Darwin a juicio (Phillip E. Johnson)

Juicio a Darwin, Phillip E. Johnson


Título: Juicio a Darwin
Autor: Phillip Johnson
Editorial: Homo Legens
Páginas: 252 págs.
ISBN: 9788493555627
Año edición: 2007
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1. Introducción

Este libro, cuya primera edición fue publicada en 1991, hizo historia. Aunque se limita a criticar el valor científico de la teoría darwinista de la evolución, podría decirse que fue el punto de partida del movimiento ID (Intelligent Design = Diseño Inteligente). Desde entonces este movimiento se ha desarrollado mucho en los Estados Unidos de América, poniendo en jaque a la cosmovisión atea que prevalece en el ámbito científico. El bioquímico Michael Denton, quien en 1986, siendo aún un darwinista ateo, publicó el libro Evolución: una teoría en crisis, ha dicho que este libro de Johnson es la mejor crítica del darwinismo que conoce. Precisamente la lectura de ese libro de Denton, y la de El relojero ciego de Richard Dawkins, el más célebre propagandista actual del ateísmo, impulsó a Johnson a estudiar a fondo el tema del darwinismo.

Phillip E. Johnson es un abogado graduado en las Universidades de Harvard y de Chicago. Fue Profesor de Derecho durante más de treinta años en la Universidad de California en Berkeley. Gracias a sus numerosos libros y artículos sobre la evolución y la creación, se ha ubicado al frente del debate público acerca de esta cuestión. Por su capacidad y su formación, Johnson está muy bien dotado para evaluar el peso de las evidencias aportadas y la corrección de los argumentos esgrimidos por las partes en un juicio. En Darwin on Trial aplica con brillantez ese talento suyo.

En el prólogo a la tercera edición del libro, llamada «edición del 20º aniversario», el bioquímico Michael J. Behe (otro de los principales exponentes del movimiento ID) afirma lo siguiente:

«Veinte años pueden ser una virtual eternidad en ciencia moderna –pero en lógica, no tanto. Los argumentos que descansan sobre premisas defectuosas y razonamiento forzado no son ayudados en absoluto por el paso del tiempo. Es el esplendor de Phillip Johnson, Profesor Jefferson E. Peyser de Derecho, Emérito en la Universidad de California, Berkeley, y experto en la forma en que los argumentos son estructurados y en las premisas implícitas sobre las que se apoyan, haber escrito un libro, Darwin on Trial, que, a pesar de los años interpuestos y del progreso de la ciencia, es tan fresco y relevante hoy como cuando fue impreso por primera vez…» (p. 10).


2. Darwinismo y neodarwinismo

El libro en cuestión tiene doce capítulos y un epílogo.

El Capítulo 1 (titulado «El marco legal») analiza dos célebres juicios acerca de la enseñanza de la teoría darwinista de la evolución en escuelas públicas de los Estados Unidos.

El Capítulo 2 (titulado «La selección natural») tiene una importancia capital. Al comienzo de ese capítulo, el autor dice que su tema no es la historia sino la lógica de la actual controversia, por lo que su interés está centrado en el darwinismo, no en Darwin. De ahí que a él no le interesen mayormente las diferencias entre el darwinismo original (el del propio Darwin) y el neo-darwinismo actual. «Mi propósito –afirma Johnson– es explicar qué conceptos emplea la teoría contemporánea, qué proposiciones significativas hace acerca del mundo natural y qué puntos de legítima controversia puede haber.» (p. 34).

A continuación el autor describe los tres principios básicos de la teoría propuesta por Charles Darwin en El origen de las especies (cf. pp. 34-35):

  • Las especies no son inmutables, sino que surgen las unas de las otras a través de un proceso natural de «descendencia con modificación».
  • Este proceso evolutivo da cuenta de toda o casi toda la diversidad de la vida, porque todos los seres vivos descienden así de un pequeño número de ancestros comunes, quizás de un único ancestro microscópico.
  • Este vasto proceso es guiado por una fuerza llamada «selección natural» o «supervivencia del más apto». Al cabo de un larguísimo proceso, la acumulación de pequeñas modificaciones graduales, combinada con la supervivencia de los seres vivos mejor adaptados a su ambiente, da lugar a una nueva especie.

El neodarwinismo (la versión actual del darwinismo) es la doctrina que sostiene que el rol creativo o positivo del proceso evolutivo es desempeñado principal o exclusivamente por mutaciones genéticas aleatorias, que producen las pequeñas modificaciones graduales postuladas por Darwin. El rol destructivo o negativo de ese proceso sigue estando a cargo de la selección natural, igual que en el primer darwinismo.


3. Selección natural y selección artificial

Cuando Darwin escribió El origen de las especies no se conocía ningún buen ejemplo de selección natural, por lo que él no pudo señalar evidencias empíricas en apoyo de su teoría. En cambio se apoyó mucho en un argumento basado en la analogía entre la selección natural y la selección artificial. Esta última, utilizada por los criadores de animales o plantas, es muy exitosa para producir variaciones mejoradas dentro de la misma especie, alterando muchas de sus características.

Johnson comenta que «la analogía con la selección artificial es engañosa. Los criadores de plantas y animales emplean inteligencia y conocimiento especializado… El objetivo de la teoría de Darwin, sin embargo, era establecer que procesos naturales sin un propósito pueden reemplazar al diseño inteligente. Que él lograra su objetivo citando los logros de diseñadores inteligentes prueba sólo que la audiencia receptiva de su teoría era altamente acrítica.» (p. 37).

El eminente zoólogo Pierre Grassé concluyó que los resultados de la selección artificial proveen un poderoso testimonio contra la teoría de Darwin:

«A pesar de la intensa presión generada por la selección artificial (eliminando a cualquier progenitor que no cumple el criterio de elección) durante milenios enteros, ninguna especie nueva ha nacido. Un estudio comparativo… prueba que las cepas permanecen dentro de la misma definición específica. Esto no es un asunto de opinión o de clasificación subjetiva, sino una realidad medible. El hecho es que la selección da forma tangible y reúne a todas las variedades que un genoma es capaz de producir, pero no constituye un proceso evolutivo innovador.» (pp. 37-38).

La selección artificial mediante experimentos de laboratorio con moscas de la fruta sí ha logrado producir nuevas especies, pero éstas siguen siendo moscas de la fruta, con cambios en ciertas características. Grassé destacó que «la mosca de la fruta, el insecto favorito de los geneticistas,… parece no haber cambiado desde los tiempos más remotos.» (pp. 38-39). Johnson agrega: «La naturaleza ha tenido mucho tiempo, pero simplemente no ha estado haciendo lo mismo que han estado haciendo los experimentadores.» (p. 39).

