Algo sobre las ciencias sagradas.

Existen dos órdenes de conocimiento intelectual que son el de la razón natural y el de la fe. Pero de estos dos órdenes el orden de la fe precede y trasciende el orden de la razón, aun cuando hay que reconocer que la razón le aporta mucho a la fe. Ambas, razón y fe se condicionan porque, en última instancia, la razón humana y la revelación de Dios tienen como origen a Dios que no puede contradecirse. Por eso, la fe y la razón no sólo no se contradicen, sino que se ayudan mutuamente.

La razón es muy importante para la fe, porque demuestra los fundamentos racionales de la fe y es utilizada por la ciencia teológica para comprender los contenidos de la fe. Pero la fe también ayuda a la razón porque la protege de errores y le aporta muchos conocimientos. La Filosofía, bajo la luz de la Teología nos ayuda a alcanzar la existencia de Dios como ser creador, personal y libre, a la vez que nos ayuda a conocer al hombre como ser espiritual, inteligente y libre cuya alma es inmortal, de donde deviene su dignidad. También nos ayuda comprender el problema del mal y nos aporta una visión lineal de la historia. La Filosofía necesita la luz de la Teología porque, aunque puede alcanzar todas esas verdades que se llaman preámbulos de la fe, probablemente nunca las hubiera alcanzado sin la aportación de la revelación cristiana. O como dice Santo Tomás de Aquino, muy pocos las hubieran alcanzado, después de mucho tiempo y con mezcla de muchos errores. Por eso las verdades de fe de la Teología, también aportan a la razón filosófica de suerte que ambas, Filosofía y Teología, se consideran ciencias sagradas.

Por su parte, dice Santo Tomás, que: Las cosas que pueden probarse por medio de demostraciones racionales se incluyen entre las materias de fe, no porque todos tengan que conocerlas por la fe, sino porque son importantes para la fe en cuanto la fe las presupone y las da por supuestas para los que no alcanzan su demostración.[1] Aunque más adelante dice Santo Tomás que una verdad no puede ser conocida y creída a la vez por el mismo sujeto. Pero lo que sí puede suceder es que una verdad sea para uno vista o alcanzada por la razón y para otro creída gracias a la fe.[2]

Lo importante aquí es que la fe aporta conocimientos muy valiosos a la razón y a la ciencia que le permiten encaminarse rectamente. Sin embargo, la fe y la razón deben gozar de cierta autonomía, apoyándose, sin traspasar sus límites. Ambas, la Filosofía y la Teología colaboran y se complementan en la búsqueda de la verdad, aunque por distintos caminos que son el de la razón y el de la fe. Y es que la fe no es un acto irracional puesto que es un acto de la inteligencia cuyo objeto es la verdad. La fe tiene como sujeto el intelecto.[3] De modo que, si independizamos totalmente a la Filosofía y a la Teología acabamos deteriorando a las dos. Porque ni la Filosofía es una religión que pueda alcanzar todo lo necesario para que el hombre se realice plenamente, y la Teología sin Filosofía acaba confundiendo los contenidos de la fe con la razón, o bien, en el fideísmo. Por eso es preciso comprender que debe haber una relación de armonía y circularidad entre la Filosofía y la Teología porque, como decía san Agustín: La gracia no anula la naturaleza, sino que la perfecciona, y de ese modo conviene que la razón natural esté al servicio de la fe, lo mismo que la natural inclinación de la voluntad sirve a la caridad.[4]

En consecuencia, hay que añadir que la gracia perfecciona el conocimiento natural ordenándolo a lo sobrenatural. Lo convierte en medio para alcanzar el fin último de la vida. La gracia, asume lo natural y lo humano y lo depura de la imperfección elevándolo a un orden sobrenatural. Y es que, en el fondo, el hombre requiere la gracia para alcanzar su máxima perfección no sólo sobrenatural, sino también su perfección conforme a su naturaleza. Necesita la gracia para superar el mal y de ese modo alcanzar también la perfección que naturalmente le corresponde.[5] Por eso, tanto para el conocimiento filosófico, como para el teológico se necesita la gracia para la fe y la razón, so pena de múltiples errores.



[1] Cfr. Aquino, Tomás de. S.Th., II-II, q.1, a.5, ad.3.

[2] Cfr. Aquino, Tomás de. S.Th., II-II, q.1, a.5, sol.

[3] Cfr. Aquino, Tomás de. S.Th., II-II, q.4, a.2, sol.

[4] Cfr. Aquino, Tomás de. S.Th., I, q.1, a.8, ad.2.

[5] Cfr. Aquino, Tomás de. S.Th., I-II, q.9, a.3, sol.

3 comentarios

  
J Francisco gutierrez
Con esta síntesis de cátedra de Teología, recordé la enciclica de S Juan Pablo II, Razón y Fe... Pero también recordé curiosamente a Marx, no se por que!! Saludos prof. Es un honor y un placer leerte.Un abrazo.






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Muchas gracias J Francisco.
Saludos fraternos;
Manuel Ocampo Ponce.
13/05/17 3:27 AM
  
chico
Esto lo entienden hasta los chicos de las escuelas. Es muy claro y sencillo. Pero han pasado siglos, y la razón humana se ha hecho a lo retorcido, lo raro, lo rebuscado, y cuanto más, mejor, porque parece que uno sabe más. Dios es , aunque misterioso, sencillo , para los sencillos. Donde está lo retorcido anda el diablo, porque lo embolica todo para oscurecer la verdad que es muy sencilla.
16/05/17 9:32 AM
  
Macabeo
La teología, hecha en ausencia de la gracia sobrenatural suele producir desviaciones (herejías) que, si no se corrigen a tiempo por parte de quienes tienen el ministerio correspondiente pueden producir graves daños en las conciencias. La ausencia de la gracia (el pecado, en definitiva) acaba produciendo, pues, errores doctrinales. Quien no vive como piensa, acaba pensando cómo vive.
16/05/17 1:24 PM

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