(79) Judas, el Desesperado (de Sto.Tomás Moro: "La Agonía de Cristo" IV )

“Qué digna de compasión es esta tenebrosidad de la débil y mortal condición humana que a menudo tiembla de miedo y se perturba tumultuosamente mientras ignora estar completamente a salvo; y otras veces, en cambio, se comporta como si nada le preocupara, segura de todo peligro, y del todo inconsciente de que una espada mortal pende sobre su cabeza (…) A Cristo clementísimo se ha de pedir por uno mismo y por los demás para no imitar a Judas en su obcecación frenética, y poder así aceptar la gracia que Dios ofrece para ser restaurados de nuevo por la penitencia y por la misericordia a la gloria.”

entregajudas

Creo que nunca se meditará lo suficiente sobre el insondable misterio de la libertad humana, y las increíbles respuestas que podemos dar a la gracia divina. Hace un tiempo, un sacerdote muy querido nos decía apremiante: “¡tenemos el tristísimo privilegio de “inutilizar” la gracia, rechazándola voluntariamente!”. Y lo más triste es que quienes la rechazan, creen que lo hacen so capa de libertad, cuando el Hombre más libre, por el contrario, fue el Obediente por antonomasia.

El pasaje de la entrega voluntaria de Cristo a sus perseguidores, por amor a nosotros, merece más y más atención en este tiempo, sobre todo cuando se cierne sobre muchos la tentación más siniestra –por ser la mejor camuflada bajo aspecto de celo-, más luciferina, que es la Desesperación.

Judas ha pasado a la historia como el Traidor, y sin embargo, ¿acaso no fue traición también la de Pedro, cuando lo negó?…Pero San Pedro regresó arrepentido. ¿No tendríamos que designar más propiamente entonces, a Judas como el Desesperado? Qué paradójico resulta que quienes no son capaces de desconfiar de sí mismos en su obcecación, son quienes en cambio, desconfían en el último instante de la misericordia divina.

¿Imploramos suficientemente por la conversión los traidores, con tanto apremio como los demonios trabajan por la caída de los más fieles? Dios quiera darnos un corazón lúcido como el de  Sto. Tomás Moro en esta Semana, para hacerlo sincera y fervorosamente.

………………………………………………………………………………….

LA AGONÍA DE CRISTO (de Sto. Tomás Moro) 

continuación

Judas, Apóstol y traidor

“Judas, habiendo tomado una cohorte de soldados que le dieron los sacerdotes y los fariseos, fue allá con antorchas y armas. Estando Jesús todavía hablando, llega Judas Iscariote, uno de los Doce, y con él un tropel de gente armada con espadas y garrotes, enviada por los príncipes de los sacerdotes, los escribas y los ancianos. El traidor les había dado una señal…” .

(…) Llevan antorchas encendidas y linternas para poder distinguir entre las tinieblas del pecado el sol brillante de la justicia. Llevan antorchas, no para que pudieran ser iluminados con la luz de Aquel que ilumina a todo hombre que viene a este mundo, sino para extinguir aquel ‘ la luz eterna que nunca puede ser oscurecida. (…)  También ahora hay quienes siguen sus huellas, y persiguen a Cristo al esforzarse por ensombrecer el esplendor de la gloria de Dios con su propia gloria.

Merece la pena, en este pasaje, prestar atención y advertir la inestabilidad de las cosas humanas. Apenas hacía seis días que, incluso los gentiles, estaban deseosos de ver a Cristo a causa de sus milagros y la santidad de su vida. Los mismos judíos le hablan recibido con respeto admirable al entrar en Jerusalén. Y, ahora, judíos y gentiles vienen a arrestarle como a un ladrón. Entre ellos, no uno más en el gentío, sino haciendo cabeza, iba un hombre peor que todos los judíos y gentiles juntos: era Judas. Quiso Cristo ofrecer este contraste para enseñar que la rueda de la fortuna no quedará inmóvil para nadie, y que ningún hombre cristiano, su esperanza puesta en el cielo, ha de perseguir la gloria desdeñable en la tierra.

