(33) La "Oración Abrasada" (de S. Luis María y nuestra)

OrAbrasada

Podemos decir que el Credo en sí, el tesoro de la Fe, es inseparable de aquellos que están brillando como luceros junto a nosotros gracias a esa misma fe, que confesaron con su palabra y vida de manera ejemplar. ¿Cómo divorciar la atracción de la fe de nuestra familiaridad con los santos, “nuestros hermanos, las águilas”, como los llamaba Sta. Teresita?

947 “Como todos los creyentes forman un solo cuerpo, el bien de los unos se comunica a los otros […] Es, pues, necesario creer […] que existe una comunión de bienes en la Iglesia. (…)"Como esta Iglesia está gobernada por un solo y mismo Espíritu, todos los bienes que ella ha recibido forman necesariamente un fondo común” (Catecismo Romano, 1, 10, 24).

Hace unos días, conversando con una persona desanimada, decía que ante ciertas cosas que se ven y oyen, uno se queda a veces sin palabras, con el alma en suspenso, ansiando sólo el silencio y la oración. Pero resulta que la oración es, ya, palabra; la palabra más fecunda. Y yo creo que en esos momentos, en que tal vez ni sabe uno cómo orar, la oración de los Santos, de quienes están ya mirando al Verbo “cara a cara”, es particularmente consoladora y eficaz para mostrar el rumbo.

Creo que este misterio no es suficientemente tenido en cuenta por muchas personas de  fe cierta y práctica. Y no me refiero a la existencia de devociones particulares ni a la particular “simpatía” que nos suscita tal o cual santo, sino al efectivo aprovechamiento de sus gracias y dones, con la conciencia de que realmente, también nos pertenecen.

Modestamente, creo que los párrafos que el Catecismo dedica a la explicación de este misterio deberían ser más predicados por pastores y catequistas, y propuestos a la meditación con más frecuencia. Se habla mucho de la “comunidad”, y se pone el acento en la “mirada al prójimo”, pero muy a menudo parecería que no hay sino vivos, y que la Iglesia Purgante y la Triunfante están “de adorno”.

Por parentesco y relaciones de afecto, se despierta en muchas personas piadosas una clara conciencia de la necesidad de oración por las almas del Purgatorio, por cuanto nosotros podemos y debemos auxiliarlas a ellas.

Pero con respecto a los santos y bienaventurados, no sé si se vive hoy en día esta común-unión de un modo tan natural… No sólo pidiéndole a tal o cual que interceda por nosotros, sino teniéndolos como verdaderos amigos y consejeros, sirviéndonos de sus experiencias y palabras como de lo que son realmente: perlas del tesoro de gracias que a través de ellos, Dios nos regala a todos los miembros de la Iglesia.

948 La expresión “comunión de los santos” tiene, pues, dos significados estrechamente relacionados: “comunión en las cosas santas [sancta]” y “comunión entre las personas santas [sancti]".

951 La comunión de los carismas: En la comunión de la Iglesia, el Espíritu Santo “reparte gracias especiales entre los fieles” para la edificación de la Iglesia (LG 12). Pues bien, “a cada cual se le otorga la manifestación del Espíritu para provecho común” (1 Co 12, 7).

952 “Todo lo tenían en común” (Hch 4, 32): “Todo lo que posee el verdadero cristiano debe considerarlo como un bien en común con los demás y debe estar dispuesto y ser diligente para socorrer al necesitado y la miseria del prójimo” (Catecismo Romano, 1, 10, 27). El cristiano es un administrador de los bienes del Señor (cf. Lc 16, 1, 3).

953 La comunión de la caridad: En la comunión de los santos, “ninguno de nosotros vive para sí mismo; como tampoco muere nadie para sí mismo” (Rm 14, 7). “Si sufre un miembro, todos los demás sufren con él. Si un miembro es honrado, todos los demás toman parte en su gozo (…)”

En este tiempo de Cuaresma, en que a menudo recordamos nuestra condición peregrina, en medio de tormentas en el mismísimo Desierto hacia la Pascua, la presencia a nuestro lado de quienes nos precedieron en este combate y ya gozan de la presencia divina es, a mi juicio, uno de los dones más preciosos que la Providencia nos brinda.

