, lo cesaré inmediatamente como catequista. Evidentemente, en el ejercicio de la autoridad, hay momentos bien desagradables, pero hay que asumirlos y ejercerlos. Cada instancia desde la competencia que le corresponde.

Lamento profundamente el posicionamiento desafortunado del IBB. Estoy convencido que para nada representa esta su enseñanza a la Iglesia Católica ni a la benemérita Compañía de Jesús. Ahora toca a los superiores de los firmantes recordárselo públicamente con claridad.

Finalmente quisiera plantear unas preguntas a los firmantes del texto del IBB. ¿Han consensuado todos los firmantes el texto final? Tengo mis dudas. ¿Han pensado seriamente la repercusión social y mediática del texto?
¿A quién aprovechará todo esto?
¿Qué es lo que pretenden ustedes?

¿Y a quién sirven realmente?
Ciertamente, eso creo yo, no a la causa de la verdad, de la defensa de la vida y de la Iglesia Católica.
Dicen que de sabios es rectificar. Háganlo.

9.10.09

Liturgia: algo se está cociendo...

Me contaba una buena amistad de Barcelona y digna de todo crédito algunas aventuras litúrgicas vividas este pasado verano. En una Parroquia de una diócesis vecina, el sacerdote, en una Misa ferial, advirtió a los feligreses que, dada la terrible epidemia de gripe (sic), deberían comulgar todos en la mano. Mi amiga y sus familiares, entre ellos cuatro jóvenes (los únicos que había en aquella celebración), se pusieron al final de todos para recibir la Comunión. En el momento de recibir el Cuerpo de Jesucristo lo pretendieron hacer según su costumbre y legítima preferencia, disponiéndose a comulgar directamente en la boca. El sacerdote le dijo a la señora, la primera de la fila, que debía comulgar con la mano. Ésta replicó que quería recibir la Sagrada Comunión directamente en la boca y que sus familiares así lo preferían. El sacerdote insistió en que cogiera con la mano el Cuerpo de Cristo. Al negarse la mujer, el presbítero dio media vuelta y dejo sin Comunión a toda la familia. Omito el diálogo que siguió en la sacristía.

Esta misma señora, otro día, en otra parroquia de otra diócesis, constató con estupor que a la hora de la Consagración, todos los asistentes pronunciaban las palabras consagratorias reservadas al sacerdote. Después preguntó al celebrante quién había consagrado. Respuesta: ¡Todos! ¿No sabe usted que después del Concilio Vaticano II todos somos sacerdotes?

Afortunadamente estos episodios son raros pero demuestran que, efectivamente, hay que poner un poco de orden en la liturgia. Estos días hay un vivo debate sobre supuestas intervenciones de la Santa Sede en materia de liturgia, reformas de la reforma y otras cosas por el estilo. Personalmente creo que se trata de poner orden y de hacer que las cosas se hagan bien. Me parece una insensatez contraponer el “Novus ordo” con el anterior. La liturgia, especialmente la celebración de la Santa Misa, si se hace como se debe hacer, como estipulan los libros litúrgicos vigentes, tiene una gran sobriedad y belleza y una fuerza de renovación espiritual extraordinaria.

Yo me ordené sacerdote el año 1985 y, evidentemente, siempre he celebrado según los libros litúrgicos emanados después del Concilio Vaticano II. He visto de cerca celebrar la liturgia a Juan Pablo II, participando en más de una ocasión en la Santa Misa que celebraba en su capilla privada cada mañana en los Palacios Apostólicos. Y me parece una liturgia hermosa en continuidad con la tradición de la Iglesia. Lamentablemente, los abusos, que en palabras de Benedicto XVI, han ido a menudo más allá del límite de lo tolerable, han creado en muchos perplejidad y escándalo. A veces, veo en ciertas páginas de internet fotos y videos que se presentan como muestra de la liturgia renovada y que son auténticas abominaciones comparado con la Misa que la mayoría de sacerdotes procuramos celebrar con dignidad y devoción y mucha fe.

Igualmente me parece magnífico que, por voluntad del Santo Padre, muchos fieles y sacerdotes vinculados al antiguo ordo y otros que quieran redescubrirlo, puedan celebrar en paz el modo extraordinario del único rito romano.

Dicho esto, creo que nada obsta a que se introduzcan mejoras y se corrijan defectos. Yo no sé qué hay de cierto en algunos rumores que se propagan, incluso entre reconocidos vaticanistas. Algunos dicen que se pretende recuperar más el uso de la lengua latina. Tal vez en muchos casos deberíamos hablar de resucitar la lengua latina. Yo pienso que nunca debió abandonarse hasta el grado en que se ha hecho. No era ésta la intención del Concilio. Es hermoso constatar en Roma, en Lourdes, cómo podemos rezar tantos fieles y de tan distintos lugares y lenguas en una misma lengua: la latina.

Reconociendo la riqueza inconmensurable que ha supuesto dar cabida de las lenguas vernáculas en la liturgia,sin embargo, la pérdida del latín ha sido una auténtica catástrofe cultural. Tal vez una forma de irlo recuperando sería introduciendo paulatinamente algunas partes del ordinario de la Misa en latín: acto penitencia, gloria, credo, sanctus, benedictus y cantos de la tradición católica de probada belleza y seguro contenido doctrinal. Hoy la gente gusta estudiar idiomas. ¿Por qué no el latín? Sería una riqueza recuperar este tesoro, así como el canto gregoriano.

