El P. Sosa anuncia la apertura del proceso de beatificación del P. Arrupe

Responsable directo de la gran crisis de la Compañía de Jesús.

El P. Sosa anuncia la apertura del proceso de beatificación del P. Arrupe

El Prepósito General de la Compañía de Jesús, P. Arturo Sosa, confirmó ayer que la diócesis de Roma ha dado el visto bueno para abrir el proceso de beatificación del padre Arrupe, cuyo mandato al frente de la Compañía hizo necesario que San Juan Pablo II interviniera la orden religiosa.

(InfoCatólica) Según indicó el padre Sosa, el cardenal vicario de Roma, Angelo de Donatis, ha dado el visto bueno a que la diócesis de Roma, donde falleció el padre Arrupe, abra el proceso de beatificación.

El Prepósito General pidió rezar por ello y la colaboración de cualquier persona que tenga información útil sobre la devoción a Arrupe, «un hombre de verdad arraigado en Cristo y entregado a la misión, cuyo mayor milagro es que estemos hoy aquí».

Crisis de la Compañía de Jesús bajo el mandato de Arrupe

El 22 de mayo de 1965 Pedro Arrupe fue elegido 28º General de la Compañía de Jesús, después del belga Johann Baptist Janssens (1889-1964), que había dirigido la Compañía desde 1942. En una ajustada elección, entre los cuatro candidatos salió elegido en la tercera ronda, prevaleció sobre el italiano Pablo Dezza, anterior rector de la Pontificia Universidad Gregoriana, que era el candidato del «ala conservadora». Comenzó así un generalato que ha pasado a la Historia por su carácter polémico.

Con él se iniciaron en la Compañía los cambios para afrontar los tiempos azarosos y renovadores en los que entraba la sociedad humana y, muy especialmente, la Iglesia después del Concilio Vaticano II, cambios que para muchos no estaban en consonancia ni con la primigenia espiritualidad ignaciana ni con la propia tradición de la Iglesia. Por las decisiones tomadas durante su generalato tuvo que sufrir incomprensiones y contradicciones de todas partes, incluso, a veces, de las más altas instancias de la Iglesia. De hecho, sus detractores llegaron a decir de él que «un vasco (san Ignacio de Loyola) había fundado los Jesuitas y otro los iba a destruir».

Las consecuencias no se dejaron esperar. En 1965, al concluir el Vaticano II, había treinta y seis mil jesuitas. En 1975 la lenta captación de nuevos miembros y las renuncias al ministerio habían reducido la cantidad a veintinueve mil. Seguiría disminuyendo durante el resto de la década, y también en la de los ochenta, aunque en países como India se acelerase el reclutamiento. Según los datos del Anuario Pontificio, a fecha 1 de enero del 2017 la Compañía de Jesús cuenta con 16.088 miembros.

Beato Pablo VI

Pablo VI siguió especialmente de cerca y con preocupación la evolución de los acontecimientos en la Compañía de Jesús, y ello por diversas razones: por la importancia que tenía en la vida de la Iglesia universal y, también, por la condición que le correspondía de Superior supremo de la Compañía, derivada del vínculo particular que, desde su fundación, ligaba la Orden al Romano Pontífice. Dos preocupaciones primordiales inspiraron la actuación de Pablo VI: La salvaguarda de la integridad de la Formula Instituti -su constitución orgánica- y la fidelidad de la Compañía a sus fines propios. En una carta dirigida al P. Arrupe el 15 de febrero 1975, el Papa escribió: «No se puede introducir novedad alguna con respecto al cuarto voto. Como supremo tutor y garante de la Formula Instituti y como Pastor universal de la Iglesia, no podemos permitir que sufra la menor quiebra este punto, que constituye uno de los fundamentos de la Compañía de Jesús».

San Juan Pablo II

El 11 de diciembre de 1978, el P. Arrupe tuvo su primera audiencia con Juan Pablo II para jurar obediencia al nuevo Papa en representación de la orden. Diez meses más tarde, en la asamblea de presidentes de la Conferencia Jesuita (que se reunían una vez al año para acometer un análisis internacional de la Compañía), Juan Pablo II se dirigió al grupo por invitación del P. Arrupe. El mensaje fue categórico, y sorprendió a los oyentes. El Papa dijo que el escaso tiempo de que disponían le impedía enumerar todo lo positivo que estaba haciendo la Compañía. No obstante, Juan Pablo II fue al grano: «Deseo deciros que habéis sido motivo de preocupación para mis predecesores, y que lo sois para el Papa que os habla». Por si no bastara con tan rotundo desafío, el Papa envió al Prepósito unas palabras críticas destinadas a ser leídas al gobierno central de la Compañía por Juan Pablo I, cuya muerte lo había impedido, añadiendo que él estaba de acuerdo con todo.

Intervención de la Compañía de Jesús

El 7 de agosto de 1981, de regreso de un viaje a Filipinas, el P. Arrupe sufrió un derrame en el Aeropuerto Internacional Leonardo da Vinci de Roma, y lo llevaron al hospital Salvator Mundi. Se le diagnosticó bloqueo de la arteria carótida con efectos sobre el hemisferio izquierdo del cerebro y el lado derecho del cuerpo. Los médicos convocaron a O’Keefe y los demás asistentes y les comunicaron que en su opinión médica el P. Arrupe no debería volver a ocupar ningún puesto de responsabilidad.

El 6 de octubre el cardenal Casaroli llevó al enfermo Prepósito la carta en que se nombraba «delegado personal» del Papa al P. Dezza (a dos meses de cumplir ochenta años) para que dirigiera la Compañía hasta nuevo aviso, con el P. Giuseppe Pittau, antiguo rector de la Universidad Sophia de Tokio y provincial jesuita en Japón, como coadjutor o suplente. El gobierno regular de la Compañía de Jesús quedaba suspendido, y no se preveía la convocatoria inmediata de la trigésima tercera congregación general. Cuando durante la cuarta semana de octubre apareció la noticia en un periódico español y la prensa italiana se hizo eco, fue el mayor impacto relacionado con los jesuitas desde que en 1773 el papa Clemente XIV suprimiera la Compañía.

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