«Nosotros adoramos a Cristo porque es el Hijo de Dios; en cuanto a los mártires, los amamos como discípulos e imitadores del Señor, y es justo, a causa de su devoción incomparable hacia su rey y maestro; que podamos nosotros, también, ser sus compañeros y sus condiscípulos (Martirio de san Policarpo 17, 3: SC10bis, 232 -Funk 1, 336).

Ellos siempre tienen “algo para decirnos”, y sobre todo, siempre habrá en sus palabras algo puntual y providencialmente oportuno para iluminar este instante. Son faros que Dios nos regala para ir caminando hacia la Patria. En ellos podemos apoyarnos con confianza, pues simplemente, ya han llegado. Y así como sabemos que Dios nos habla aquí y ahora a través de su Palabra viva en las Sagradas Escrituras y sobre todo en la Liturgia, tal vez deberíamos recordar que también en las voces de los santos resuena la del Espíritu, vivo y vivificante.

Apoyada, pues, en ese tesoro, quiero recordar aquí la que se conoce como “Oración Abrasada” o “Súplica Ardiente” de ese gigante enamorado de la Cruz y de María Santísima, que fue San Luis M. Grignon de Montfort, política y religiosamente “incorrecto", tanto en su época como ahora, por gracia de Dios…

Poco después de su ordenación, él soñaba con “una pequeña compañía de sacerdotes” dedicados a la predicación de misiones bajo el estandarte de la Santísima Virgen, y esta plegaria, que posiblemente data de sus últimos años, es un grito del corazón a Dios en que describe la clase de “apóstoles” que ansía y que en su visión sobre el futuro, cree particularmente necesarios en la época que -en el Tratado de la Verdadera Devoción (35,45-58)-, llama “los últimos tiempos".

¡Cuánto ansiamos hoy también, muchos de nosotros, estos mismos apóstoles!¡Cuánto necesitamos más sacerdotes y obispos fieles, celosos y valientes para defender al rebaño, verdaderamente libres para proclamar toda la verdad del Evangelio! Pero como me decía esa señora, “nuestras palabras son tan pobres”… Y bien: tomemos entonces las palabras y las súplicas de los santos, y los méritos de la Ssma. Virgen, para implorar todos los días a Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo.

 ***

ORACIÓN ABRASADA (S.Luis M. de Montfort)

Señor, acordáos de vuestra Congregación que habéis poseído desde el principio, pensando en ella desde la eternidad (Sal 73,2); que teníais en vuestra mano todopoderosa cuando con una palabra sacasteis el universo de la nada; que ocultabais aún en vuestro corazón cuando vuestro Hijo, al morir en la Cruz, la consagró con su sangre, y la confió, cual precioso depósito, a los cuidados de su Santísima Madre.

Cumplid, Señor, los designios de vuestra misericordia, suscitad a los hombres de vuestra diestra, tales como los habéis mostrado, dando ilustraciones proféticas a algunos de vuestros más grandes servidores: a San Francisco de Paula, a San Vicente Ferrer, a Santa Catalina de Siena, y a tantas otras grandes almas del siglo pasado y aún del presente.

OrAbrasada

Invocación a Dios Padre

Dios Todopoderoso, acordáos de esta Compañía empleando la omnipotencia de vuestro brazo nunca menguado, para darle vida y llevarla a su perfección. Renovad los milagros, haced nuevos prodigios (Eclo 36,6.), dejadnos experimentar el socorro de vuestro brazo (Sab 5,17). Oh gran Dios, que de piedras toscas (Mt.3,9) podéis hacer otros tantos hijos de Abraham, decid una sola palabra en Dios, para enviar buenos “operarios a vuestra mies” (Lc 10,2), y buenos misioneros a vuestra Iglesia.