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A continuación presentaré de forma resumida el excelente análisis que, en la segunda parte del Capítulo 2, Phillip Johnson hace de las cuatro formas diferentes en que los darwinistas consideran la selección natural: como una tautología, como un argumento deductivo, como una hipótesis científica y como una necesidad filosófica.

4. La selección natural como una tautología (cf. pp. 39-43)

Muchos darwinistas prominentes han presentado la selección natural como una tautología, una forma de decir lo mismo dos veces. Johnson ilustra este punto con citas de J. B. S. Haldane, Ernst Mayr, George Gaylord Simpson y C. H. Waddington. En su formulación tautológica, la teoría darwinista predice que los organismos más aptos producirán la mayor descendencia, y define los organismos más aptos como aquellos que producen la mayor descendencia. Por lo tanto, esa teoría se reduce a la tautología de que los organismos que dejan la mayor descendencia dejan la mayor descendencia.

Johnson dice que la cita de Waddington «merece ser preservada para la posteridad». Hela aquí: «La principal contribución de Darwin fue, por supuesto, la sugerencia de que la evolución puede ser explicada por la selección natural de variaciones aleatorias. La selección natural, que al principio fue considerada como si fuera una hipótesis que necesitaba una confirmación experimental u observacional, en una inspección más cercana resulta ser una tautología, una afirmación de una relación inevitable pero previamente no reconocida. Afirma que los individuos más aptos en una población (definidos como aquellos que dejan una mayor descendencia) dejarán una mayor descendencia. Este hecho de ningún modo reduce la magnitud del logro de Darwin; sólo después de que fue claramente formulado, los biólogos pudieron darse cuenta del enorme poder del principio como un arma de explicación.» (pp. 41-42).

Waddington escribió esto en un artículo presentado en un gran evento de la Universidad de Chicago en 1959, celebrando el 100º aniversario de la publicación de El origen de las especies. Johnson comenta: «Aparentemente, ninguna de las distinguidas autoridades presentes dijo a Waddington que una tautología no explica nada. Cuando quiero saber cómo un pez puede convertirse en un hombre, no soy iluminado si se me dice que los organismos que dejan la mayor descendencia son los que dejan la mayor descendencia.» (p. 42).

El famoso filósofo de la ciencia Karl Popper criticó duramente la formulación tautológica de la selección natural. Desde entonces, acusando el golpe, los darwinistas intentan no enunciarla, aunque a menudo continúan empleándola en la práctica.


5. La selección natural como un argumento deductivo (cf. pp. 43-44)

Algunos darwinistas (por ejemplo el paleontólogo Colin Patterson y el investigador del origen de la vida A. G. Cairns-Smith) han presentado la teoría darwinista en la forma de un argumento deductivo. Veamos cómo formula Patterson ese argumento:

  • Todos los organismos deben reproducirse.
  • Todos los organismos exhiben variaciones hereditarias.
  • Las variaciones hereditarias difieren en su efecto sobre la reproducción.
  • Por lo tanto, las variaciones con efectos favorables sobre la reproducción tendrán éxito, aquellas con efectos desfavorables fracasarán, y los organismos cambiarán.

El mismo Patterson observa que este argumento no es una explicación general de la evolución, sino que sólo establece que alguna selección natural ocurrirá. Pero en realidad el argumento ni siquiera prueba que los organismos cambiarán. El rango de variaciones hereditarias puede ser estrecho, y las variaciones que sobreviven pueden ser sólo suficientes para mantener la especie tal cual es. En cualquier población algunos individuos dejarán más descendencia que otros, incluso si la población no está cambiando o cuando se dirige directamente hacia la extinción.

Que el efecto principal de la selección natural pueda ser el de evitar que una especie cambie no es una mera posibilidad teórica. Como se ve en el Capítulo 4 del libro, la característica predominante de las especies fósiles es la stasis, o ausencia de cambio. Además, hay numerosas especies que son «fósiles vivientes», puesto que son muy similares hoy a como eran hace millones de años.


6. La selección natural como una hipótesis científica (cf. pp. 45- 48)

Después de descartar dos simples falacias, corresponde examinar con mucho cuidado la formulación hipotética de la teoría darwinista. Nos encontramos aquí en el verdadero terreno de la ciencia. La mayoría de los científicos evolucionistas piensan que la selección natural darwinista es una hipótesis científica que ha sido tan completamente probada y confirmada por la evidencia que debería ser aceptada por todas las personas razonables como la explicación más adecuada de la evolución de las formas de vida complejas. Esto nos conduce a la cuestión crítica: ¿Qué evidencia confirma la hipótesis de que la selección natural (combinada con mutaciones) es un proceso evolutivo innovador, capaz de producir nuevos órganos y organismos y de explicar la diversidad de las formas de vida existentes?

En este punto Johnson cita los seis hechos que el biólogo darwinista Douglas Futuyma menciona como evidencias que confirman el poder creativo de la selección natural:

  • Las bacterias pueden desarrollar naturalmente una resistencia a los antibióticos; y los insectos pueden volverse resistentes a los insecticidas.
  • En una tormenta que ocurrió en 1898 en Massachusetts, los gorriones de mayor tamaño sobrevivieron con mayor frecuencia que los más pequeños.
  • Una sequía que ocurrió en 1977 en las Islas Galápagos causó una gran mortalidad en los pinzones de menor tamaño, de modo que al cabo de una generación el tamaño de estos pájaros (y especialmente de sus picos) creció apreciablemente.
  • El alelo responsable de un tipo de anemia en poblaciones africanas está asociado también con la resistencia a la malaria. Las chances de supervivencia son máximas cuando el individuo hereda ese alelo de un solo padre.
  • Se ha observado la extinción de poblaciones de ratones que han sido afectadas por la propagación de un gen que causa la esterilidad de los machos.
  • Según las famosas observaciones de Kettlewell, en Inglaterra, después de la revolución industrial, cuando los árboles fueron oscurecidos por el humo industrial, las polillas de color oscuro se volvieron más abundantes, porque sus predadores tenían más dificultad para verlas en los árboles.

Johnson comenta que ninguna de estas «pruebas» ofrece ninguna razón convincente para creer que la selección natural puede producir nuevas especies, nuevos órganos u otros cambios grandes.

