El éxodo no ha parado en los últimos 60 años

Los cristianos pasan de ser un 20 a un 2 por ciento de la población en Tierra Santa

El escenario más temible para los cristianos de Tierra Santa, de seguir las cosas igual, es que pronto podrían ser testigos de cómo los Santos Lugares se convierten en meros museos debido a la ausencia de fieles y, ellos mismos, en curiosidades antropológicas para los turistas.

(Laura R. Caro/Abc) “Nuestro futuro es tan sombrío que no es inconcebible pensar que aquí quedarán piedras… pero no cristianos viviendo entre ellas”, se lamenta Sami Barsoum, líder de la comunidad siria ortodoxa de Jerusalén, que asiste impotente a su propia mengua igual que los católicos, los griegos o las ya minúsculas comunidades protestante o etíope.


De acuerdo con el informe del Centro Inter Iglesias remitido al Papa para esta visita, el Sumo Pontífice se encontrará con una reducida minoría de apenas 200.000 cristianos repartidos entre Israel (150.000, mayormente árabes) y los Territorios Palestinos. Si en 1948 constituían el 20% de la población, hoy no llegan a ser el 2%, y el éxodo continúa.

Una endiablada mezcla de limitaciones legales y discriminaciones religiosas ha convertido a los cristianos en extranjeros en la tierra de Cristo, y su emigración a países menos hostiles, -Italia, Canadá o Latinoamérica-, es una tendencia imparable. La proyección muestra que, en siete años, Jerusalén va a perder la mitad de los actuales 10.000 cristianos que acoge, y albergará sólo alrededor de 5.300.
“No tenemos seguridad, ni tranquilidad y el resultado es que nuestros hijos se van. Estamos atrapados entre los dos lados. Los judíos dicen que somos árabes, y los árabes musulmanes que somos israelíes. Nuestra vida ha llegado a ser precaria”, resume el guía de los coptos-sirios.

 

Discriminación religiosa

Según el pliego de cargos que reprochan a Israel, la limitación en la concesión de permisos de movilidad a uno y otro lado del muro, -para ir a trabajar a otras ciudades, para ir a rezar-, y de autorizaciones para la reunificación familiar, está en el germen de la frustración, y sobre todo de la miseria que aboca a los cristianos al éxodo. El 85% de ellos padece penurias económicas.


“Un matrimonio de Jerusalén puede fracasar por un control militar”, advierte el Centro Inter-Iglesias, recordando la ley israelí de 2002 que priva de ciudadanía a uno de los cónyuges dentro de las parejas no judías, que acaba teniéndose que marchar a otro sitio. Luego está la retirada de carnés a los que adquieren otra nacionalidad, la imposibilidad de construir sus viviendas o la negativa a registrar a sus hijos. El 46% de los judíos dice desconocer que Jerusalén sea centro de la Cristiandad, revela una encuesta del Instituto Smith.


Vivir entre la mayoría musulmana de la sociedad palestina no es más fácil. Recurrentes son los incidentes sobre acoso a las cristianas que se cubren con un pañuelo. “Digo abiertamente que tenemos serios problemas con ellos y con el fortalecimiento del Islam en la región, -subraya el Patriarca Latino, monseñor Fuad Twal-, que los cristianos de Belén están sufriendo mucho”. La radicalización bajo la ocupación en Cisjordania, y también en Gaza, es mal presagio.


Tanto el Vaticano como las comunidades cristianas se preocupan por lograr mejoras, aunque son escasas. La propia Iglesia Católica tiene dificultades para conseguir permisos de movilidad o visas para los sacerdotes y monjas, no se reconocen los derechos de sus congregaciones e Israel ha empezado a exigir impuestos a los colegios y hospitales cristianos, cuya supervivencia podría verse amenazada.

En estas circunstancias, para muchos, el viaje del Papa es un innecesario regalo de imagen a Israel y de visibilidad a los palestinos, pero habrá valido la pena si se desbloquea algún problema. “La visita hace crecer las esperanzas y los sueños, -resume el jesuíta David Neuhaus-, esperamos oír de él una palabra de consuelo por la que merezca la pena seguir en Tierra Santa”.

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