Observemos que las autoridades que en contra de Cristo enviaron aquella turba eran sacerdotes -¡príncipes de los sacerdotes!-,fariseos, escribas y ancianos del pueblo. Lo que es óptimo en la naturaleza, si empieza a desviarse, se corrompe en lo peor. Lucifer, por ejemplo, que fue creado por Dios como uno de los más excelsos entre los ángeles del cielo, vino a ser el peor de los demonios una vez que se entregó a la corrupción de la soberbia. No fue lo más bajo del pueblo, sino lo más encumbrado, los principies de los sacerdotes, cuya obligación y oficio era cuidar de la justicia y promover los asuntos de Dios, quienes, particularmente, conspiraron para apagar el sol de la justicia y destruir al unigénito de Dios. La avaricia, la envidia y la altivez les llevaron a tal extremo de locura.

He aquí otro punto que no se debe pasar por alto. Judas, llamado en otros lugares con el infame nombre de traidor, es ahora perturbado al recibir el titulo sublime de Apóstol. “Judas Iscariote, uno de los Doce": ni era uno de los gentiles, ni uno de los judíos enemigos, ni uno entre los muchos discípulos de Cristo (aun si lo hubiera sido, inconcebible seria lo que hizo), sino -vergüenza jamás vista- uno de los Apóstoles escogidos por Cristo. (…)

Hay en este pasaje una lección que deben aprender quienes ocupan puestos y cargos en la vida pública, pues no tienen siempre motivo para gloriarse y complacerse en sí mismos cuando son llamados con títulos solemnes. No; tales títulos son dignos y apropiados si quienes los poseen son conscientes de haber merecido tal tratamiento de honor por el recto cumplimiento personal de sus deberes administrativos. De no ser así, tendrían que ser abatidos por la vergüenza (a no ser que se deleiten en palabras vacías). No importa lo que sean: príncipes, grandes señores, emperadores, obispos, sacerdotes; si son miserables y perversos, deberían darse cuenta de que, cuando los hombres hacen sonar en sus oídos los títulos espléndidos de sus cargos, no lo hacen sinceramente para rendirles honor, sino para poder reprocharles, sin peligro alguno y bajo color de alabanza, los honores que llevan y usan tan indignamente. “Judas Iscariote, uno de los Doce"; cuando el evangelista hace aparecer a Judas con el título de su Apostolado, la intención real no es, en absoluto, alabarle, lo que está bien claro, pues le llama en seguida traidor. “El traidor les había dado una señal diciendo: A quien yo besare, ése es, prendedle".

(…) ¿No te bastó, canalla traidor, con vender a tu Señor, al que te habla elevado a la tarea sublime de Apóstol, en manos de hombres impíos y con un beso, sin necesidad de estar tan preocupado de que se lo llevaran con precaución, no fuera que llegara a escapar? (…)

Habías cumplido del todo tu trabajo criminal entregando a Cristo a sus sicarios. Pero si los soldados hubieran sido tan remisos que Cristo consiguiera escapar de entre ellos, por su descuido o rescatado por la fuerza, ¿tenías miedo acaso de que entonces no te serían pagadas tus treinta piezas de plata, paga ilustre de crimen tan horrendo? (…)

‘Tenía delante de ellos y se acercó a Jesús para besarle. En cuanto llegó, arrimándose a Jesús le dijo: Salve, Maestro, salve. Y le besó. Le dijo Jesús: Amigo, ¿a qué has venido? ¿Con un beso entregas al Hijo del hombre?” “. Iba Judas delante de la turba, v esto no sólo es verdad en la historia, sino que tiene también un sentido espiritual: entre los que participan en un mismo acto pecaminoso, el que tiene más motivos para abstenerse es el que mayor culpa tiene delante del juicio de Dios.