El autor afirma: «Esta conclusión parece tan obviamente correcta que da lugar a otro problema. ¿Por qué otras personas, incluyendo expertos cuya inteligencia e integridad intelectual respeto, piensan que la evidencia de fluctuaciones locales de poblaciones confirma que la selección natural tiene la capacidad de obrar proezas de ingeniería, de construir maravillas como el ojo y el ala? Todos los que estudian la evolución saben que el experimento de las polillas de Kettlewell es la demostración clásica del poder de la selección natural, y que los darwinistas tuvieron que esperar casi un siglo para ver incluso esta modesta confirmación de su doctrina central. Todo el que estudia el experimento sabe que no tiene nada que ver con el origen de ninguna especie, o incluso de ninguna variedad, porque las polillas oscuras y blancas estuvieron presentes a lo largo del experimento. Sólo las proporciones entre una variedad y la otra cambiaron. ¿Cómo gente inteligente pudo haber sido tan crédula para imaginar que el experimento de Kettlewell apoyaba de algún modo las ambiciosas reclamaciones del darwinismo? Para responder esta pregunta debemos considerar una cuarta forma en la que la selección natural puede ser formulada.» (p. 48)


7. La selección natural como una necesidad filosófica (cf. pp. 48-52).

La Academia Nacional de Ciencias de los Estados Unidos ha declarado que la característica más básica de la ciencia es la «dependencia de explicaciones naturalistas», en oposición a «medios sobrenaturales inaccesibles al entendimiento humano». Así se clasifica como científicamente inaceptable la idea de que Dios de algún modo dirige la evolución. Si la ciencia ha de tener alguna explicación de la complejidad biológica, debe arreglárselas con lo que queda después de haber excluido lo considerado inaceptable. La selección natural es quizás la mejor de las alternativas restantes, y probablemente la única alternativa. En esta situación algunas personas deciden que el darwinismo simplemente debe ser verdadero. Para ellos no hay necesidad de comprobar la teoría misma, porque no hay ninguna alternativa respetable.

Aunque no se llegue al extremo de aceptar al darwinismo simplemente como principio filosófico, hay una gran diferencia entre estas dos actitudes hacia la evidencia empírica: la de quien busca probar si una teoría dudosa es cierta o no, y la de quien sólo busca confirmar la única teoría que está dispuesto a aceptar. Ya hemos visto que muchos científicos distinguidos a menudo aceptaron acríticamente la cuestionable analogía entre la selección natural y la selección artificial o no detectaron las falacias de las formulaciones de la selección natural como tautología o como deducción lógica. Tales absurdos sobrevivieron y se reprodujeron por la misma razón que a veces una especie incompetente evita la extinción: no había una competencia efectiva en su nicho ecológico.

Si no se requiere una confirmación positiva de la potencia creativa de la selección natural, hay poco peligro de que la teoría sea refutada por evidencia negativa. Los darwinistas han desarrollado un conjunto de conceptos subsidiarios (la selección de grupo, la selección de parentesco, la selección sexual, la pleiotropía, etc.) capaces de proveer una explicación plausible (al menos verbal) de casi cualquier eventualidad concebible. Johnson da el siguiente ejemplo: «Los fósiles vivientes, que han permanecido básicamente incambiados durante millones de años mientras sus primos estaban supuestamente evolucionando…, no son una vergüenza para los darwinistas. Ellos no pudieron evolucionar porque las mutaciones necesarias no llegaron, o a causa de «restricciones al desarrollo», o porque ya estaban adaptados adecuadamente a su ambiente. En pocas palabras, no evolucionaron porque no evolucionaron.» (pp. 49-50).

Julian Huxley escribió lo siguiente: «La improbabilidad debe ser esperada como un resultado de la selección natural; y tenemos la paradoja de que una improbabilidad aparente excesivamente alta en sus productos puede ser tomada como evidencia de su alto grado de eficacia.» El comentario de Johnson es lapidario: «Sobre esta base la teoría no tiene nada que temer de la evidencia.» (p. 52).

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En el Capítulo 3 (titulado «Mutaciones grandes y pequeñas»), Phillip Johnson presenta las principales dificultades de las dos formas principales del darwinismo actual: I) el darwinismo ortodoxo, que se adhiere rígidamente al gradualismo de Darwin, es decir a su visión de que la evolución consiste en una enorme sucesión de micromutaciones; y II) el «saltacionismo» de Goldschmidt y Gould, que concibe una evolución basada en macromutaciones.

8. Tribulaciones del darwinismo ortodoxo

El compromiso de Charles Darwin con el gradualismo era total. En sus propias palabras: «La selección natural puede actuar sólo mediante la preservación y acumulación de modificaciones heredadas infinitesimalmente pequeñas… La selección natural, si fuere un principio verdadero, desterrará la creencia en la creación continuada de nuevos seres orgánicos o en cualquier modificación grande y súbita en su estructura.» (p. 54). Él mismo escribió también lo siguiente: «Si pudiera demostrarse que existió cualquier órgano complejo que no pudo haber sido formado por modificaciones numerosas, sucesivas y leves, mi teoría fracasaría absolutamente.» (p. 58).

El registro fósil constituye el mayor problema de este gradualismo, puesto que no provee evidencia de las muchísimas formas transicionales requeridas por la teoría de Darwin. Johnson pospone el análisis de este problema hasta el capítulo siguiente y se concentra aquí en otra gravísima dificultad: los cuerpos animales están repletos de órganos que requieren una intrincada combinación de partes complejas para poder cumplir sus funciones. ¿Cómo tales órganos pueden haberse formado mediante una enorme cantidad de variaciones aleatorias pequeñísimas, cada una de ellas favorable para el animal preservado? Johnson analiza, entre otros, dos ejemplos clásicos: el ojo y el ala.

El célebre darwinista heterodoxo y ateo Stephen Jay Gould se planteó a sí mismo «la excelente pregunta: ¿Para qué sirve el 5% de un ojo?» El aún más célebre darwinista ortodoxo y ateo Richard Dawkins respondió que puede servir para tener un 5% de visión. Johnson subraya que es una falacia suponer que el 5% de un ojo implica el 5% de visión normal. Además, Dawkins reafirma la respuesta de Darwin al problema del ojo. Entre los animales vivientes hay distintos tipos de ojos, que permiten concebir una serie de diseños intermedios. Sin embargo, según el conocimiento actual, se piensa que esos distintos tipos de ojos no surgieron los unos de los otros. El eminente darwinista ortodoxo Ernst Mayr sostuvo que el ojo debe de haber evolucionado independientemente al menos 40 veces. Johnson replica preguntando por qué las formas más primitivas de ojos subsisten todavía, sin haber evolucionado hacia formas más avanzadas. En este punto yo plantearía una objeción aún más fuerte: ¿Cómo el mismo suceso de altísima improbabilidad puede haber ocurrido 40 veces en eventos independientes entre sí?

