Igualdad, desigualdad y... ¿aborto?

El “nosotras parimos, nosotras decidimos”, que podía parecer hace poco tiempo una muestra zafia del feminismo más radical, se ha convertido ahora en algo aceptado por todos. Pero yo, lo siento, no puedo transigir. No lo puedo tolerar. Si tengo que pasar por intransigente o intolerante, sea así.

Ahora lo sé. Antes no me había dado cuenta, y aún seguía dándole vueltas a la razón que habría tenido el Gobierno español para crear el llamado “Ministerio de Igualdad”. Cuando su titular, Bibiana Aído, anunció la semana pasada la puesta en marcha del proceso para elaborar una nueva Ley del Aborto (se llame como se llame), me acordé inmediatamente de “1984”, la célebre novela en la que George Orwell plantea un futuro gris para una tierra dominada por un sistema inhumano regido por unos imponentes Ministerios: de la Verdad, de la Paz, del Amor y de la Abundancia. Que se dedicaban precisamente a los asuntos opuestos. En la fachada del primero podían leerse las consignas del Partido: “La guerra es la paz. La libertad es la esclavitud. La ignorancia es la fuerza”. Sin ser tremendista, y disculpándome por mi cinismo e hipocresía (por si acaso, que eso dijo nuestro Presidente del Gobierno de los que pensamos diferente), ahora me encuentro ante la realidad de un Ministerio que, aparte de intentar la igualdad entre varones y mujeres, atenta contra otra igualdad: la de todos los seres humanos, sea cual sea su condición. “La discriminación es igualdad”, se me ocurre, emulando a Orwell.

La mejor ley posible. El mayor consenso posible. Los derechos fundamentales y la seguridad jurídica de la mujer y de los profesionales. Éstas son las intenciones de la ministra y de su proyecto. Vuelva a leerlo. ¿Se ha dado cuenta? ¡Exacto! No aparecen los varones. Un gol a la igualdad. Que el nasciturus es cosa de la parienta (esto es, la que pare, la que decide). Y esto no es lo más importante, claro que no. Hay un personaje en toda esta historia que no tiene voz, como todas las víctimas de la historia. Un niño, cientos de niños, miles de niños sin voz. Ahora sí, doy gracias a Dios (vaya, ya tuvo que salir, y no quería, que luego me acusan de cosas malas) de no tener un Ministerio de la Infancia, de la Familia o de la Vida. Porque podrían funcionar como el de Igualdad, y sería demasiado.

El “nosotras parimos, nosotras decidimos”, que podía parecer hace poco tiempo una muestra zafia del feminismo más radical, se ha convertido ahora en algo aceptado por todos. Pero yo, lo siento, no puedo transigir. No lo puedo tolerar. Si tengo que pasar por intransigente o intolerante, sea así. Como sigo viviendo con esperanza y creo en la humanidad, confío en que en el futuro nos pidan cuentas de esta barbarie, y en que miren avergonzados a nuestra generación. Por eso no puedo callar. Porque hay otros a los que se les niega la palabra por el mismo hecho de que se les niega el derecho a la vida, el más fundamental, en nombre de unos supuestos, en nombre de un bienestar, en nombre de una libertad. Porque se manipula el lenguaje y se usan términos que enmascaran y despistan, como “interrupción voluntaria del embarazo”. Porque hay unas clínicas-empresas de cuyo “trabajo” bien lucrativo nos hemos enterado recientemente. Porque hay unas primeras víctimas olvidadas, que son los no nacidos. Porque hay unas segundas víctimas, que también se ocultan, que son las madres (para la ministra, mujeres). ¿Alguien ha oído hablar de los efectos que tiene un aborto para toda una vida? Y porque, en fin, toda la sociedad paga los efectos de un vasto tumor (sí, tumor) que socava desde las más frías pirámides demográficas hasta las relaciones familiares y la salud integral de todo un pueblo. Incluyendo su salud moral, que no es ninguna tontería. Basta con mirar hacia atrás, en la Historia, para echarse las manos a la cabeza y pensar un poco

Muchos afirman que estas cosas les sirven a las autoridades para despistarnos de otras cosas “más importantes”. No. Decididamente no. ¿Qué hay más importante que esto? Hay gente que habla de genocidio. ¿Exageran? Cien mil seres humanos al año sólo en nuestro país... no me diga que no es para pensárselo. ¿O acaso no podemos decir, sin equivocarnos, que los niños con síndrome de Down están en peligro de extinción? Si está naciendo uno de cada diez concebidos... haga las cuentas. Si su respuesta a la última pregunta es afirmativa, no olvide que son personas. Como usted y como yo. Y si son una especie en peligro de extinción... ¿no es nuestra misma especie? Tan preocupados como estamos con la dichosa crisis, que tanto nos afecta al bolsillo, dejamos de ver que la crisis es más profunda. De humanidad.

Luis Santamaría del Río, diácono

1 comentario

Antonio Ostojic Odak
Luis, tu artículo y reflexión son impecables, incisivos, y lo son por verdaderos y por un estilo atrapante. Hay que dar la cara, salir de la cueva, mirar el sol, la vida, y a Dios en estos niños. Por supuesto, lo voy a guardar, imprimir, reenviar. Dios nos dé el máximo de fecundidad en esta lucha dramática y fascinante, donde nos pide que entreguemos la vida.
2/06/11 11:11 PM

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