La viudez

La viudez supone la pérdida de la persona más próxima, la incorporación a la vida cotidiana de tareas que no son familiares, una reordenación de las relaciones con los otros y una reestructuración en lo psicológico y económico.

Es un hecho que puede suceder tanto a un cónyuge como al otro en cualquier época de la vida. Es una situación dolorosa, en la que se ha de vivir la vida partiendo de una experiencia de soledad. Sin embargo, la viudez, aunque deja un gran vacío, no es el fin del amor, pues se sigue queriendo al ausente, del que se sabe, gracias a la fe y la esperanza, que la separación es tan solo en esta vida y no para toda la eternidad, manteniéndose por la oración con el difunto una cierta comunión. Si el cónyuge superviviente tiene hijos que educar está  bien recordar con cariño y positivamente al cónyuge fallecido, pero la vida continúa y no conviene que el recuerdo sea una obsesión. En el trato con sus hijos está claro que deberá intentar ser con ellos a la vez exigente y lleno de amor. No debe despreciar los consejos de los demás, pero debe confiar sobre todo en su sentido común y en su instinto de padre o madre.

Sobre la viudez dice san Pablo: “La mujer está ligada por todo el tiempo de vida de su marido; mas una vez que se muere el marido, queda libre para casarse con quien quiera, pero en el Señor. Sin embargo será más feliz si se queda como está; ésta es mi opinión, y Espíritu de Dios creo tener también yo” (1 Cor 7,39-40). 1 Tim 5,3-16 nos habla de cómo debe ser la viuda cristiana, siendo de particular interés el v. 5: “la viuda de verdad, la que está sola en el mundo, tiene su esperanza puesta en Dios, y se dedica a las súplicas y a las oraciones, de día y de noche” y el v. 7: “insiste en esto: que sean irreprochables”. En cambio recomienda a las viudas jóvenes que se casen, tengan hijos y se ocupen de su casa (v. 14).

La viudez conserva mejor la unidad del matrimonio y simboliza más perfectamente la unión inseparable entre Cristo y la Iglesia, realizándose ahora la unión con el cónyuge difunto en la fe, esperanza y caridad. El Concilio nos dice sobre ella: “La viudez, continuidad de la vocación conyugal, aceptada con fortaleza de ánimo, será honrada por todos” (GS 48), y es que la muerte, aunque disuelve jurídicamente el vínculo conyugal, mas bien que destruir los lazos del amor humano y sobrenatural contraídos con el matrimonio, puede perfeccionarlos y reforzarlos, porque se mantiene la unión de las personas en Cristo.

Sin embargo, hay problemas de todo tipo en la viudez. La falta de complementariedad del otro cónyuge se nota con toda su fuerza y su ausencia es además motivo de dolor. Aunque debido a la mayor esperanza de vida y el hecho de casarse con frecuencia más jóvenes, hay muchas más viudas que viudos, la viudez afecta más a los hombres que a las mujeres, porque, en general, la mujer se acomoda mejor a las tareas de la casa y no tiene que reordenar tan drásticamente su tiempo como el varón, si bien en lo económico la viudez para las mujeres mayores suele tener consecuencias más importantes, con un declive de sus condiciones de vida, como consecuencia del menor importe de las pensiones de viudedad. La viudez supone la pérdida de la persona más próxima, la incorporación a la vida cotidiana de tareas que no son familiares, una reordenación de las relaciones con los otros y una reestructuración en lo psicológico y económico.  Durante los primeros meses hay la tentación de encerrarse en los recuerdos de los momentos más agradables de la vida conyugal. O por el contrario, sumergirse en una multitud de compromisos con el riesgo de abandonar a los hijos. O debido a la desestabilización que el vacío de la ausencia provoca,  recurrir a la masturbación o a las relaciones sexuales ocasionales.

Quien se queda con sus problemas acaba aplastado por ellos. Es bueno abrirse a alguien en quien se confía, sobre todo si esa persona ha conocido la misma prueba y por ello los grupos y movimientos cristianos de viudos y viudas pueden ser ayudas muy eficaces. La palabra y el diálogo liberan, siendo la expresión de las emociones y la verbalización de los sentimientos ayudas en el dolor, cosas que consiguen hacer más fácilmente las mujeres que los varones. Cada uno tiene que buscar los caminos que tiene que recorrer en la vida, sea haciendo de su viudez un estado de vida duradero, en muchos casos con una mayor entrega a Dios y más consagrada a los demás, sea tratando de casarse de nuevo.

 

Pedro Trevijano, sacerdote

2 comentarios

Yolanda esther Samper polo
Pienso que una viudez sin Dios, debe ser una tortura para el hombre, que es a quien le da más duro, cuando su cónyuge fallece; para las mujeres jóvenes y sin Dios, se debe volver un trauma, digo esto porque he visto a mujeres y a hombres viudos agarrados de Dios, son felices porque saben esperar en su Señor, no se desesperan ni se traumatizan por encontrarse solos. Es muy importante que en el momento de encontrarse solo, debemos buscar la ayuda de Dios y de su Santa Madre María Santísima.
¡Que dicha se siente vivir unidos a su Papá Celestil y a la Madre de Dios!
17/03/15 9:01 PM
Roberto R.
Ser viudo, supongo que debe ser un golpe muy doloroso, sin embargo, tomados de la mano de Dios, entendemos que en esta vida todo es temporal y las relaciones, por profundas que sean, terminan con la muerte.
Cuando uno entiende que la felicidad suprema es gozar de la presencia de nuestro Señor Jesucristo, -no hay nada comparable a ello-, entonces, la desdicha se convierte en alegría, porque la persona amada se encuentra en un estado superior de deleite divino.
Duele la pérdida, pero creo que se compensa al imaginar el paraíso en el que se encuentra nuestra pareja.
Al final, ofrecerle ese dolor agudo a Cristo por la conversión de tantos pecadores o por las benditas ánimas del purgatorio, expía en nuestro favor.
20/03/15 10:34 PM

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