Otro tema que circula, es la recuperación de la posición del sacerdote, hacia el Señor, con todo el Pueblo “conversus ad Dominum”. Ciertamente ésta sería, al menos en muchos lugares, una innovación que suscitaría admiración. Personalmente pienso que la reubicación de la cruz en el centro del altar, como vemos en las hermosas liturgias papales, sería un avance suficiente en este tema.

Otra posibilidad, a mi juicio, si se dispusiera la celebración “ad Dominum o ad orientem” sería reservar el altar exclusivamente para la liturgia eucarística, y resaltar la sede para el resto de la Misa.

Se habla de recuperar la belleza y el sentido de lo sagrado. Creo que es algo sumamente necesario, especialmente en lo que respecta a la distribución de la Sagrada Comunión ( es lamentable la degradación que se observa en muchos lugares) y a los gestos explícitos de adoración que cada vez más se han escatimado a nuestro Señor. He leído con sumo agrado el precioso librito, Dominus est, de Athanasius Schneider y que recomiendo vivamente a sacerdotes y fieles. También he leído con interés el sugerente ensayo de Nicola Bux en su obra La reforma de Benedicto XVI y especialmente el prólogo que hace el cardenal Cañizares a este libro. Invita a reflexionar sobre cuestiones de fondo muy importantes.

Personalmente no me gusta la expresión “reforma de la reforma” y preferiría hablar de “perfeccionamiento de la reforma” y, en expresión muy querida por nuestro Papa, “hermenéutica de continuidad” también para lo que se refiere a la liturgia. En este sentido creo que se está articulando todo un movimiento litúrgico cuya expresión más patente no deja de ser las admirables catequesis litúrgicas implícitas en las celebraciones del Santo Padre. Algo se está moviendo en la liturgia y estoy convencido que será para bien.

Ahora, animada la reflexión, invito a los lectores a participar en el foro y a responder a una sencilla pregunta: ¿Qué cosas considera usted que podrían y deberían mejorar en las celebraciones de la liturgia? ¡Buen debate!

20.09.09

Sacrificios sensatos

Hace poco publiqué una respuesta sobre el tema de la mortificación. A pesar de haber expuesto, eso creo, la doctrina católica, algunos lectores no acabaron de entender muy bien la exposición. Aprovecho una nueva pregunta que he recibido para completar la enseñanza con otros aspectos del tema que estaban implícitamente apuntados en mi anterior escrito.

Pregunta:

Dr. Mateo, tengo una prima que se ha propuesto un auténtico disparate. Dice que hizo una promesa y que ahora ha de cumplirla. Se trata de subir descalza a una ermita con muy mal camino. El problema es que ella padece una deformación grave en los pies y si hace este despropósito puede conllevarle muy malas consecuencias. Un amigo médico ya se lo ha dicho pero no hay manera de que lo entienda. Tal vez si lee su respuesta en Catalunya Cristiana se le piense…

Respuesta:

Lo intentaremos. Para bien de su prima y para formación de otros penitentes poco sensatos. Probablemente si acudiera a su Párroco o a otro sacerdote aconsejarían a su prima sustituir su promesa por otra obra de penitencia o de caridad más apropiada a sus posibilidades. De hecho, la promesa no tiene validez porque su prima ofreció algo que va en contra de la obligación moral de cuidar responsablemente de su salud. Ya lo dijo San Ignacio: “En las penitencias, cuidar que no se corrompa el sujeto”.

Es un deber de caridad de su prima para consigo misma y para los demás, pues si se destroza los pies va a darles muchos trabajos. Cumplir esta promesa sería un auténtico pecado. Que acuda a su confesor y éste le orientará sobre lo que le conviene hacer. Y antes de hacer promesas, consultarlo con el sacerdote.

Dicho esto, será bueno aclarar algo el concepto de sacrificio.

“Sacrificar” equivale a hacer una cosa sagrada, ofrecerla a Dios. Es algo noble y sublime y no algo necesariamente oneroso y doloroso, como a menudo se entiende, aunque pueda resultarlo. El mejor sacrificio que debemos ofrecer a Dios es el de una vida buena y justa, una vida de amor a Dios y al prójimo, y asumir las consecuencias de ello. En la realización del bien, a menudo, encontramos obstáculos y dificultades que pueden provenir tanto del exterior, del mundo, como de nuestra propia naturaleza. La práctica fiel y constante del bien en un mundo y en una naturaleza herida por el pecado suele comportar sacrificios, pero que asumimos con fortaleza y esperanza sabiendo que son para bien y contienen el germen de la resurrección. Es el camino de la cruz, el camino de Jesucristo y el camino del cristiano. Quien quiera venir conmigo, dice Jesús, que cargue la cruz y me siga. Es decir, que asuma mi camino y mi destino, hacer en todo la voluntad de Dios y realizar el proyecto del Reino de Dios. La ascética cristiana no es una ascética de faquires ni un ejercicio de masoquismo.

Negarse a si mismo, morir al hombre viejo y pecador, someter toda nuestra vida a la gracia de Dios, erradicar los pecados y vicios, corresponder al amor de Dios y amar al prójimo como a si mismo, éste es el camino a seguir. Y en cuanto a aspectos más específicos de la mortificación cristiana me remito a una respuesta ya publicada sobre la mortificación.