Es un hecho objetivo que los escenarios gradualistas para el desarrollo de sistemas complejos son especulaciones. «Las alas de pájaros y murciélagos aparecen en el registro fósil ya desarrolladas, y nadie ha confirmado mediante experimentos que la evolución gradual de alas y ojos es posible. Esta ausencia de confirmación histórica o experimental es presumiblemente lo que Gould tenía en mente cuando escribió que: «Estos cuentos, en la tradición «simplemente así» de la historia natural evolucionista, no prueban nada». ¿Estamos lidiando aquí con ciencia o con versiones racionalistas de las fábulas de Kipling?» (p. 58).

Johnson enumera cuatro factores a tener en cuenta al evaluar la probabilidad de la evolución darwinista: «la cantidad de micromutaciones favorables requeridas para crear órganos y organismos complejos, la frecuencia con que tales micromutaciones favorables ocurren justo donde y cuando se necesitan, la eficacia de la selección natural en preservar las leves mejoras con suficiente consistencia para permitir que los beneficios se acumulen y el tiempo permitido por el registro fósil para que todo esto haya sucedido.» (pp. 59-60).

Johnson narra la agria confrontación acerca de la plausibilidad matemática del modelo de evolución gradualista que ocurrió en 1967 en Filadelfia en un encuentro entre biólogos darwinistas y matemáticos. Matemáticos como D. S. Ulam y Schützenberger concluyeron que el tiempo disponible no era ni remotamente suficiente para que la evolución darwinista pudiera haber tenido lugar. La respuesta de los darwinistas fue dogmática: dado que la evolución de hecho ocurrió, las dificultades matemáticas se resolverán de algún modo u otro.

Por razones como éstas, Gould llegó a declarar que la síntesis neodarwinista estaba «muerta».


9. Tribulaciones del darwinismo saltacionista

A mediados del siglo XX, Richard Goldschmidt desafió a los neodarwinistas invitándolos a explicar cómo una serie de estructuras complejas, incluyendo por ejemplo el pelo de los mamíferos y la hemoglobina, pudo haberse producido por acumulación y selección de mutaciones pequeñas, cosa que él juzgó imposible. Goldschmidt concluyó que la evolución darwinista no podía dar cuenta más que de variaciones dentro de la frontera de la especie y que la evolución más allá de ese punto debe de haber ocurrido a grandes saltos, a través de macromutaciones. Él reconoció que las mutaciones a gran escala producirían en casi todos los casos monstruos mal adaptados, pero pensaba que en raras ocasiones un accidente afortunado podría producir un miembro de una nueva especie con capacidad de sobrevivir y propagarse. Él mismo llamó a estas ideas la teoría del «monstruo esperanzado» (hopeful monster).

Darwin había rechazado enfáticamente cualquier teoría de la evolución que incluyera la aparición súbita de un órgano complejo. Por ejemplo, escribió lo siguiente: «Si me convenciera de que la teoría de la selección natural requiere de tales adiciones, yo la rechazaría como basura… Yo no daría nada por la teoría de la selección natural si ésta requiriera adiciones milagrosas en cualquier etapa de la descendencia.» (p. 54).

En sintonía con esta postura de Darwin, los darwinistas ridiculizaron la teoría del «monstruo esperanzado». «Como lo expresó Goldschmidt, «Esta vez yo no sólo estaba loco sino que era casi un criminal.» Gould ha comparado incluso el tratamiento dado a Goldschmidt en los círculos darwinistas con los «Dos Minutos de Odio» cotidianos dirigidos contra «Emmanuel Goldstein, enemigo del pueblo» en la novela 1984 de George Orwell. » (p. 58).

La mayoría de los científicos cree que las macromutaciones postuladas por Goldschmidt, capaces de reformar en una sola generación todas las partes complejas e interrelacionadas de un animal de modo de producir una nueva especie viable, son imposibles. La teoría del «monstruo esperanzado» postula algo virtualmente equivalente a un milagro, y no tiene bases ni en la evidencia experimental ni en la teoría genética. Johnson comenta que suponer que una macromutación genética aleatoria puede reconstruir un órgano como un hígado o un riñón es más o menos tan razonable como suponer que se puede producir un reloj mejorado arrojando un viejo reloj contra una pared.

En este punto Johnson nos pone en guardia contra una importante falacia: que la macroevolución por macromutaciones aleatorias sea imposible no prueba que la macroevolución por micromutaciones aleatorias sea probable o incluso posible. Es muy probable que, desde el punto de vista estadístico, el gradualismo darwinista sea tan poco plausible como el saltacionismo de Goldschmidt.

10. El problema fósil

En el Capítulo 4 (titulado «El problema fósil») el autor muestra que el registro fósil se aleja muchísimo de lo que cabría esperar según la teoría darwinista de la evolución. El propio Darwin concedió que el estado de la evidencia fósil era «la más obvia y grave objeción que puede ser instada contra mi teoría» y que esto explicaba el hecho de que «todos los más eminentes paleontólogos… y todos nuestros más grandes geólogos… han mantenido de forma unánime, y a menudo vehemente, la inmutabilidad de las especies.» (pp. 68-69).

A continuación describiré cuatro características del registro fósil que son inconsistentes con el darwinismo.

  • Aparición súbita

Los fósiles muestran un patrón consistente de aparición súbita de las especies. En palabras de Gould: «En cualquier área local, una especie no surge gradualmente por la transformación constante de sus ancestros; aparece súbitamente y «completamente formada».» (p. 73). Los darwinistas ortodoxos generalmente pretenden explicar esta aparición súbita ateniéndose a la tesis tradicional de Darwin: la existencia de brechas en un registro fósil incompleto. Pero a medida que transcurre el tiempo y se descubren más y más fósiles sin que el patrón básico cambie, este problema se hace cada vez más grave para el darwinismo.

  • Stasis

Además, la aparición súbita de una especie es seguida generalmente por un largo período de estabilidad. Esta característica es llamada stasis. Escuchemos de nuevo a Gould: «La mayoría de las especies no exhiben un cambio direccional durante su permanencia en la tierra. Ellas aparecen en el registro fósil luciendo muy similares a cuando desaparecen; el cambio morfológico es usualmente limitado y sin dirección.» (p. 73). En este punto los neodarwinistas recurren a la «selección estabilizadora», una forma de selección natural que impide el cambio eliminando todas las innovaciones, a veces durante millones de años y a pesar de condiciones ambientales cambiantes. Johnson comenta: «La selección natural aparece aquí en su formulación como una tautología con demasiado poder explicatorio, una explicación invisible para todo propósito, para cualquier cambio o falta de cambio que haya ocurrido.» (pp. 75-76).