besojudas“Y se acercó para besarle. Y al llegar fue hacia El y le dijo: Maestro, salve, Maestro. Y le besó.” Así se acercan a Cristo, así le saludan, así le besan también todos aquellos que se fingen discípulos de Cristo y profesan su doctrina con la lengua mientras, de hecho y con obras, se esfuerzan por destruirla con artilugios y toda una técnica de sutilezas. De igual guisa que Judas le saludan quienes le llaman “Maestro” pero desprecian sus mandamientos. De la misma manera le besan aquellos sacerdotes que consagran el Cuerpo sacrosanto de Cristo, para después asesinar a los miembros de Cristo, almas cristianas, con su falsa doctrina y su ejemplo depravado. Así le saludan y besan también quienes exigen ser considerados como personas buenas y pías porque, a pesar de ser fieles laicos, persuadidos por malos sacerdotes, reciben el Cuerpo y la Sangre sagrados de Cristo bajo ambas especies, contra la costumbre de todos los cristianos, sin ninguna necesidad y no sin gran menosprecio por toda la Iglesia católica y, en consecuencia, no sin grave falta. Esta gente lo hace contra la práctica y el uso de siempre de todos los cristianos. (…)

Se parecen en esto a los soldados de Pilato que se burlaban de Cristo arrodillándose y saludándole como rey de los judíos. Se arrodillan en veneración de la Eucaristía, y la llaman Cuerpo y Sangre de Cristo aunque ya no creen que sea lo uno ni lo otro: creen como “creían” los soldados de Pilato que Cristo era rey de los judíos.  (…)  Cuanto más enorme fue el crimen de Judas, tanto más miserable fue el castigo que le siguió. Joab fue muerto a manos de otro, pero el desgraciado Judas se ahorcó con su propia mano. (…)

Cristo le recibe, escucha su saludo, no rechaza el beso. Conocedor de la criminal traición, se comportó durante ese rato como si nada supiera.

Conducta de Cristo con el traidor

¿Por qué Cristo actuó así? ¿Era acaso para enseñarnos cómo disimular y fingir? ¿Para enseñarnos a devolver, con fina astucia, el engaño con otro engaño? De ningún modo. Lo hizo para indicamos que hemos de soportar con paciencia y mansedumbre todas las injurias y ardides, sin enfurecemos, sin buscar venganza, sin dar rienda suelta a nuestras pasiones para insultar al ofensor, sin buscar vano deleite en coger al enemigo en algún traspié. Nos enseñaba a hacer frente a la injuria y a la falsedad con verdadera virtud y, en una palabra, a vencer el mal en abundancia de bien. Es decir, hacer todo esfuerzo posible, insistiendo con ocasión y sin ella, con palabras tan corteses como fuertes y penetrantes, de tal modo que el hombre miserable pueda cambiar para bien; y si no responde a este tratamiento, no eche la culpa a nuestra negligencia, sino a la monstruosa magnitud de su propia maldad.

Como buen médico, intenta Cristo ambos métodos de cura, y en primer lugar, empleando palabras suaves y afables: “Amigo, ¿a qué has venido?". Cuando se oyó llamar “amigo” el traidor quedó indeciso y pensativo en la duda. (…)

Le llama con el nombre con que solía hacerlo de ordinario p ara que el recuerdo de su anterior amistad ablandara el corazón del traidor y le moviera al arrepentimiento. Le reprocha luego, abiertamente, su traición para que no siguiera pensando que estaba oculta y le diera vergüenza confesarla. Sugiere, por fin, la criminal hipocresía del traidor: “¿con un beso entregas al Hijo del hombre?". Entre los crímenes y obras perversas no es fácil descubrir una más odiosa ante Dios que aquellas en las que pervertimos la naturaleza, real y genuina de las cosas buenas para hacerlas instrumentos de nuestra maldad. Odiosa es ante Dios la mentira porque las palabras, que están por naturaleza ordenadas a expresar el sentido de nuestro pensamiento, son trastocadas para un propósito de engaño y decepción. Dentro de este genero de maldad, constituye una ofensa grave a Dios abusar de las leyes y del derecho para infligir aquellas injurias que están, precisamente, destinadas a prevenir.