- Dios de Bondad, acordáos de vuestras antiguas misericordias y por esa misma misericordia acordáos de esta Congregación; acordáos de las reiteradas promesas que nos habéis hecho por medio de vuestros profetas y de vuestro mismo Hijo, de escuchar nuestras justas peticiones. Acordáos de las plegarias que a este fin os han hecho vuestros siervos y siervas desde hace tantos siglos; que sus súplicas, sus gemidos, sus lágrimas y su sangre derramada acudan a vuestra presencia, para implorar poderosamente vuestra misericordia.

Mas acordáos sobre todo de vuestro querido Hijo. “Contempla la cara de tu Ungido” (Sal 83,10) Acordáos de su agonía, su confusión y su queja amorosa en el Huerto de los Olivos cuando dijo: ¿De qué sirve mi sangre?(Sal 29,10) Su muerte cruel y su sangre vertida os claman misericordia, para que, mediante esta Congregación, su imperio sea establecido sobre las ruinas del de sus enemigos.

- Acordáos, Señor, de esta comunidad en los efectos de Vuestra Justicia.

“Ya es tiempo de hacer lo que habéis prometido. Violada está vuestra divina ley” (Sal 118,126); abandonado vuestro evangelio; torrentes de iniquidad inundan toda la tierra y arrastran a vuestros mismos siervos. Desolada está la tierra (Jer 12,11), la impiedad se asienta en los tronos, vuestro santuario es profanado, la abominación está en el mismo lugar santo (Dan 9,27; Mt 24,15; Mc 13,14). ¿Lo dejaréis todo así abandonado, justo Señor, Dios de las venganzas? ¿Todo llegará a ser como Sodoma y Gomorra? ¿Os callaréis, siempre? ¿Seguiréis soportándolo todo? ¿No es preciso que vuestra voluntad se haga en la tierra como en el cielo, y que venga a nosotros vuestro reino? ¿No habéis mostrado de antemano a algunos de vuestros amigos una futura renovación de vuestra Iglesia? ¿No han de convertirse los judíos a la verdad? ¿No es lo que espera la Iglesia? ¿No os claman todos los santos del cielo ¡Justicia, Venganza! (Ap 6,10)? ¿No os dicen todos los justos de la tierra: Venid, Señor Jesús! (Ap 22,20) Todas las criaturas, hasta las más insensibles, gimen bajo el peso de los innumerables pecados de Babilonia y piden vuestra venida para restaurarlo todo. “La creación entera gime”(Rom 8,22).

Invocación a Dios Hijo

Señor Jesús, Acordáos de dar a vuestra Madre una nueva Compañía para renovar por ella todas las cosas y para concluir por María los años de la gracia como los habéis comenzado por Ella.

Dad hijos y siervos a vuestra Madre, de lo contrario dejadme morir (Gén 30,1).

Para vuestra Madre os pido. Acordáos de sus entrañas y de sus pechos, y no me rechacéis; acordáos de quien sois hijo y escuchadme: acordáos de lo que Ella es para Vos y de lo que Vos sois para Ella y satisfaced mis deseos.

¿Qué os pido? Nada para mí, todo para vuestra gloria.

¿Qué os pido? Lo que podéis, y aún me atrevo a decirlo -lo que debéis concederme, como verdadero Dios que sois, a quien todo poder ha sido dado en el cielo y en la tierra (Mt 28,18), y como el mejor de todos los hijos, que amáis infinitamente a vuestra Madre.

¿Qué os pido?

- Hijos: Sacerdotes libres con vuestra libertad, desprendidos de todo, sin padre, sin madre, sin hermanos, sin parientes según la carne, sin amigos según el mundo, sin bienes, sin estorbos, sin cuidados, y hasta sin voluntad propia (Mc 10,29; Lc 14,26).

