7.04.24

«El País» no se cansa de manipular dando patadas contra el aguijón

El diario gubernamental «El País» vuelve a la carga con su ataque a la Iglesia Católica. Amedrentado por el caso Bollycao ya no publica historias de supuestos abusos sexuales en el ámbito religioso. Será porque no confía en que sus historias estén suficientemente contrastadas. Les retamos a que lo sigan haciendo si tan seguros están de sus métodos de verificación.

Y como lo que les mueve no es precisamente ayudar a los católicos a depurar responsabilidades y manchas de su madre la Iglesia, intentan dar la vuelta al relato con el fin de denostarla de otro modo. Y atacan impunemente a Josetxo Vera, el jefe de prensa de la Conferencia Episcopal, por lo que ellos consideran una manipulación de la contabilidad de los casos de abusos. Hablan de un «corta y pega» desde el departamento de comunicación de la Iglesia, y sin el menor recato no reconocen su copy paste y no contraste de algunos de los casos publicados por este diario anticlerical.

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1.04.24

¿Ciencia y Dios incompatibles? El 90% de los Premios Nobel en el siglo XX eran creyentes

Hay un mito muy extendido entre la población, y también entre muchos creyentes, y es el de que la religión y la ciencia tienen una especie de pelea irreconciliable que hace que se esté del lado de la ciencia o se esté del lado de la religión. De esta manera, parecería que los partidarios de la ciencia serían todos ateos anti-religión y los religiosos serían anti-ciencia. Esta narrativa lógicamente carece de todo tipo de sentido, y más en nuestros días donde ya ha quedado sobradamente acreditado que la ciencia y la fe no sólo no es que no sean incompatibles, es que van de la mano en la búsqueda de la verdad. La ciencia se ocupa de un campo concreto de la realidad al que la fe no llega ni pretende llegar, y lo mismo ocurre a la inversa. No obstante, son muchos los que justifican esta supuesta antítesis entre la ciencia y la fe en una afirmación un tanto arriesgada, que vendría a decir que la mayoría de los científicos son ateos o no creyentes y que, por tanto, no hay amistad posible entre ciencia y religión.

Esta afirmación viene a tener dos problemas esenciales, a saber, el primer problema es que, aunque fuera cierto que el 100% de los científicos son ateos, eso no vendría a demostrar nada, simplemente nos vendría a decir que esos científicos no creen en Dios, sin más. Esto es lo que se conoce como «falacia de autoridad», por la cual se nos quiere hacer creer que una afirmación es verdadera por el simple hecho de que una autoridad (o varias) en la materia lo afirmen. Y, en segundo lugar, porque no es cierto que la mayoría de los científicos sean no creyentes, sino que es más bien al contrario, y eso es lo que vamos a ver en este artículo.

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21.03.24

Arde Francia

Cuando los sociólogos del futuro describan la extraña muerte de Europa sin duda reservarán un capítulo especial dedicado monográficamente a Francia. Dentro de pocas décadas los escasos progres con rasgos caucásicos que repten por la república islámica gala se lamentarán rechinando entre dientes «si tan sólo alguien nos hubiera advertido». À ce moment-lá, Douglas Murray y Michel Houellebecq desde la otra vida les dedicarán una entrañable sonrisa modo Monna Lisa.

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16.03.24

La desesperanza en el mundo actual

Existe una frase atribuida al escritor y pensador católico G.K. Chesterton, que dice lo siguiente: «Cuando uno deja de creer en Dios, está dispuesto a creer en cualquier otra cosa». A pesar de que esta frase no la pronunció el autor británico (como ya se explicó aquí), nos sirve para exponer el tema del artículo de hoy, ya que a esa frase ingeniosa (que podría haber sido pronunciada perfectamente por Chesterton) se le podría añadir otra afirmación que se pone de manifiesto en nuestros días, que sería: «Cuando se quita a Dios del centro de la vida, se está dispuesto a poner cualquier cosa». Y eso es lo que está pasando justo en estos mismos momentos en nuestras sociedades, aunque es algo que venimos arrastrando desde hace décadas.

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21.01.24

La criptonita del capitán

No pretendo con estas letras dejar a nadie con el tafanario al aire. Al contrario, la mía es sólo una humilde muestra de agradecimiento a un ilustre y virtuoso escritor por quien tengo gran estima. No puedo no tenerla por Arturo Pérez-Reverte, maestro de esgrima de nuestro idioma, nacido en Qart Hadasht, ciudad fundada por Asdrúbal y rebautizada por Escipión el Africano como Cartago Nova. Un académico de número de la Real Academia Española que fue corresponsal de guerra en medio mundo y que además compartió instituto con mi padre, mi tío y un primo de ambos. El insigne y exigente instituto Isaac Peral. Brindo por él y por sus libros, porque a través de ellos ha logrado sumergir a millones de personas en el delicioso vicio de la lectura. Los libros son hoy, quizá más que nunca, artefactos en peligro de extinción. Su insomne competidor (el tedioso teléfono móvil) es una especie parásita e invasora que depreda compulsivamente nuestra atención. No albergo dudas de que, a pesar de la desproporción de fuerzas, David vencerá a Goliat y los libros de papel sobrevivirán a las sanguijuelas electrónicas como el lechazo sobrevive frente a las hamburguesas de cierta cadena useña y como lo eterno se impone a lo temporal. Españoles, volvamos a lo eterno, volvamos a los libros. Las novelas del escritor cartaginés han logrado la hercúlea proeza de despertar la curiosidad por conocer más nuestra historia en toda una generación. Reconocer su mérito personal en esta hazaña es una cuestión de justicia y honor.

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