(…)  Al ver Cristo que no había en el traidor señal alguna de arrepentimiento, y para mostrar que prefería hablar con un enemigo sincero que con uno escondido en el anonimato, se apartó de él y se encaminó hacia la turba bien armada. Dejaba claro que nada le importaban las inicuas artimañas y tretas del traidor. Así lo relata el Evangelio: “Y Jesús, que sabia todas las cosas que le habían de sobrevenir, salió a su encuentro, y les dijo: ¿A quién buscáis? Respondiéronle: A Jesús Nazareno. Díjoles Jesús: Yo soy. Estaba también entre ellos Judas, el que le entregaba. Apenas dijo: Yo soy, retrocedieron y cayeron en tierra” ‘.

¡Oh, Cristo salvador!, que hace apenas un rato tan grande era tu miedo que yacías postrado en el suelo, en postura digna de compasión, y que con sudor de sangre suplicabas al Padre que apartara de Tiel cáliz de tu Pasión,¿Cómo es que ahora, de manera tan repentina, te levantas, te lanzas como un gigante y vas gozoso al encuentro de quienes te buscan para hacerte sufrir?, ¿por qué das a conocer tu identidad, tan espontáneamente a quienes admiten buscarte, pero que ignoran todavía que eres Tú a quien, de hecho, buscan? ¡Vengan, acudan aquí los débiles y pusilánimes.! Que se agarren con fuerza a una esperanza inquebrantable cuando se sientan aplastados por el temor ante la muerte. Si con Cristo agonizan y temen y se apesadumbran, llenos de angustia, tristeza, cansancio y sudor, participarán también en su consolación. Sin duda ninguna, se sentirán fortalecidos por el mismo consuelo que tuvo Cristo (con la condición de que hagan oración, de que perseveren en ella y de que abandonen todo en la voluntad de Dios). Tan recreados serán por este espíritu de Cristo que sentirán renovarse sus corazones como la tierra vieja es refrescada por el rocío del cielo y, por medio del madero de la cruz de Cristo, inmerso en las aguas del dolor, el mismo pensamiento de la muerte, antes tan amargo, se hará suave y llevadero. Un ánimo alegre y jovial sucederá al cansancio, el vigor mental y la valentía reemplazaran el pavor y, al final, apetecerán la muerte que antes les horrorizaba, considerando la vida triste y el morir una ganancia, deseando verse libre de las ataduras del cuerpo para estar con Cristo.

“Acercándose Cristo a la muchedumbre les pregunta: ¿A quién buscáis? Contestan: A Jesús Nazareno. judas, el que le entregaba, estaba entre ellos. Y Jesús les dijo: Yo soy. Cuando dijo: Yo soy, retrocedieron y cayeron por tierra.” Si pudiera darse el caso- de que el pavor y la angustia de Cristo hubieran antes disminuido nuestra estima e imagen de El, habría ahora que restaurarla ante esta su fortaleza tan varonil. Avanza impertérrito hacia una masa de hombres armados (a aquellos que ni siquiera sabían quién era El) y, aun seguro de su muerte (pues sabia todo lo que iba a ocurrirle), se ofrece libremente como una víctima que va a ser cruelmente sacrificada. E