- Hijos: Esclavos de vuestro amor y de vuestra voluntad, hombres según vuestro corazón que, sin voluntad propia que los manche y los detenga, cumplan siempre la vuestra y derriben a todos vuestros enemigos, como David, con el cayado de la Cruz y la honda del Rosario en las manos (1 Re 17,40; - Hijos: Nubes levantadas por encima de la tierra, y llenas de celestial rocío que sin impedimento vuelen por todas partes al soplo del Espíritu Santo. Ellos son del número de los que vuestros profetas tenían ante la vista cuando preguntaban;¿Quiénes son estos que vuelan como las nubes? (Is 60,8) Iban a doquiera los impulsaba el Espíritu (Ez 1,12) .

- Hombres siempre prontos a serviros, siempre dispuestos a obedeceros a la voz de sus superiores, como Samuel: “Heme aquí” (1 Re 3,16) siempre listos a correr y a sufrirlo todo con Vos y para Vos, como los Apóstoles: Vamos también nosotros para morir con El (Jn 11,16).

- Hijos: Verdaderos hijos de María, vuestra Santísima Madre, engendrados y concebidos por su caridad, llevados en su seno, pegados a sus pechos, alimentados con su leche, educados por sus cuidados, sostenidos por su brazo, y enriquecidos por sus gracias.

- Hijos: Verdaderos siervos de la Santísima Virgen quienes, como Santo Domingo, con la antorcha brillante y ardiente del santo Evangelio en la boca y el santo Rosario en la mano, vayan por todas partes, ladrando como perros, ardiendo como hogueras, e iluminando las tinieblas del mundo como soles, y que por medio de una verdadera devoción a María, esto es, interior sin hipocresía, tierna sin indiferencia, constante sin ligereza, y santa sin presunción, aplasten doquiera que vayan la cabeza de la antigua serpiente, para que se cumpla plenamente la maldición que habéis pronunciado contra ella.: Pondré enemistades entre ti y la mujer, entre tu raza y la suya; Ella aplastará tu cabeza (Gén 3,15).

Es verdad, Señor, que el demonio, como lo habéis predicho, pondrá grandes asechanzas al calcañar de esta mujer misteriosa, es decir, a esta compañía de hijos suyos que vendrán hacia el fin del mundo, y que habrá grandes enemistades entre la bienaventurada posteridad de María y la raza maldita de Satanás. Pero es una enemistad netamente divina y la única de que sois autor: pondré enemistades. Más esos combates y esas persecuciones que los hijos de Belial (2 Cor 6,15) suscitarán contra el linaje de vuestra Santa Madre, sólo servirán para que brille mejor el poder de vuestra gracia, la intrepidez de su virtud y la autoridad de vuestra Madre; pues desde el principio del mundo le habéis confiado la misión de aplastar a aquel orgulloso por la humildad de su corazón y de su calcañar.

De lo contrario, dejadme morir. ¿Acaso no es preferible morir, Dios mío, que veros tan cruel e impunemente ofendido todos los días, y hallarme cada vez más en peligro de ser arrastrado por los torrentes de iniquidad que van creciendo? Prefiero mil veces la muerte. O enviadme socorro desde el cielo, o quitadme la vida. Si no tuviera la esperanza de que, mirando por vuestra gloria, escucharéis tarde o temprano a este pobre pecador, como habéis escuchado a tantos otros.

-Este pobre clamó y el Señor le escuchó (Sal 33,7)-, yo os pediría lo mismo que un profeta: llevad mi alma (1 Re 19,4). Pero la confianza que tengo en vuestra misericordia me mueve a decir con otro profeta: no moriré, sino que viviré y contará las obras del Señor (Sal 117,17); hasta que pueda decir con Simeón: NUNC DIMITTIS: Ahora despedid, Señor, a vuestro siervo en paz (Lc 2,29-30)… porque mis ojos han visto vuestra salvación .