  • Extinciones masivas

La extinción de las especies ha sido causada predominantemente por catástrofes, más que por la obsolescencia gradual. Este último era el modelo sostenido por Darwin: «Si miramos a cada especie como descendiente de alguna otra forma desconocida, tanto la progenitora como las variaciones de transición habrán sido generalmente exterminadas por el propio proceso de formación y perfección de la nueva forma.» (p. 68). Dos catástrofes en particular sobresalen entre las varias extinciones masivas ocurridas en la historia de la tierra: la extinción pérmica, que hace 245 millones de años acabó con más del 90% de las especies, y la famosa extinción K-T, que al final de la era cretácea (hace 65 millones de años) exterminó a los dinosaurios y a muchas otras especies. Las actuales explicaciones de las extinciones con base en catástrofes guardan cierta semejanza con el catastrofismo de Cuvier, la teoría científica reinante antes de la obra de Darwin.

  • Discontinuidades mayores

En general, la historia de la vida es una historia de variaciones alrededor de un conjunto de diseños básicos, no de mejoras acumulativas. El patrón básico de aparición súbita seguida por stasis no se da sólo en el nivel de las especies, sino en todas las divisiones del mundo biológico (reinos, phyla, clases, órdenes, etc.). En todos los niveles predomina la discontinuidad, con muy pocos tipos intermedios.

El mayor problema singular que el registro fósil plantea al darwinismo es la «explosión cámbrica», ocurrida hace unos 600 millones de años durante un período relativamente breve, en términos geológicos. Casi todos los phyla animales aparecieron en ese período, sin ninguna traza de los ancestros evolutivos que el darwinismo requiere. Como lo expresó Richard Dawkins: «Es como si hubieran sido simplemente plantados allí, sin una historia evolutiva.» (p. 77). La imagen general de la historia animal es así una explosión de planes corporales básicos seguida por algunas extinciones. Ningún nuevo phylum evolucionó después. Esto contradice totalmente el modelo darwinista de la evolución, que Gould llama «el cono de la diversidad creciente». Gracias a la explosión cámbrica, la diversificación mayor ocurrió casi al principio de la historia animal, no al final. La explicación darwinista tradicional de la ausencia de ancestros precámbricos es la llamada «teoría del artefacto»: ellos existieron, pero el registro fósil no los ha preservado. Gould describió la reclasificación de los fósiles de Burgess como «el toque de difuntos de la teoría del artefacto» (p. 78).

Para resumir la cuestión, citaré a dos paleontólogos darwinistas. Gould describió «la extrema rareza de las formas transicionales en el registro fósil» como «el secreto profesional de la paleontología» (p. 82). Su colega Niles Eldredge fue aún más revelador: «Nosotros los paleontólogos hemos dicho que la historia de la vida apoya (la historia del cambio adaptativo gradual), sabiendo realmente todo el tiempo que no lo hace» (p. 82). Esta sorprendente situación ha sucedido porque el darwinismo disfruta del status de una verdad a priori. Así, la franca oposición de la evidencia fósil a las predicciones darwinistas se convierte en el problema de cómo la evolución darwinista ocurrió generalmente de una manera que escapa a la detección.

11. El hecho de la evolución

En el Capítulo 5 (titulado «El hecho de la evolución») el autor critica los intentos darwinistas de hacer pasar parte de la teoría darwinista de la evolución como un hecho, fijando incorrectamente el límite entre hechos y teoría. De este modo se busca evitar la posibilidad de que el darwinismo fracase totalmente como hipótesis científica. Las objeciones científicas –dicen los darwinistas– se refieren sólo a la teoría, pero la evolución en sí misma sigue siendo un hecho. En este contexto, ellos generalmente consideran el término «evolución» como un sinónimo de la explicación básica dada por Darwin de las relaciones entre las especies. Al parecer piensan que esa explicación se deduce inevitablemente del hecho de esas relaciones. «La misma lógica inspira a los darwinistas de hoy cuando hacen caso omiso a los críticos que sostienen que un elemento u otro de la teoría es dudoso. «Di lo que quieras contra cualquier detalle», responden. «De todos modos, nada en la biología tiene sentido excepto a la luz de la evolución».» (p. 89).

Johnson critica detalladamente el influyente artículo «La evolución como hecho y como teoría» de S. J. Gould, que sigue la línea de razonamiento descrita más arriba. Gould se basa en una analogía entre la teoría de la gravitación de Newton y la teoría de la evolución de Darwin. La primera fue reemplazada por la teoría de la gravitación de Einstein sin que la gravitación dejara de ser un hecho. Análogamente, la teoría de la evolución de Darwin podría ser mejorada o sustituida por otra teoría sin que la evolución deje de ser un hecho. Esta analogía entre gravitación y evolución es falsa en dos niveles diferentes.

Comenta Johnson: «Observamos directamente que las manzanas caen cuando se las suelta, pero no observamos un ancestro común de los simios modernos y los humanos. Lo que sí observamos es que los simios y los humanos son física y bioquímicamente más semejantes entre sí que con los conejos, las serpientes o los árboles. El ancestro común simiesco es una hipótesis dentro de una teoría, que pretende explicar cómo surgieron estas semejanzas mayores y menores. La teoría es plausible, especialmente para un materialista filosófico, pero no obstante podría ser falsa.» (p. 90). Yo diría que, por más plausible que sea una teoría, no deja de ser una teoría; no se convierte por eso mismo en un hecho.

Pero hay un segundo nivel en el que la analogía en cuestión es mucho más peligrosa. En este nivel se considera como teoría a la selección natural de Darwin y como hecho, no meramente a la evolución, sino a la evolución materialista o naturalista, una evolución no planificada ni guiada por inteligencia alguna, sino impulsada por fuerzas naturales ciegas y aleatorias. Reclasificar esta teoría como un hecho sirve para protegerla de la refutación.

Gould ofrece tres pruebas del «hecho de la evolución».

«Primero, tenemos evidencia abundante, directa y observacional de la evolución en acción.» (p. 91). Johnson responde que todos (incluso los creacionistas) concuerdan en que existe evidencia de la microevolución. «El punto en discusión no es si la microevolución ocurre, sino si nos dice algo importante sobre los procesos responsables de crear a las aves, los insectos y los árboles… Sin embargo, en lugar de explicar cómo las variaciones de las polillas se relacionan con el tipo de evolución que realmente importa, él (Gould) cambia de tema y golpea a los creacionistas.» (p. 92).