ste cambio, tan completo como repentino, resulta verdaderamente admirable si se contempla desde su santísima humanidad. ¿Qué estima tendremos de El? ¿Qué intensa reacción ha de producirse en los corazones de todos los fieles por la fuerza de este poder divino pasando asombrosamente a través del organismo debilitado de un hombre? Porque, ¿cómo fue posible que ninguno de los que le buscaban pudiera reconocerle al acercarse? Había enseñado en el templo. Había volcado las mesas de los vendedores. Había arrojado de allí a éstos. Habla desarrollado su actividad en público. Había desconcertado a los fariseos. Había satisfecho a los saduceos. Habla refutado a los escribas. Había eludido con una prudente respuesta la pregunta capciosa de los soldados herodianos. Habla alimentado a siete mil hombres con siete panes, y curado enfermos y resucitado a los muertos. Se había hecho accesible a todo tipo de personas: fariseos y publicanos, ricos y pobres, justos y pecadores, judíos y samaritanos y gentiles. Y. ahora, no hay nadie entre tanta gente que le reconozca por su rostro o por su voz al dirigirse a ellos de cerca. Parece como si los que enviaran la turba hubieran cuidado de no mandar a nadie que hubiera visto de antemano a la persona que buscaban. (…)

 ¿Qué ocurrió en suceso tan extraño? Pienso que nadie fue capaz de reconocerle por la misma razón por la que, más tarde, María Magdalena, aunque le vio, no le reconoció sino cuando El se reveló a sí mismo; lo mismo con aquellos dos discípulos que, aun mientras charlaban con El, no supieron quién era hasta que El se dio a conocer; y aun así, pensaron que era un viajero, como María Magdalena creyó que era el jardinero. En pocas palabras, no le reconocieron por la misma causa que nadie pudo seguir en pie cuando Cristo empezó a hablar: “Al decir: Yo soy, retrocedieron y cayeron por tierra.”

Declaraba así Cristo ser en verdad la palabra de Dios, que penetra con mayor agudeza que una espada de dos filos. Del rayo dicen que es de tal naturaleza que derrite la espada dejando ilesa la vaina. Aquí, la sola voz de Cristo, sin dañar los cuerpos, de tal modo debilitó las almas que les dejó sin fuerzas para sostener los miembros.

(…)  Quiso también el evangelista advertir sobrela necesidad de ser cuidadoso y prudente en la compañía y amigos que uno mantiene: si se anda con gente miserable se corre el peligro de caer junto con ellos. Si alguien pone estúpidamente su suerte junto con quienes van a un naufragio seguro, rara vez sucederá que se salve él sólo nadando a tierra firme, mientras los demás se ahogan en el fondo del mar.

Libertad de Cristo en su captura, pasión y muerte

Quien pudo arrojar a todos al suelo con sola su palabra, fácilmente hubiera podido hacerlo con tal fuerza que ninguno volviera a levantarse jamás. Cristo, sin embargo, los tiró al suelo para que supieran que nada podrían sobre El si El no quisiera libremente padecer; y así, permitió que se levantaran para seguir haciendo lo que El deseaba padecer. “Al levantarse les preguntó por segunda vez: ¿A quién buscáis?, y ellos respondieron: A Jesús Nazareno.” Tan atemorizados contestaron que parece estaban fueran de su sano juicio.

(…) Es decir: “Si me buscáis a mi, ¿por qué no me arrestáis de golpe, ya que yo mismo me he acercado a vosotros y os he dicho quién soy? Y la razón es que sois tan incapaces de prenderme contra mi voluntad que ni siquiera podéis permanecer de pie mientras os hablo, como acabáis de comprobar al caeros. (…)

Mandó que dejaran en paz a los discípulos y aun les forzó a hacerlo; salvados gracias a la fuga, anuló todos sus esfuerzos por capturarlos. Todo esto lo había anunciado ya de antemano, y mandó: “Dejad ir a estos?, para que se cumplieran aquellas otras palabras:"No he perdido ninguno de los que me has confiado"‘. Estas palabras que menciona el evangelista son las mismas que había dirigido Cristo a su Padre aquella noche en la cena:”Padre santo, guarda en tu nombre a estos que Tú me has confiado.” Y después: “He guardado a los que me diste, y ninguno se ha perdido sino el hijo de la perdición, para que se cumpla la Escritura.” Al predecir que los discípulos se salvarían cuando El fuese arrestado, se declara Cristo ser su guardián y custodio.

