La nueva persecución

Los que «fusilan» a la Iglesia no son hoy las armas de fuego, sino los medios de comunicación, la mayoría de los cuales están abiertamente militando en una campaña de desprestigio contra la Iglesia.

La Iglesia católica ha conocido muchas persecuciones a lo largo de su bimilenaria historia. Las estudiamos en los libros y recordamos en el calendario litúrgico a algunas de sus víctimas, los mártires. Antiguos nombres como los de Nerón o Diocleciano se unen a otros más modernos, como Hitler o Stalin. Países como el nuestro no han dejado de demostrar su fidelidad a Cristo, soportando las más duras persecuciones.

Sin embargo, esta historia martirial, llamativa y sangrienta, aunque sigue existiendo hoy en lugares como China o Sudán, no es la que caracteriza la persecución que la Iglesia padece en este momento. Ésta se reviste de otras galas, que procuran dejar de lado la sangre –tan contraproducente para los intereses de los perseguidores- para cebarse en el prestigio de los que ocupan los puestos más representativos en la comunidad eclesial.

Los que «fusilan» a la Iglesia no son hoy las armas de fuego, sino los medios de comunicación, la mayoría de los cuales están abiertamente militando en una campaña de desprestigio contra la Iglesia, campaña que, por cierto, no dirigen contra otras religiones, aunque algunas de éstas se opongan mucho más radicalmente a los nuevos y permisivos catálogos de derechos y libertades.

Fue por esto que hace algo más de un año, y a requerimiento de la Editorial Planeta, empecé a escribir una novela que sirviera para expresar el sufrimiento de la Iglesia ante la persecución incruenta de la que está siendo objeto. Acaba de ver la luz, en la mencionada Editorial, con el título que ellos han elegido pensando en atraer a todos: «La última aparición de la Virgen».

No voy a descorrer el velo de la trama de la que es mi cuarta novela –la primera, «El Evangelio secreto de la Virgen María» lleva vendidos más de 100.000 ejemplares–. Por supuesto que me gustaría que la leyeran mis lectores habituales, pero confío y deseo que lo hagan también los más furibundos anticlericales. Si alguno se convirtiera, me daría por satisfecho. Rezo por eso.

Santiago Martín

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