San Buenaventura y la gaseosa

Julián Marías no dudaba en denunciar que la enfermedad más perniciosa del mundo actual es la aceptación social del aborto, la matanza silenciosa indemne de millones de inocentes cada año sin que apenas se levante alguna voz dispersa de dolor y de protesta en defensa del más débil. Es un aplastamiento, una victoria clara de los intereses creados de las clínicas abortistas, aliados con las heces de ideologías burguesas, sobre un sentido común adormilado e insensible.

Se agradece pues la defensa valiente, constante, inalterable y lúcida que han mantenido siempre la Iglesia y otras confesiones cristianas de la vida del no nacido. La historia reconocerá con gozo este rastro de luz en medio de una época de locura. A esta voz se le van uniendo cada vez más otras de los sectores, quizá los más liberales y progresistas del mundo del pensamiento universal. Estamos tan idiotizados que sólo los hombres libres y los iluminados por la fe son capaces de ver a través del humo del pensamiento único las cosas como son. Son puntos de luz poderosa que no dejan de oírse en medio de un mundo materialista narcotizado por el egoísmo.

En medio de este coro unísono no pueden faltar voces discordantes. Aquí vivimos en la anarquía de la ignorancia, que es una plaza amplia en la que un grito más ya no sorprende a nadie. En este grupo de desentonados destacan por ruidosos y algo rancios los “teólogos Juan XXIII”. Recientemente han censurado en sus foros “la condena indiscriminada de la interrupción voluntaria del embarazo” por parte del Magisterio. Y por aquí ya no se puede pasar. Podéis despreciar la autoridad, reíros del dogma, juguetear con la herejía, pero con la vida no se juega. Y esa la última obsesión rabiosa de ingenios agudos y resentidos que no saben ya en qué disentir y pierden el seso. Allá ellos con su rabieta. Lo que siento es que uno de ellos, Victorino Pérez Prieto (a la izquierda en la foto), hombre con preparación indudable pero desnortado al máximo, haya emigrado a difundir sus ideas de chorlito, amargo fruto de un continente escéptico y en descomposición. Y siento más que haya aterrizado en unas tierras deseosas de luz, con ansias de saber. Ese hombre en Europa no tiene donde caerse muerto, porque se les huele de lejos. Pero en América es dañino. Y más en un ambiente confiado y limpio como una universidad católica, la de San Buenaventura, en Bogotá. ¿Cómo es posible que una persona con ese curriculum de desviaciones y traiciones a la Iglesia haya encontrado audiencia en medio de almas en formación, en una facultad de teología católica?

Queridos hermanos de América, no os dejéis deslumbrar por títulos e ideas de las que aquí estamos ya de vuelta hace décadas. No os dejéis robar vuestras tradiciones y valores, ni mercarlas por estos restos de desolación y de muerte. Es un timo. Somos nosotros los que necesitamos ahora de vuestra fortaleza y de vuestra claridad. Ya lo decía D’Ors, Eugenio: joven, los experimentos con gaseosa.

José María Portillo