El final desgraciado de Judas se predice en el salmo 108, donde, en forma de oración, se lee: “Sean cortos sus días, y otro reciba su ministerio.” Se dijo esto de Judas, traidor mucho antes de su traición, pero dudo que, aparte del salmista, conociera alguien que estas palabras eran una predicción precisamente sobre Judas, hasta que Cristo lo mostró con claridad y los hechos confirmaron las palabras.

No hay que olvidar que ni los mismos profetas velan todo lo predicho por otros, porque el espíritu de profecía se da a la medida, es personal. Y además me parece que nadie entiende el sentido de todas las frases de la Sagrada Escritura de tal modo que nada quede ya en ellas de misterio escondido, todavía ignorado, bien sea sobre los tiempos del anticristo o sobre el juicio final por Cristo; y permanecerán ocultos hasta que venga de nuevo Elías para explicarlos. Puedo de este modo aplicar a la Sagrada Escritura aquella exclamación del Apóstol sobre la sabiduría de Dios, pues es en la Escritura donde ha ocultado Dios el vasto cúmulo de su sabiduría: “Oh profundidad de los tesoros de la sabiduría y de la ciencia de Dios: ¡cuán incomprensibles son sus juicios, cuán inescrutables son sus caminos!".

En nuestros días-, sin embargo, primero en un sitio y luego en otro, surgen día tras día, casi como avispas y abejorros, individuos que se glorían de ser autodidactas (como dice San jerónimo), y que sin la ayuda de los comentarios de los antiguos doctores, encuentran muy accesibles, abiertos y claros todos aquellos pasajes que los antiguos Padres confesaron hablan encontrado dificilísimos. Y los Padres fueron autores de no menor ingenio ni inferior formación doctrinal, infatigables en el estudio y, por lo que se refiere, a ese “espíritu” o “carisma” que estos autores modernos tienen tan a menudo en sus labios como tan rara vez en sus corazones, también los Padres les superaron no menos que en la santidad de sus vidas.

Ocurre en nuestros días que estos autores nuevos, que súbitamente han florecido de la tierra como teólogos y que quieren presentarse como quien lo sabe todo, no sólo están en desacuerdo con aquellos autores de vida tan santa sobre el significado de la Escritura, sino que ni siquiera perseveran unánimes en los grandes dogmas de la fe cristiana . Uno cualquiera entre ellos, el que sea, pretendiendo tener la verdad, conquista a los demás, y, a su vez, es conquistado por ellos: todos se asemejan en su oposición a la fe católica, y son todos también iguales en ser así vencidos. El que habita en los cielos se ríe de sus intentos, inútiles e impíos.

Y a El suplico yo para que no se ría de ellos de tal guisa que los desdeñe en su ruina eterna, sino para que les conceda la gracia salvadora del arrepentimiento, y así, estos hijos pródigos, que durante tanto tiempo han andado descarriados en el exilio, vuelvan sus pasos al seno de su madre, la Iglesia. De esta manera, unidos todos en la verdadera fe de Cristo y en la caridad de sus miembros, podamos obtener la gloria de Cristo, nuestra Cabeza, gloria que nadie, por mucho que se engañe, puede esperar alcanzar fuera del cuerpo de Cristo y de la verdadera fe.

El fin de JudasDesesperación-Giotto

Pero, volviendo a lo que decía, el hecho de que esa profecía se aplique a judas fue algo insinuado por Cristo y que judas mostró al suicidarse; fue hecho luego explícito por Pedro y cumplido por todos los Apóstoles cuando Matías fue elegido para ocupar su lugar: otro recibió su episcopado. (…)

