Respecto al aborto: La mujer tiene derecho a hacer lo que quiera con su cuerpo.

Es increíble que este argumento sea tomado en serio por alguien que tenga un mínimo de sentido común…

Cuando yo me detengo a reflexionar en la historia, empiezo a observar que en cierta manera hemos evolucionado e inclusive mejorado, pero entonces me acuerdo que hay no pocos países que han legalizado el aborto (por no hablar de la eutanasia y el matrimonio de homosexuales) y me digo: “pamplinas”.

Y es que mientras en una sociedad se legalice el asesinato de niños inocentes no puede hablarse de un verdadero desarrollo humano.

Estamos viviendo en un mundo donde el don de la vida, don preciado que Dios nos ha dado, es puesto al nivel más bajo.

Más grave todavía es que aquellos que permitieron legalizar este tipo de abominaciones, no se hayan dado cuenta de la inconsistencia de los argumentos de los enemigos de la vida. Uno de los más incoherentes, sino el que más, es precisamente este:

“La mujer puede abortar porque tiene el derecho de hacer lo que quiera con su cuerpo”

Pero ¿Quién se afirma que un bebe alojado en su interior es “su cuerpo"?

Es oportuno en este momento, compartir un brillante artículo del periodista Ramon Pi, publicado en 1987, pero que no pierde vigencia y destaca por su claridad y precisión

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Me gustaría ser abortista
Por Ramón Pi

Lo confieso. Me gustaría ser abortista.

Pocas actitudes como la abortista tranquilizarían mejor mi sensibilidad de hombre solidario con mis congéneres, y más con las del sexo femenino, víctimas históricas de una cultura que hizo de la fuerza física el fundamento principal y último de la dominación intelectual, profesional y social, con las secuelas económicas y personales que todo eso lleva consigo. Pocas actitudes como la abortista reflejarían con más nitidez mi propensión a alinearme con el débil, bien entendido que la actitud abortista no significa entusiasmo por el número de abortos mayor posible, sino la defensa de la mujer que, por las razones que fueren, considera que su embarazo es una agresión al diseño de su propia vida. Sí. Me gustaría ser abortista.

Me gustaría, porque la visión de una madre de cuatro, cinco o seis hijos, o más -que también las hay con más-, con las piernas atormentadas por las varices, con problemas circulatorios que le impiden la ingestión de anticonceptivos; o con un marido ‘sarraceno’ que la utiliza como reposo del guerrero sin el menor miramiento, aquí te pillo y aquí te mato; o con propensión a las tensiones nerviosas después de diez, quince, veinte años de matrimonio infeliz y sin salida fácil, es una visión que deprime al espíritu más romo y menos dado a la compasión.

Me gustaría ser abortista, en el sentido dicho y no en otro, porque los violadores campan por sus respetos, y su denuncia no es a veces más que correr el riesgo de que, una vez libre (porque éstos salen libres rápido, maldición), la denunciante corre el riesgo de ser violada, y atracada, y maltratada de mil otras maneras, y porque a ver quién le dice luego al hijo que su padre es, en realidad, un bestia desconocido que trituró a su madre en un descampado o dentro de un coche robado.

Me gustaría, sí, me gustaría ser abortista, porque hoy la ciencia permite saber, en la semana número veinticinco del embarazo, si el hijo que viene será mongólico o no, y no se le puede pedir a todo el mundo el hermoso heroísmo de mis propios padres, que tienen un hijo mongólico, mi hermano Manuel María, y luego tuvieron el valor de tener dos hijos más, inteligentes, llenos de talento, el uno reeducador de adolescentes marginados y el otro músico bohemio al que profeso una admiración que él desconocía hasta ahora, si estas líneas llegan a su poder. Y como yo comprendo que no todos son como mis padres, y que no es esa conducta la ‘conducta exigible’ según la doctrina alemana copiada por nuestro Tribunal Constitucional, me gustaría ser abortista, a fin de dedicar mis esfuerzos a aminorar el trauma cierto que significa tener un hijo subnormal, o ciego de nacimiento, o talidomídico.

Tengo tendencia natural a la solidaridad con el pobre, con el oprimido, con el maltratado por la vida. Y me gustaría ser abortista para contribuir al consuelo de esas mujeres sin cultura ninguna, incapaces de entender -y no por su culpa, sino porque así les han rodado las cosas en un mundo hostil- que existen métodos naturales de control de la natalidad, y que existen medios químicos, y físicos, y mediopensionistas, de impedir un embarazo que no se quería; son esas mujeres pobres de solemnidad, con maridos en paro, que destinan su tiempo a beber y ‘matrimoniar’, que diría Cela, que eso al fin y al cabo es gratis y, según cómo se mire, es el consuelo de los pobres.

Me gustaría ser abortista para sentir el orgullo de difundir la solidaridad con los menos favorecidos por la ruleta de los dineros, que son, para mayor escarnio, los que a la falta de medios materiales suelen unir la falta complementaria de medios intelectuales o educativos de supervivencia, y que se encuentran cargados de hijos a los que no pueden educar, ni vestir, ni alimentar siquiera como reclamaría la OMS para los niños de Etiopía.

