Amor que busca entender (en diálogo con Carlo Caffarra)

«El amor que busca entender». ¿No es esta una buena definición, no ya de la Doctrina Social, sino en cierto modo de la teología misma? Puesto que la fe del teólogo ha de ser una «fe vivida», y, por tanto, un conocimiento que es amor. Cuando los clásicos decían que la teología es «fe que busca entender», no se referían a una fe teórica, sino a la fe que, según San Pablo, vive y actúa por el amor (cf Ga 5, 6).

Si una persona hambrienta viene a mí y le doy un vestido, no estoy reconociendo el bien real de esa persona, cosa que hago si le doy alimento. El ejemplo lo puso el Cardenal de Bolonia, Carlo Caffarra, en una conferencia pronunciada en esa ciudad (noviembre de 2009) sobre la encíclica “Caritas in veritate”. El Cardenal defendió que “la caridad en la verdad” consiste en esto: querer el bien real, el bien verdadero, para el otro. “En la verdad” significa “que la razón humana tiene la capacidad natural de discernir cuáles son los bienes fundamentales del hombre”.

Sin la verdad, dice la encíclica de Benedicto XVI, la caridad se reduciría a sentimentalismo vacío. Por eso –continuaba Carlo Caffarra–, si se cae bajo la tiranía del relativismo –si ya no se sabe qué es la verdad, y por tanto, dónde está el bien o el mal para el hombre–, entonces no es posible sustraerse, en la vida social, a la tentación de imponer los propios intereses.

Parafraseando una conocida definición de la teología (fe que busca entender), decía Caffarra que la Doctrina Social de la Iglesia viene a ser “el amor que busca entender” (léase, en la vida social). Así se explica que la encíclica diga: la verdadera fuerza impulsora del desarrollo no es, sin más, la caridad, sino “la caridad en la verdad”.

Para mostrar los caminos del verdadero desarrollo del hombre, de la sociedad y de la humanidad entera, la encíclica va recorriendo un “doble hilo” de cuestiones bien concretas, señalando respuestas positivas y negativas, es decir, errores. Un ejemplo en positivo: el verdadero desarrollo se facilita por el conocimiento “vivido” de la fraternidad y su relación de origen, es decir, la paternidad. En negativo: “el absolutismo de la técnica” o la tecnocracia reduce el bien de las personas a lo útil o lo placentero; en consecuencia, no existe más sentido de las cosas que aquél que nosotros hemos creado: la falta de sentido (el nihilismo), que cierra el paso a la felicidad.

Concluía el Cardenal que la encíclica se dirige a todos –los de la “derecha” y los de la “izquierda”–, y no sólo a los que tienen responsabilidades políticas, sociales o económicas; porque lo que está en juego es una visión del hombre (¿individuo cerrado en sí mismo o llamado a la relación con los demás?).

“El amor que busca entender”. ¿No es esta una buena definición, no ya de la Doctrina Social, sino en cierto modo de la teología misma? Puesto que la fe del teólogo ha de ser una “fe vivida”, y, por tanto, un conocimiento que es amor. Cuando los clásicos decían que la teología es “fe que busca entender”, no se referían a una fe teórica, sino a la fe que, según San Pablo, vive y actúa por el amor (cf Ga 5, 6).

Por eso estamos también ante una buena definición de lo que podría llamarse “la vida de la inteligencia cristiana”; y por tanto una buena meta para la formación de todos los cristianos: el que trabaja en el campo, en el hogar o en la industria, en la dirección de empresas o en la docencia universitaria. “El amor que busca entender”. En efecto, ¿qué otra realidad es más fecunda para el pensamiento y la vida, más creíble y atrayente que el amor cristiano?

No olvidemos que “amar de manera auténtica” –como dice la encíclica “Caritas in veritate”– es “la vocación que Dios ha puesto en el corazón y en la mente de cada ser humano”. Una vocación que Cristo manifiesta, libera de las limitaciones humanas y hace plenamente posible.

 

Ramiro Pellitero, sacerdote, Instituto Superior de Ciencias Religiosas, Universidad de Navarra

 

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