Al decir Cristo: “Dejad que éstos se vayan” no imploraba su permiso, sino que declaraba, de una manera velada, que El mismo había concedido a los Apóstoles el poder de marcharse para que se cumplieran aquellas palabras: “Padre, he guardado a los que me diste y ninguno se ha perdido excepto el hijo de la perdición.” Vale la pena contemplar aquí con cuánta eficacia predijo Cristo en estas palabras el contraste entre el fin de Judas y el de los demás, la ruina del traidor y el feliz desenlace de los otros. (…) “Yo los he guardado. Y ninguno se ha perdido sino el hijo de la perdición. También él estaba entre los que Tú me diste. El me recibió, y también a él, como a todos los que me reciben, le he dado poder de llegar a ser hijo de Dios. Cuando la avaricia le enloqueció se pasó a Satanás, y abandonándome y traicionándome con perfidia, rechazando la salvación y esforzándose en mi destrucción, se convirtió en hijo de la perdición y pereciócomo un miserable en su propia miseria.”

Infaliblemente cierto del final de judas, Cristo habla de su ruina como si ya hubiera acontecido. (…) Se alegraba el traidor confiando que serían capturados todos juntos, y estaba tan estúpidamente seguro de si mismo, que nada habla más lejano de su cabeza como el pensamiento de la sentencia de muerte que Dios le colgaba, un lazo terrible a punto de atrapar su cuello en cualquier momento. Qué’ digna de compasión es esta tenebrosidad de la débil y mortal condición humana que a menudo tiembla de miedo y se perturba tumultuosamente mientras ignora estar completamente a salvo; y otras veces, en cambio, se comporta como si nada le preocupara, segura de todo peligro, y del todo inconsciente de que una espada mortal pende sobre su cabeza. Temían los demás Apóstoles ser prendidos y asesinados junto con Cristo y, sin embargo, todos consiguieron escapar. Judas, por el contrario, al parecer libre de todo temor y que, incluso se deleitaba en el miedo de los Apóstoles, pereció unas pocas horas después.

Cruel es el apetito que se alimenta de la desgracia ajena. (…) Ejemplo triste y terrible para todos. No se crea el criminal seguro y libre de castigo, por mucho que se precie en su arrogante impenitencia, porque contra los malvados conspiran al unisono todas las creaturas junto con el Creador. (…) Los demonios desean zambullirle en las llamas devoradoras y eternas. Y entretanto, el único que preserva al hombre malvado es el mismo Dios que aquél abandonó.

Si alguien es tan obstinado en su imitación de Judas que Dios decida no ofrecerle más la gracia que tan a menudo le ha sido procurada (y por él rechazada), ese hombre sí que es verdaderamente desgraciado, y por mucho que se halague a si mismo en la falsa ilusión de volar muy alto en el aire sobre una nube de falsa felicidad, está, de hecho, revolcándose en un abismo de calamidad y de desgracia.

A Cristo clementísimo se ha de pedir por uno mismo y por los demás para no imitar a Judas en su obcecación frenética, y poder así aceptar la gracia que Dios ofrece para ser restaurados de nuevo por la penitencia y por la misericordia a la gloria.

(continuará)

Infocatólica agradecerá vuestra generosa colaboración; le sugerimos cómo hacerlo.

1 comentario

  
Ricardo de Argentina
“¡tenemos el tristísimo privilegio de “inutilizar” la gracia, rechazándola voluntariamente!”.
---

Y esto lo hacemos muy seguido, casi como por rutina.
Un sacerdote me explicó que eso de que "pecamos siete veces al día" que enseñan los santos, no se refiere solamente a pecados o imperfecciones, sino que incluye las veces que le cerramos las puertas a la Gracia del Señor en sus propias narices.
Así somos.
02/04/15 7:49 PM

Dejar un comentario



No se aceptan los comentarios ajenos al tema, sin sentido, repetidos o que contengan publicidad o spam. Tampoco comentarios insultantes, blasfemos o que inciten a la violencia, discriminación o a cualesquiera otros actos contrarios a la legislación española, así como aquéllos que contengan ataques o insultos a los otros comentaristas, a los bloggers o al Director.

Los comentarios no reflejan la opinión de InfoCatólica, sino la de los comentaristas. InfoCatólica se reserva el derecho a eliminar los comentarios que considere que no se ajusten a estas normas.