Sólo encuentro un inconveniente, uno solo, pero definitivo, para ser un verdadero abortista moderno, solidario, alegre y progresista. Este inconveniente es insalvable: resulta que está ya fuera de discusión que el fruto de la unión del hombre y la mujer es, desde la misma fecundación del óvulo, un ser independiente de su madre en cuyas entrañas se aloja. No es ni un quiste, ni una protuberancia, sino un ser distinto, un ser humano (imposible otra cosa) distinto de sus padres, con un código genético ya definido, y que no necesita más que dos condiciones para convertirse en un ser adulto: alimentación y paso del tiempo. No es ni siquiera un ser vivo necesitado de la metamorfosis para convertirse en adulto. Es un hijo, tal cual, que en el seno de su madre vivirá aproximadamente el noventa por ciento de su desarrollo completo, y el otro diez lo completará fuera del claustro materno.

Y eso es así, y no hay nadie dispuesto a discutirlo a menos que sea un ignorante espectacular y encima quiera exhibir su ignorancia en público. Ya me gustaría que no fuera así, y que no pudiera hablarse de matar un ser humano, sino de ‘interrumpir un embarazo’, porque eso me permitiría demostrar con toda nitidez hasta qué punto me conmueve la situación difícil de la mujer que ve peligrar su salud, o acaso su vida, como consecuencia de un embarazo que no quería, o la circunstancia dramática de una mujer violada y embarazada como consecuencia de la agresión salvaje, o la posición insostenible de la madre de un rimero de chavales que le piden inútilmente de comer. Si el aborto deliberado no consistiera en descuartizar a un ser humano -pequeñito, eso sí, pero un ser humano- sino en extirpar un grano, yo me pondría al frente de las manifestaciones abortistas.

Un texto del fiscal general del Estado

Pero no es así, sino de la otra manera. Ya lo apuntaba Javier Moscoso de Prado en la Gran Enciclopedia Rialp, edición de 1971, tomo I, página 44: “Asistimos hoy -escribió el ahora fiscal general del Estado, sobre cuya ejemplaridad ética invito a opinar al lector- al intento de legalizar ampliamente el aborto, al menos durante los tres primeros meses del embarazo, pérdida del sentido del respeto a la vida que se pretende justificar alegando falsas razones de tipo eugenésico, psicológico, social, etc.” . Eso escribía, y así es en efecto. Y entonces me encuentro con que, de ningún modo, salvo envileciéndome a mí mismo y contribuyendo a envilecer la sensibilidad ajena, puedo defender la matanza de los inocentes como ‘solución’ de nada.

Y no puedo ser abortista, con lo que me gustaría serlo, porque falsificaría de raíz mi presunto humanitarismo y, lo que es peor, porque me quedaría sin argumentos serios para ir contra la fabricación de jabón con los judíos sacrificados en los campos de exterminio nazis. Porque destruido el respeto a la vida humana, por sí misma, ¿dónde están ya las fronteras? ¿Por qué doce semanas, y no quince, o veinticuatro semanas de gestación? ¿Por qué antes de nacer? ¿Cuál es la diferencia, si hablamos en serio?

No he hablado para nada de religión, ni de creencias trascendentes. No necesito nada de eso para comprender que, aunque me gustaría mucho, no puedo ser un abortista, salvo que acepte el envilecimiento, la hipocresía o ambas cosas a la vez.

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3 comentarios

  
Alejandro
“Es mi cuerpo y hago con él lo que quiero”, este fue el lema con el que las feministas justificaron la legalización del aborto. Que diferente de las hermosas palabras que pronunció Jesucristo cuando en la ultima cena instituyó la eucaristía: “Este es mi cuerpo, que será entregado por vosotros”.
04/01/10 7:04 PM
  
Ana
Que haga lo que quiera con su cuerpo pero no con el cuerpo de otro, no es una piedra de vesícula, no es la muela del juicio, no es una ami´gdala o arrugas. Es un ser vivo y humano, dependiente de la madre para desarrollarse pero una persona independiente. Manipulan el lenguaje para conseguirse cobertura legal y los médicos abortistas felices con el negocio
04/01/10 8:24 PM
  
ciudadano
"Magnifico artículo, escogería el penúltimo parrafo:
Y no puedo ser abortista, con lo que me gustaría serlo, ..................¿Por qué antes de nacer? ¿Cuál es la diferencia, si hablamos en serio?".

Por que, efectivamente, si algún médico se hubiera equivocado y nace el niño "averiado", ¿por qué no devolverlo a la fábrica?.O si el criar a un niño a su madre le pueden producir secuelas sicológicas.
Pues nada seamos amplios de de miras, aumentemos el período de "interrupción" hasta que civilmente se pueda considerar que ya es un ser vivo. En definitiva cuando pueda votar, naturalemente a nuestro partido, cuando pueda asistir a manifestaciones, en apoyo de nuestro lider, cuando sea consciente y respetuoso de lo "políticamente correcto".
05/01/10 10:58 AM

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