Invocación al Espíritu Santo

Espíritu Santo, acordáos de producir y de formar hijos de Dios con María vuestra divina y fiel esposa. Habéis formado a Jesús cabeza de los predestinados, con Ella y en Ella; con Ella y en Ella debéis formar también todos sus miembros. No engendráis ninguna persona divina en el seno de la Divinidad pero Vos solo formáis todas las personas divinas fuera de la Divinidad, y todos los santos que han sido y serán hasta el fin del mundo son tantas obras de vuestro amor unido a María.

El reinado especial de Dios Padre ha durado hasta el diluvio, y concluyó con el diluvio de agua; el reinado de Jesucristo terminó con un diluvio de sangre; mas vuestro reinado, Espíritu del Padre y del Hijo, continúa, y terminará con un diluvio de fuego de amor y de justicia (1 Jn 5,8).

¿Cuándo vendrá ese diluvio de fuego de amor puro, que debéis encender en toda la tierra, de una manera a la par tan dulce y vehemente que abrasará y convertirá todas las naciones: los turcos, los idólatras y aún los mismos judíos? No hay quien se esconda de su calor (Sal 18,7).

Enciéndase ese fuego divino que Jesucristo vino a traer a la tierra, antes de que encendáis el de vuestra cólera, que ha de reducir el universo a cenizas. Enviad a vuestro Espíritu y serán creados, y renovaréis la faz del mundo (Sal 103,30).

 Enviad a la tierra a ese Espíritu que es todo fuego purísimo para formar sacerdotes llenos de fuego por cuyo ministerio sea renovada la faz de la tierra, y reformada vuestra Iglesia.

Es una reunión, una asamblea, una selección, una segregación de predestinados que debéis hacer en el mundo y de entre el mundo. “Yo los elegí de en medio del mundo” (Jn 15,19)

Es un rebaño de corderos apacibles que debéis juntar entre tantos lobos (Lc 10,3); una bandada de castas palomas y águilas reales entre tantos cuervos; un enjambre de abejas entre tantos zánganos; una manada de ágiles ciervos entre tantas tortugas; un batallón de valientes leones entre tantas liebres tímidas. ¡Ah Señor! congrega nos de nationibus (Sal 105,47), juntadnos, reunidnos a fin de que alaben y bendigan por ello a vuestro Nombre santo y poderoso.

La Compañía de María

Habéis predicho esta ilustre Compañía por vuestro profeta, que habla de ella en términos muy oscuros y misteriosos, pero enteramente divinos: “Hiciste caer una lluvia generosa, para reanimar a los tuyos redimidos. Y tus familiares hallaron reposo, en el lugar que tu bondad les preparó. El Señor da a los mensajeros la noticia: Dios dispersó un inmenso ejército. Huyen reyes, huyen con sus tropas; una mujer en su carpa reparte el botín: alas de paloma cubiertas de plata y de oro en su plumaje. Mientras el Todopoderoso vencía a los reyes, caían nieves sobre el Salmón (Jue 9,48). Montes de Dios, montes de Basán, altos y encumbrados, montes escarpados, montes de Basán. ¿Por qué miran celosos al monte que Dios quiso habitar, en que el Señor habita para siempre?”(Sal 67,10-17)

¿Y qué otra cosa es, Señor, esa lluvia generosa que habéis preparado para vuestra empobrecida heredad, sino esta falange de santos misioneros Hijos de María, vuestra Esposa, que debéis reunir y separar del común de las gentes, para bien de vuestra Iglesia, tan debilitada y manchada por los crímenes de sus hijos?

¿Cuáles son esos animales y esos pobres que vivirán en vuestra heredad alimentándose de la divina dulzura que les habéis preparado? Son esos pobres misioneros abandonados a la Providencia, que rebosarán de vuestras divinas delicias; son esos animales misteriosos de Ezequiel (Ez 1,5-14) que tendrán la humanidad del hombre por su caridad desinteresada y benéfica para con el prójimo, la bravura del león por su santa cólera y su celo ardiente y discreto contra los demonios y los hijos de Babilonia; la fuerza del buey por sus trabajos apostólicos y su mortificación de la carne, y en fin, la agilidad del águila por su contemplación en Dios. Tales serán los misioneros que queréis enviar a vuestra Iglesia. Tendrán una mirada de hombre para el prójimo, una mirada de león contra vuestros enemigos, una mirada de buey contra sí mismos y una mirada de águila para Vos.