Otros darwinistas, en vez de simplemente ignorar el problema de la relación entre la microevolución (evolución dentro de las fronteras de la especie) y la macroevolución (evolución de las especies mismas), apelan a una doctrina filosófica de uniformidad de las leyes de la ciencia. Pero esta doctrina no constituye ninguna prueba. La física moderna suministra un excelente contraejemplo: las mismas fuerzas no gobiernan los fenómenos en todos los niveles de magnitud. A nivel cósmico predomina absolutamente la fuerza de gravedad. Sin embargo, a nivel molecular predomina la fuerza eléctrica, y la fuerza de gravedad, aunque existe, es despreciable. Y a nivel de los núcleos atómicos cuentan sobre todo las fuerzas nucleares, despreciables en los otros dos niveles. Por esto, no hay ninguna prueba de que el mismo mecanismo de selección natural, que puede hacer cambiar las proporciones de polillas claras y oscuras en una población local, también puede transformar un pez en un anfibio. Pienso que el siguiente ejemplo puede ilustrar este punto: el hecho de que Andrés pueda arrojar la jabalina a 50 metros no prueba que también pueda lanzarla de la Tierra a la Luna.

El segundo argumento de Gould es que la imperfección de la naturaleza revela la evolución. Los darwinistas suelen depender pesadamente del tema «Dios no lo habría hecho así». Podemos responder simplemente que este argumento no es científico, sino teológico; y que además, se trata de mala teología. Dios puede tener sus razones (inescrutables o no) para tolerar determinadas imperfecciones en sus diseños. Además, no siempre los ejemplos de imperfecciones citados por los darwinistas son verdaderas imperfecciones. A veces se trata de simples preferencias subjetivas; y otras veces podría tratarse de características cuya utilidad no se ha descubierto aún. En esta última dirección, entre otros ejemplos que podrían citarse, señalo el caso del apéndice, tradicionalmente considerado como un vestigio inútil de un órgano anterior atrofiado. Recientemente se descubrió que el apéndice cumple una función de cierta importancia.

La tercera prueba de Gould se refiere al registro fósil. «Gould concede que raramente se ha encontrado evidencia fósil de transformaciones macroevolutivas, pero insiste en que hay al menos dos instancias en la secuencia de los vertebrados donde tales transformaciones pueden ser confirmadas. Un ejemplo son los reptiles mamiferoides… El otro son los homínidos.» (p. 98). Johnson considera esta evidencia fósil en el capítulo siguiente. Por mi parte, agrego que esta supuesta evidencia, en el mejor de los casos, probaría una evolución en sentido amplio, no la evolución darwinista (en ninguna de sus dos versiones aquí descritas, como «hecho» y como «teoría»).

12. La secuencia de los vertebrados

En el Capítulo 6, el autor analiza la secuencia de los vertebrados. Los darwinistas sostienen que los anfibios y los peces modernos descendieron de un pez ancestral; que los reptiles descendieron de un ancestro anfibio; que las aves y los mamíferos descendieron separadamente de reptiles ancestrales; y que todas estas transformaciones ocurrieron por medio del «mecanismo darwinista»: mutaciones genéticas aleatorias y selección natural.

  • De peces a anfibios

La tesis darwinista es que una especie de pez desarrolló gradualmente la habilidad de salir del agua y moverse sobre la tierra, mientras adquiría en forma más o menos concurrente el peculiar sistema reproductivo de los anfibios y otras características de éstos.

Según el libro de texto Vertebrate History de Barbara Stahl, «ninguno de los peces conocidos es considerado como un ancestro directo de los primeros vertebrados terrestres» (p. 100).

  • De anfibios a reptiles

No existen candidatos satisfactorios para documentar esta transición. Tampoco existe ninguna explicación detallada de cómo un anfibio puede haber desarrollado el modo de reproducción propio de un reptil a través de un mecanismo darwinista.

  • De reptiles a aves

El descubrimiento del Archaeopteryx poco después de la publicación de El origen de las especies ayudó enormemente a establecer la credibilidad del darwinismo y para desacreditar a escépticos como Louis Agassiz. Sin embargo, se sigue discutiendo si el Archaeopteryx es una prueba de la transición de reptil a ave. Según un artículo de 1990 de Peter Wellnhofer, una autoridad reconocida, es imposible determinar si el Archaeopteryx es realmente un ancestro de las aves modernas.

Una inmensa sucesión de mutaciones genéticas aleatorias debería haber producido el ala, las plumas, el característico pulmón de las aves y su capacidad de volar. No existen explicaciones detalladas de cómo un solo ancestro puede haber producido descendientes tan variados como el pingüino, el colibrí y el avestruz a través de una enorme cantidad de etapas intermedias viables.

  • De reptiles a mamíferos

Llegamos al fin a la joya de la corona de la evidencia fósil del darwinismo: los terápsidos, reptiles mamiferoides citados por Gould y muchos otros como prueba concluyente. El gran orden de los terápsidos contiene muchas especies fósiles con esqueletos que parecen ser intermedios entre los de los reptiles y los mamíferos. Sin embargo, la convergencia de las características de los esqueletos no señala necesariamente una transición evolutiva. Hay muchas importantes características por las cuales los mamíferos difieren de los reptiles, además de los huesos de sus mandíbulas y oídos.

Además, la misma abundancia de las especies de terápsidos plantea otra grave dificultad. Johnson la explica así: «La noción de que los mamíferos en general evolucionaron de los reptiles en general a través de un amplio grupo de diversas líneas de terápsidos no es darwinismo. La transformación darwinista requiere una sola línea de descendencia… Se puede construir una línea artificial de descendencia, pero sólo mezclando arbitrariamente especímenes de diferentes subgrupos y arreglándolos por fuera de su secuencia cronológica real.» (p. 103).

Una forma de resolver este problema sería abandonar la arraigada idea de que los mamíferos son un grupo «monofilético» (descendiente de un solo ancestro común a todos los mamíferos). Convertir a los mamíferos en un grupo polifilético haría más plausible la tesis de que los terápsidos son ancestros de los mamíferos, pero sólo al costo inaceptable de demoler el argumento darwinista de las homologías de los mamíferos como reliquias de un ancestro común.

  • La evolución dentro de la clase de los mamíferos

La clase de los mamíferos incluye especies tan diversas como las vacas, los monos, los gatos, las ballenas, las focas, los murciélagos, los osos, las zarigüeyas, etc. Si los mamíferos son un grupo monofilético, entonces el modelo darwinista requiere que todas estas especies hayan descendido de una sola especie no identificada de pequeños mamíferos terrestres. Tendría que haber existido una enorme cantidad de especies intermedias en cada línea de transición, pero el registro fósil no brinda evidencias adecuadas de ello.

Subsisten enormes problemas no resueltos. Por ejemplo, ¿a través de cuál proceso darwinista las útiles patas traseras de un cuadrúpedo se marchitaron hasta alcanzar proporciones vestigiales, y en qué etapa de la transformación de un roedor en monstruo marino ocurrió esto? ¿Las patas delanteras de un roedor se transformaron por etapas adaptativas graduales en las aletas de la ballena? Johnson sentencia: «No oímos nada de las dificultades porque para los darwinistas los problemas insolubles no son importantes.» (p. 112).

13. El origen del hombre

En la parte final del Capítulo 6, Johnson analiza el tema del origen del hombre. Después que la teoría de Darwin sobre el origen del ser humano a partir de la evolución de primates fue aceptada, hubo un esfuerzo decidido para encontrar los «eslabones perdidos» que la teoría exigía. La cuestión a estudiar es si la imaginación darwinista puede haber jugado un rol importante en la construcción de la evidencia ofrecida para apoyar esa teoría.

Johnson afirma: «La antropología física –el estudio del origen del hombre– es un campo que a través de su historia ha sido más pesadamente influenciado por factores subjetivos que casi cualquier otra rama de la ciencia respetable. Desde el tiempo de Darwin hasta el presente la «descendencia del hombre» ha sido una certeza cultural que pedía una confirmación empírica, y la fama mundial ha sido la recompensa para cualquiera que pudiera presentar una evidencia fósil plausible de los eslabones faltantes. La presión para encontrar confirmación fue tan grande que condujo a un fraude espectacular, el hombre de Piltdown –al cual los funcionarios del Museo Británico protegieron celosamente de una inspección inamistosa, permitiéndole brindar cuarenta años de servicio útil en el moldeo de la opinión pública.» (p. 107).

Es comprensible que los antropólogos que analizan los huesos de sus posibles ancestros se involucren emocionalmente con su objeto de estudio. Comenta Johnson: «Las descripciones de fósiles hechas por personas que anhelan acunar a sus ancestros en sus manos deberían ser examinadas tan cuidadosamente como la carta de recomendación de la madre de un candidato a un puesto de trabajo.» (p. 108).

La clasificación de los fósiles de homínidos es un tema altamente controvertido. Los antropólogos suelen criticar fuertemente los trabajos de sus colegas, en parte debido a sus rivalidades personales. Por ejemplo, algunos expertos dudan que el Australopithecus afarensis y el Australopithecus africanus sean especies distintas; y muchos niegan que haya existido la especie Homo habilis.

Solly Zuckerman, uno de los principales expertos británicos en primates, después de someter a los australopitecinos a años de intrincados estudios biométricos, concluyó que es inaceptable considerarlos como ancestros del hombre. Además, Zuckerman comparó las normas profesionales de la antropología física a las de la parapsicología, y observó que el registro de especulaciones temerarias sobre los orígenes del hombre «es tan asombroso que es legítimo preguntar si en este campo se puede encontrar todavía mucha ciencia en absoluto.» (p. 109). La ausencia de evidencia directa de la evolución del hombre no le preocupaba, porque asumía que esa evolución estaba establecida en forma independiente. Además, en general la evidencia de relaciones ancestrales es relativamente escasa en el registro fósil. Por lo tanto, según Zuckerman, debería ser causa de sospecha que haya un exceso de ancestros en el área precisa en que los observadores humanos están más inclinados a dar vía libre al wishful thinking (la ilusión, o pensamiento guiado por el deseo).

En resumen, aunque se acepte la hipótesis del origen del hombre a partir de primates, cabe reconocer que la evidencia fósil no provee con certeza la transición gradual y continua (con innumerables estados intermedios) postulada por la teoría neodarwinista. Es preciso imaginar saltos misteriosos, que de algún modo produjeron la mente humana a partir de materia animal.

14. La evidencia molecular

El Capítulo 7 se titula «La evidencia molecular». A continuación citaré un párrafo de este capítulo que ayuda a distinguir los tres sentidos principales de la palabra «evolución» y que me permitirá explicar mi mayor discrepancia con Johnson.

«El propósito de esta revisión ha sido aclarar qué tendríamos que encontrar en la evidencia molecular… antes de que estuviéramos justificados para concluir que el darwinismo es probablemente verdadero. Necesitaríamos encontrar evidencia de que los ancestros comunes y los intermediarios transicionales existieron realmente en el mundo viviente del pasado, y de que la selección natural en combinación con cambios genéticos aleatorios realmente tiene el tipo de poder creativo que se le atribuye. No será suficiente encontrar que los organismos comparten una base bioquímica común, o que sus moléculas, tanto como sus características visibles, pueden ser clasificadas en un patrón de grupos dentro de grupos. La afirmación importante del darwinismo no es que las relaciones existen, sino que esas relaciones fueron producidas por un proceso naturalista en el cual las especies progenitoras fueron gradualmente transformadas en formas descendientes bastante diferentes a través de largas ramas… de intermediarios transicionales, sin intervención de ningún Creador u otro mecanismo no naturalista.» (pp. 116-117).

En este texto podemos distinguir: primero, una referencia a la evolución en sentido amplio; segundo, una referencia a la evolución darwinista; tercero, una referencia a la evolución materialista o naturalista. Estas tres nociones, según Johnson (y en esto concuerdo con él), se relacionan entre sí de la siguiente manera: la evolución materialista es una de las posibles nociones de la evolución; y la evolución darwinista es una de las formas posibles de la evolución materialista.

Después de evaluar la evidencia molecular, Johnson mantiene su postura escéptica con respecto a estas tres formas de la teoría de la evolución. En cambio yo, aunque concuerdo con Johnson en que la evidencia molecular no proporciona una demostración estricta de la evolución en sentido amplio, pienso que permite considerarla como una hipótesis sumamente razonable; pero coincido con Johnson en que la evidencia molecular (al igual que la evidencia fósil) no otorga credibilidad a la evolución materialista ni a la evolución darwinista. Por el contrario, la inmensa (e inesperada, para Darwin y sus primeros discípulos) complejidad de los seres vivos en el nivel molecular vuelve aún menos creíble la teoría darwinista, planteándole problemas insuperables.