Esos imitadores de los apóstoles predicarán con tal virtud y fortaleza que removerán todos los espíritus y los corazones en los lugares donde prediquen. Les daréis vuestra palabra: y aún vuestra boca y vuestra sabiduría: a la que no podrá resistir ninguno de sus adversarios (Lc 21,15).

Ellos son los predilectos en quienes Vos en calidad de Rey de las virtudes, de Jesucristo el muy amado, tendréis vuestras complacencias, ya que no perseguirán otro fin en sus misiones que el de tributaros la gloria de los despojos arrebatados a vuestros enemigos.

Por su abandono a la Providencia y su devoción a María tendrán plateadas alas de paloma, es decir, la pureza de doctrina y de costumbres; y dorado el dorso, esto es, una perfecta caridad para con el prójimo para soportar sus defectos, y un gran amor a Jesucristo para llevar su cruz.

Vos sol como Rey de los cielos y Rey de Reyes, separaréis del común de las gentes a esos misioneros para hacerlos más blancos que la nieve del monte Selmón, que es monte de Dios, monte abundante y fértil, monte fuerte y macizo, monte en que el Señor se complace de modo maravilloso, y en donde habita y morará hasta el fin.

¿Quién es, Señor, Dios de verdad, esta montaña misteriosa, de la que nos decís tantas maravillas, sino María vuestra amada Esposa, cuyos cimientos habéis puesto sobre las cumbres de las más altas montañas? (Sal 86 1; Is 2,2; Miq 4,1)

Dichosos mil veces los sacerdotes que os habéis dignado escoger y predestinar para que moren con Vos en esa abundante y divina montaña para llegar a ser reyes de la eternidad por su desprecio de la tierra y su elevación en Dios; para hacerse más blancos que la nieve por su unión a María, vuestra Esposa toda hermosa, toda pura e inmaculada; y para enriquecerse con el rocío del cielo y la fertilidad de la tierra (Gén 27,28), con todas las bendiciones temporales y eternas de que María está llena.

Desde lo alto de este monte, como Moisés, lanzarán dardos contra sus enemigos, por medio de sus ardientes oraciones para postrarlos o convertirlos (Ex 17,8-13).

Sobre este monte aprenderán, de la boca misma de Jesucristo que siempre mora allí, la inteligencia de sus ocho bienaventuranzas (Mt 5,3-11).

Sobre este monte de Dios serán transfigurados con El como en el Tabor, morirán con El como en el Calvario, y subirán al cielo con El como en el monte de los Olivos.

A Vos sólo corresponde reunir, por medio de vuestra gracia, esta Congregación. Si el hombre inicia la obra, nada se hará; si toma parte en ella, la dañará, y la echará a perder. Es vuestra obra, gran Dios. Realizad vuestra obra puramente divina; juntad, llamad, traed a vuestros elegidos de todos los lugares de vuestro imperio, para formar un cuerpo de ejército contra vuestros enemigos.

Llamamiento final:

Ved, Señor, Dios de los ejércitos, como los capitanes forman escuadrones completos, los potentados levantan grandes ejércitos, los navegantes equipan flotas enteras, los mercaderes acuden en gran número a ferias y mercados.

¡Cuántos ladrones, impíos, borrachos y libertinos se juntan contra Vos todos los días tan presto y tan fácilmente! Un simple silbido, un toque de tambor, una daga embotada que muestran, un ramo seco de laurel que prometen, un pedazo de tierra roja o blanca que ofrecen, en tres palabras: el deseo de un honor fugaz, de un miserable interés, de un mezquino placer sensual, reúne en un instante a los mercaderes y cubre tierra y mar con una turba-multa de réprobos, que, siendo divididos entre sí o por la distancia de lugares, o por los intereses opuestos, se unen sin embargo hasta la muerte para haceros la guerra bajo el estandarte y el mando del demonio.