15. La evolución prebiológica

El Capítulo 8 se titula «La evolución prebiológica». Muchos científicos incluyen en el término «evolución» no sólo la evolución biológica sino también la evolución prebiológica, que busca explicar cómo la vida habría surgido a partir de sustancias químicas sin vida. La evolución biológica es sólo una parte, aunque muy importante, del gran proyecto del naturalismo científico, que pretende explicar todo, desde el origen del cosmos hasta el presente, sin permitir ningún rol al Creador. Para esto los darwinistas necesitan una explicación naturalista del origen de la vida. Sus dificultades básicas son dos: la extrema complejidad de todos los seres vivos y el hecho de que la evolución darwinista no puede operar antes de la existencia del primer ser vivo.

El estudio del origen de la vida alcanzó su éxito principal en la década de 1950, con el experimento de Miller y Urey, quienes obtuvieron varios aminoácidos a partir de una mezcla de gases que pretendía simular la atmósfera de la Tierra temprana. Sin embargo, la década de 1980 fue un período de reevaluación negativa, en el que los especialistas cuestionaron todas las premisas del modelo según el cual de algún modo la vida emergió a partir de una «sopa prebiótica» primordial. Hasta el día de hoy esta hipótesis sigue siendo lo que era en tiempos de Darwin: una mera especulación basada en prejuicios materialistas. Una famosa metáfora de Fred Hoyle expresa vívidamente la magnitud del problema: que un organismo vivo emerja por azar de una sopa prebiótica es más o menos tan probable como que un tornado que atraviesa un depósito de chatarra ensamble un Boeing 747 con materiales del depósito. El ensamble aleatorio de la vida sería un «milagro» materialista.

«Una explicación científica de este milagro no es absolutamente necesaria, porque in extremis los darwinistas pueden manejar el problema con un argumento filosófico. La vida obviamente existe, y si un proceso naturalista es la única explicación concebible de su existencia, entonces las dificultades no deben de ser tan insuperables como parecen. Incluso los aspectos más desalentadores de la situación pueden convertirse en ventajas cuando son vistos con el ojo de la fe.» (p. 133).

16. Los capítulos finales y mi conclusión

El Capítulo 9 se titula «Las reglas de la ciencia». Su contenido principal es sintetizado de la siguiente manera en el prólogo de Michael J. Behe:

«Johnson sostiene que la teoría de la evolución de Darwin depende en gran medida de la hipótesis altamente tendenciosa y usualmente implícita del materialismo: la idea de que las únicas cosas que realmente existen son la materia y la energía del universo físico. Si uno comienza con esta hipótesis, entonces uno se ha librado elegantemente del principal rival de la evolución, que ha parecido mucho más plausible a las más grandes mentes a través de la historia: que una entidad sobrenatural, Dios, poseedora de un gran poder e inteligencia, diseñó el cosmos y la vida que éste contiene. Si, por postulado, no existe tal Ser, entonces algo parecido a la evolución tiene que ser verdad. Sólo el universo existe, por lo tanto el universo solo ha producido la vida. Un lindo truquito, que ahorra una horrible cantidad de trabajo científico.» (p. 11).

En este texto de Behe, «evolución» significa en realidad «evolución materialista».

«Si el naturalismo científico ha de ocupar una posición cultural dominante, debe hacer más que proveer información sobre el universo físico. Debe extraer las implicaciones espirituales y éticas de su historia de la creación. En pocas palabras, la evolución debe convertirse en una religión.» (p. 153). Éste es el tema del Capítulo 10, «La religión darwinista».

Según el cientificismo darwinista, el mayor descubrimiento científico es aquel que permite a los humanos modernos aprender que ellos son productos de un proceso natural ciego que no tiene ningún propósito ni se preocupa en absoluto de ellos.

Explica Johnson: «La resultante «muerte de Dios» es experimentada por algunos como una pérdida profunda, y por otros como una liberación. ¿Pero liberación de qué? Si la naturaleza ciega ha producido de algún modo una especie humana con la capacidad de gobernar la tierra sabiamente, y si esa capacidad ha sido previamente invisible sólo porque estaba ahogada por la superstición, entonces las perspectivas para la libertad y la felicidad humanas son ilimitadas. Éste era el mensaje del Manifiesto Humanista de 1933.» (p. 163).

«Ya sea que un darwinista asuma la visión optimista o la pesimista, es imperativo enseñar al público a entender el mundo como lo entienden los naturalistas científicos. Los ciudadanos deben aprender a ver a la ciencia como la única fuente confiable de conocimiento, y el único poder capaz de mejorar (o incluso preservar) la condición humana. Esto implica, como veremos, un programa de adoctrinamiento en el nombre de la educación pública.» (p. 164). Éste es el tema del Capítulo 11, «La educación darwinista».

El capítulo 12 («Ciencia y Pseudo-ciencia») analiza la calificación del darwinismo (junto con el marxismo y el psicoanálisis freudiano) como «pseudo-ciencia» por parte del famoso epistemólogo Karl Popper.

En el Epílogo Johnson responde extensamente a los argumentos de los críticos de su libro.

Por último, el libro contiene unas Research Notes (Notas de Investigación) que no sólo indican las fuentes de los textos citados sino que profundizan en diversos puntos.

En resumen, se trata de un libro altamente recomendable, una excelente crítica del darwinismo, cuya principal limitación es un excesivo escepticismo con respecto a la evolución en sentido amplio. A mi juicio, en algunas partes del libro sería conveniente distinguir mejor entre «evolución» y «evolución darwinista», evaluando de un modo diferente la plausibilidad de ambos conceptos.

Nota: Los textos citados han sido traducidos por mí.

4 comentarios

  
Silveri Garrell
El problema que tenemos aquí en España es que estos libros están agotados y no se encuentran en las librerías. También quería por mi parte comprar La Caja Negra De Darwin y buscándolo por internet en las librerías españolas me sale rana. Tengo el presentimiento de que estos libros que atacan a Darwin están censurados por una "buena" intención gubernamental del anterior gobierno socialista. Ya veremos con el nuevo gobierno del Partido Popular si dura muchos años como irá la cosa. Saludos.
24/03/12 8:18 AM
  
Renzo
Silveri, igual es que buscas en la seccion equivocada, prueba en ficcion o en humor y veras como tienes suerte.
26/03/12 4:21 PM
  
Chimo Vice
Renzo, deja de hacer el ridículo. Aquí se viene a razonar y argumentar y de la manera más eficaz que se puede hacer, que es desde la fe.

Los que vivís ofuscados por supersticiones materialistas propias del siglo XIX y XX no os queda más alternativa que el recurso a la burla zafia y al insulto.
29/03/12 2:46 PM
  
Felipe
El que sí se puede encontrar en Amazon.libros es el publicado en español con el título de "Diseño Inteligente" de William Dembski.
Muy recomendable
01/04/12 7:11 AM

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