¡Y Vos, Señor! Habiendo tanta gloria, dulzura y provecho en serviros ¿casi nadie tomará partido por Vos? ¿Serán tan escasos los soldados que se alisten bajo vuestra bandera? ¿No habrá alguno que otro que, celando por vuestra gloria, grite en medio de sus hermanos, como San Miguel: Quis ut Deus? ¿Quién es como Dios?

¡Ah! permitidme decir a voces por doquiera: ¡fuego! ¡fuego! ¡fuego! ¡socorro! ¡socorro! ¡socorro! ¡Fuego en la casa de Dios! ¡fuego en las almas! ¡fuego hasta en el mismo santuario! ¡Socorro para vuestro hermano que lo asesinan! ¡socorro para nuestros hijos que van degollando! ¡socorro para nuestro querido padre que están apuñalando! 

“El que sea del Señor que se junte conmigo” (Ex 32,26) Que todos los buenos sacerdotes que están esparcidos por el mundo cristiano, ora se hallen actualmente en el combate, ora estén ya retirados de la lucha en los desiertos y soledades, vengan a unirse con nosotros: la unión hace la fuerza a fin de que formemos, bajo el estandarte de la Cruz un ejército dispuesto en orden de batalla y bien disciplinado, para atacar en masa a los enemigos de Dios que ya han dado el toque de alarma (Sal 45,4): rechinaron los dientes” (Sal 34,16), “bramaron” (Sal 2,1), “se multiplicaron”(Sal 24,19)."Rompamos sus coyundas, arrojemos de nosotros sus ataduras. El que mora en los Cielos se ríe de ellos” (Sal 2,3-4). “¡Alzase Dios! ¡Se dispersan sus enemigos!”(Sal 67,1).

 ¡Señor, levantáos! ¿Por qué aparentáis dormir? Desperézate! (Sal 43,24) Levantáos con toda vuestra omnipotencia, vuestra misericordia, vuestra justicia para formaros una compañía escogida de guardias reales que custodien vuestra casa, defiendan vuestro honor, y salven a vuestras almas, para que no haya más que un redil y un pastor (Jn 10,16), y que todos os tributen gloria en vuestro templo (Sal 28,9). Amén.

¡Dios solo!

3 comentarios

  
María de Córdoba (Argentina)
Que así sea.
Manda, Señor, el ejército que prometiste a través de San Luis María; el de aquellos que serán esclavos y vasallos de Tu Madre y que, conducidos por Ella, llevarán a la Santa Iglesia al triunfo y a las almas a Dios.
Envía, Señor, a esos Apóstoles de los Últimos Tiempos sobre los que profetizó San Luis María; que tu Santa Iglesia es oprimida, la Verdad desvirtuada o vilipendiada, el pecado y el error promovido por doquier y exaltado, y tantas almas -por las cuales derramaste Tu Preciosa Sangre- son alejadas y se pierden para siempre.
Triunfa Señor sobre nuestros enemigos; que se imponga Tu Reinado a través del Reinado del Inmaculado Corazón de María Santísima. Que así sea.
05/04/14 12:01 PM
  
perallis
Preciosa oración. Que tengamos sacerdotes como se piden en esa oración.
09/04/14 11:09 AM
  
Guido Moldiz
Gracias
26/11/15 2:24 PM

Dejar un comentario



No se aceptan los comentarios ajenos al tema, sin sentido, repetidos o que contengan publicidad o spam. Tampoco comentarios insultantes, blasfemos o que inciten a la violencia, discriminación o a cualesquiera otros actos contrarios a la legislación española, así como aquéllos que contengan ataques o insultos a los otros comentaristas, a los bloggers o al Director.

Los comentarios no reflejan la opinión de InfoCatólica, sino la de los comentaristas. InfoCatólica se reserva el derecho a eliminar los comentarios que considere que no se ajusten a estas normas.